Su estatus en la naturaleza era irascible, pero solo con ella se mostraba paciente, cariñoso, encantador. Pero los demás sentirían su cólera, su furia, si alguno de los moradores de la noche trataba de dañarla.
Era su sol, su luz en las tinieblas. Con ellos sería despiadado, no tendría contemplaciones con los que querían arrebatarle su luz..
La noche se cernía sobre el bosque, y él, con sus ojos centelleantes, acechaba desde las sombras. Sus alas extendidas, como un manto de oscuridad, le permitían moverse sin hacer ruido. La luna llena brillaba en lo alto, y él la miraba con devoción.
Ella, la única que podía calmar su tormento, estaba en peligro. Los lobos aullaban en la distancia, y los vampiros se escondían entre los árboles retorcidos. Pero él no permitiría que le hicieran daño. No cuando ella era su razón de existir.
Se deslizó hacia adelante, sus garras afiladas listas para la batalla. Los enemigos se acercaban, pero él no vaciló. Protegería a su sol, a su luz, aunque eso significara enfrentarse a todo el inframundo.
M. D. Álvarez
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