Y asestaba cuchilladas con sobresaliente maestría, al igual que su contrincante se deslizaba con destreza evitando las puñaladas que le lanzaba. El adversario también exquivaba las suyas.
No podía ser, era igual de bueno que él, pero no era posible. Él era el mejor, a no ser que estuviera peleando consigo mismo. Se percató de que su enemigo era una sombra de sí mismo.
M. D. Álvarez
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