jueves, 29 de febrero de 2024

¿Con conciencia, o sin ella? (Versión mejorada)

Su conciencia, como un Pepito Grillo persistente, le susurraba: "¡No lo hagas!". Pero el bol lleno de ositos de gominola seguía llamándole, desafiando su autocontrol. La lucha interna se intensificaba.

Entonces, en un rincón oscuro de su mente, apareció un personaje de color rojo, con cuernos y cola. Con una sonrisa malévola, le dijo: "¡Adelante, que no pasa nada!". Empujó a su conciencia vencida y la dejó atrás.

Así, con el permiso del diablillo interior, se zambulló en el bol de ositos de gominola, sin remordimientos ni miramientos. El dulce sabor de la transgresión llenó su boca, y por un momento, todo estaba permitido.

Pero, ¿a qué precio? ¿Qué consecuencias le esperaban más allá de ese instante de placer? Solo el tiempo lo diría. Mientras tanto, el personaje rojo se relamía, satisfecho de haber ganado esta batalla en la mente de nuestro protagonista.

Y así, entre ositos de gominola y dilemas morales, continuaba la historia de una elección que podría cambiarlo todo. 

¿Mamá, o el dragón? (Reversionada)

Mucho mejor el dragón que mamá. Sus escamas, iridiscentes bajo el sol, guardaban secretos ancestrales. Su aliento, fuego antiguo, no conocía la traición. Pero mamá, con su lengua afilada, tejía vergüenzas y reproches.

La vajilla rota, reliquia de abuela, yacía en pedazos. El dragón no se inmutó; ¿qué eran platos comparados con siglos de historia? Mamá lloró. Cada fragmento era un recuerdo, un vínculo con su pasado.

La niña, lágrimas en los ojos, eligió. "¿Por qué destruí la vajilla, mamá?" preguntó. "¿Por qué soy tan impulsiva?"

La madre la abrazó. "Porque eres mi hija", dijo. "Y aunque me enfureces, también eres mi tesoro."

El dragón asintió. El amor, más fuerte que cualquier dragón o vergüenza, brilló en los ojos de la niña.

M D Alvarez 

El fiordo de Walhal. (Nueva versión)

En el crepúsculo de los dioses, cuando las sombras se alargan y los cuervos graznan proféticas advertencias, el "Fiordo de Walhal" se extiende como un lienzo de misterio. Sus aguas, teñidas de ámbar y plata, reflejan los destinos entrelazados de los mortales y los inmortales.

Allí, los dioses tejieron hilos de oro en el viento, creando acantilados que se alzan como los muros de Asgard. Las nubes, como valkirias errantes, danzan sobre las cimas, sus velos de niebla ocultando secretos ancestrales. Los pinos, testigos silenciosos, susurran historias de héroes caídos y batallas olvidadas.

En el corazón del estuario, un barco de ébano espera. Sus velas son de fuego y sus remos, huesos de valientes guerreros. El capitán, un anciano con ojos de tormenta, guía la nave hacia el horizonte. ¿A dónde lleva? ¿A la morada de los dioses o al abismo de los condenados?

Los vientos aúllan, y las olas rugen como bestias hambrientas. Los dioses observan desde sus tronos de nubes, sus rostros tallados en granito. ¿Qué destino aguarda al viajero? ¿La eternidad en los salones dorados o la oscuridad de Helheim?

En el último aliento del día, cuando el sol se sumerge en el estuario, el barco desaparece. ¿Quién se atreve a cruzar el umbral entre los mundos? ¿Quién busca respuestas en las aguas turbias?

Solo los valientes, los desesperados y los soñadores se aventuran en el Estuario de Walhal. Allí, entre los reflejos y las sombras, los límites se desdibujan. ¿Es un lugar real o una invención de los cuentos de hadas?

Quizás, al final, todos somos navegantes en busca de nuestro propio Walhal. Y cuando llegue el Ragnarok, cuando los dioses caigan y los mundos colisionen, tal vez el estuario nos revele su secreto final.
M D Alvarez 

El reencuentro. (Versión mejorada)

Había algo en aquel ser que me atraía, me resultaba vagamente familiar. Sus ojos de un color ámbar, me escrutaban hasta lo más profundo de mi ser.

Me acerqué un poco más y pareció asustarse, pero no retrocedió. Esperó a que yo diera el primer paso y avanzó cauteloso.

- ¿No me conoces? –le oí decir.

- Me eres vagamente familiar.

- Tienes mis mismos ojos. –dijo mientras sus colmillos asomaban, bajo una dulce sonrisa.

- Te prometo que no te dolerá, hija mía. –Dijo antes de morderme el cuello.

