Algún día se enterarían de quién era el que movía los entresijos del
poder.
Nadie estaría seguro. Pues podía
llegar a cualquier lugar del planeta. Con sólo chasquear los dedos hacía que
apareciera un millar de esbirros.
Era una persona corriente, en apariencia. Pero detentaba un poder que era
casi inimaginable. Su red de contactos era universal. Si quería contactar con
alguien sólo tenía que cerrar os ojos y desearlo. Su séquito se lo traían.
Si no conseguía lo que quería era mejor no estar cera de él, pues su aura era tan negra,
que rozarle te fulminaba.
© M. D. Álvarez