Me encontraba en un estado tal
que nadie se atrevía aproximarse a más de dos metros por miedo a ser atacados y
eso que estaba encerrada tras gruesos barrotes.
Barrotes que no me impedirían
salir cuando todos aquellos que me observaban se fueran.
Entonces liberaría a la bestia en
la que me había convertido. Destilando todo el odio y furia, lo encauzaría para
acabar con el que me atrapó. ¡Pobre del que se interpusiese entre los dos! No
dejaría rastro de aquel individuo.
© M. D. Álvarez