Al fin, había encontrado a mi padre, y los dos somos ahora criaturas de la noche.
M D Alvarez 

El amor irrefrenable .

Habían mancillado su amor, dejándola tirada como una colilla. El mundo parecía oscuro y frío, hasta que él apareció. Alto y sereno, se acercó a ella y la cubrió con su chaqueta, llevándola consigo a su casa. Allí, la colmó de atenciones, como si fuera la cosa más preciada que jamás hubiera encontrado.

Él la había amado desde el primer día en que la vio. Fue en un concierto, mientras ella danzaba al ritmo de la música. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, supo que ella era su destino.

Cuando ella despertó, desorientada y asustada, no sabía dónde se encontraba. Sus ojos aterrorizados buscaban a aquellos que la habían abandonado. Pero allí estaba él, sentado en un sillón junto a la cama, durmiendo plácidamente. No había rastro de crueldad en su rostro; solo una calma reconfortante.

Intuía que él jamás le haría daño. Sus miradas se cruzaron, y él le sonrió con ternura. Le aseguró que nadie más le causaría dolor. Él se encargaría de protegerla, de cuidarla. Su amor era más allá de la locura, irrefrenable e indestructible.

En las noches siguientes, mientras la luna brillaba en el cielo, él le susurraba promesas de eternidad. Juntos, tejieron un mundo donde el tiempo no existía, donde solo importaba su amor. Las heridas del pasado sanaron bajo su cuidado, y ella aprendió a confiar nuevamente.

Así, en la penumbra de su habitación, sellaron su destino. Sus cuerpos se entrelazaron, y sus almas se fusionaron. No había miedo ni duda, solo una pasión ardiente que los consumía. Cada beso, cada caricia, era una promesa de amor eterno.

Y así, en la quietud de la noche, ella supo que había encontrado su refugio. Él era su protector, su amante, su todo. Juntos, enfrentarían cualquier tormenta, superarían cualquier obstáculo. Porque su amor no tenía fin. Era irrefrenable, indestructible, como la fuerza de la naturaleza..

M  D Alvarez 

miércoles, 28 de febrero de 2024

Programa de reinserción. (Versión mejorada)

Se durmió soñando que él también podía volar como Superman. A la mañana siguiente lo intentó, cogió carrerilla y se lanzó desde el primer piso.

El impulso de sus sueños lo llevó al borde de la realidad, y con valentía, se arrojó al vacío. Pero en lugar de volar, sus huesos se estrellaron contra la dura tierra. El dolor fue inmenso, y su orgullo quedó hecho añicos.

Ya nunca más se creería nada de lo que le dijera el señor de la bata blanca que aparecía en la televisión. Las promesas de curas milagrosas y soluciones fáciles se desvanecieron como humo. La realidad Se durmió soñando que él también podía volar como Superman. A la mañana siguiente lo intentó, cogió carrerilla y se lanzó desde el primer piso.

El impulso de sus sueños lo llevó al borde de la realidad, y con valentía, se arrojó al vacío. Pero en lugar de volar, sus huesos se estrellaron contra la dura tierra. El dolor fue inmenso, y su orgullo quedó hecho añicos.

Ya nunca más se creería nada de lo que le dijera el señor de la bata blanca que aparecía en la televisión.Las promesas de curas milagrosas y soluciones fáciles se desvanecieron como humo. La realidad era más terca que cualquier fantasía.

Pero la vida es una maestra persistente. Al día siguiente, en lugar del caballero de la bata blanca, apareció una enfermera despampanante. Sus ojos brillaban con compasión y su sonrisa era un bálsamo para su alma herida.

Eres el rey del mambo," le dijo con voz suave. Y en ese momento, en medio de vendajes y analgésicos, él sintió que quizás, solo quizás, la realidad también podía ser un sueño hermoso

Así que, con sus huesos rotos y su amor propio maltrecho, decidió creer en las palabras de la enfermera. Porque a veces, incluso cuando caemos, hay alguien dispuesto a levantarnos y hacernos sentir como reyes, aunque sea por un instante. 

Te vi partir.

Te vi partir, fulgurante y brillante, como un resplandor que se desvanece en la distancia. El aire vibraba con la energía de tu ausencia, y el mundo parecía más pequeño sin ti.

Después de tu partida, quedamos solos, desangelados. Nuestros corazones, como hojas secas, se balanceaban entre el odio y el amor. ¿Cómo podíamos sentir ambas cosas al mismo tiempo? Pero lo sabíamos: hay algo más al otro lado.

