El misterio del océano y su hechizo persistían. Cada ola susurraba su nombre, y él anhelaba su presencia en la orilla. Pero, ¿qué secreto guardaba ella? ¿Qué la atraía hacia ese lugar? El océano, testigo silencioso, aguardaba el próximo capítulo de su historia. .
Un día él decidió abandonar las seguras aguas de su hogar para acercarse a ella. Se sorprendió al verlo a su lado sus intensos ojos azules la anhelaba.
El corazón del océano latía con fuerza mientras él emergía de las profundidades. Sus escamas centelleaban bajo la luz de la luna. La playa estaba desierta, salvo por ella, que miraba al horizonte con una expresión melancólica.
Ella se giró al sentir su presencia. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, el mundo se detuvo. El hechizo se intensificó, y ambos sintieron una conexión ancestral. ¿Cómo podía un ser marino y una humana sentir algo tan profundo?
Sin palabras, ella extendió la mano hacia él. Él la tomó con delicadeza, y juntos caminaron por la orilla. Las olas acariciaban sus pies, como si el océano aprobara su unión.
La promesa de un amor que trascendía las barreras de los mundos. El océano, siempre testigo, susurró su bendición mientras las estrellas titilaban en el firmamento. El hijo del gran azul había encontrado a su alma gemela
M. D. Álvarez
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