Allí, al otro lado, donde las estrellas se entrelazan y los suspiros se convierten en constelaciones, estás tú. Aguardándonos con tu gran sonrisa, como un faro en la noche. Tu amor, inmenso como el universo, nos envuelve y nos sostiene.
M D Alvarez 


martes, 27 de febrero de 2024

Mahalaleel, el aventurero.

Esta es la historia de un anarin llamado Mahalaleel, el cual vive en la ciudad de Aroer, que a se encuentra en el país de Bergal, que a su vez se halla en el planeta de Carión.
 Los anarin son un pueblo muy tranquilo, no pelean, no discuten, no guerrean, en definitiva son un pueblo aburrido, pero a Mahalaleel le gustaba curiosear, era extremadamente curioso y en vista de que en Aroer nunca pasaba nada, decidió partir hacia la región de Gederati, en busca de aventuras.
 Yendo de camino a la ciudad de Baser, Mahalaleel se encontró con un individuo al cual pregunto a cuantos días de camino estaba la ciudad, el extraño le respondió, que a cuatro jornadas, pero que era mejor que no se acercase por allí, pues estaban pasando cosas muy raras en esa ciudad.
 Pero Mahalaleel no hizo caso. Como ya se dijo, él era muy curioso, y lo oído anteriormente le había intrigado de tal forma que hizo los cuatro días en dos.
 Al llegar a Baser se encontró con algo muy extraño. No había nadie en las calles y las casas estaban cerradas a cal y canto. Tan sólo, a lo lejos se oían los ladridos lastimeros de los perros. El aire estaba cargado. La tensión se sentía en el ambiente, se intuían las miradas acechantes. Mahalaleel no sabían que hacer, así que, se acerco a una puerta y llamo insistentemente para que le abrieran; pero nadie contesto.
 De pronto, tras él, apareció un gigante encapuchado de unos tres metros de altura. Mahalaleel le preguntó.
 ¿Quién eres? y ¿qué quieres de mí?
 Me llamo Ahiram de Mara y no quiero nada de ti, tan solo te aviso, de que si te quedas aquí morirás.
 Y ¿por qué he de morir? – Le interrogó.
 Eso no puedo decírtelo, pero si osas quedarte, tendrás una muerte cruel.
 A Mahalaleel le picaba cada vez mas la curiosidad, más optó por salir de Baser y vigilar todo lo que ocurría desde una cima, no muy lejos de la ciudad, la cual recibe el nombre de Pi-habirot, que significaba en anarin “Cima Pacifica”. Por suerte para él, se había traído un visor graduable, con el que podía ver todo lo que pasara en Baser. Desgraciadamente en las horas diurnas, nada ocurrió; ni siquiera volvió a ver al extraño gigante. Mahalaleel estaba a punto de abandonar, cuando de pronto, vio que algo se movía en el centro de la plaza, pero eso era imposible, ya que tan sólo unos instantes antes había mirado y no vio ni un alma.
 Lo que Mahalaleel observó era una extraña forma, que comenzaba a retorcerse tomando formas distintas, hasta que se detuvo. Fue entonces cuando se dio cuenta que estaba ante un enorme fargún. Los así llamados son unos personajes de la mitología anarin, que representan a los poderes oscuros en las entrañas del planeta.
 Aquel ser era grande, extremadamente grande. Mahalaleel se preguntaba. Qué hacía allí, en la ciudad de Baser. De pronto, surgió sin que el se diera cuenta de dónde había salido, una gran multitud de personas, que se reunió en torno a la criatura. Parecían adorarle. En ese instante se percató de lo que allí ocurría.
 Mahalaleel recordó que los fargún son los enviados del “Señor Oscuro”, Hiramohab, en anarin. El cual había sido un rey tirano y cruel, que fue expulsado de Habheril, el paraíso, por el magnánimo Abbaras, cuyo nombre significa”Padre Creador”.
 Y ahora parecía querer volver a reinar con la ayuda del pueblo de los urinibitas.
 Por un breve instante percibió la mirada de aquel ser, pero eso era imposible, nadie sabía que estaba allí. Más no se podía mover, pues realmente el fargún le seguía mirando. Transcurridos unos segundos, los cuales le parecieron una eternidad, el enviado desvió la mirada y Mahalaleel quedó apesadumbrado, pues como dicen los anarin, “el que mirase fijamente a un fargún, tendrá dolor de corazón”, más el no temía esas habladurías, ya que leyó en el Canaf, libro escrito por Abbaras, en el que dice, “el que estuviese expuesto a la mirada de un fargún, podrá salvarse, bebiendo del agua de la fuente de Obhadyahu”, la cual se encontraba no muy lejos de allí.
 Mahalaleel bajó de Pi-habirot y se encamino hacia dicha fuente. Mientras iba caminando, sentía como un gran pesar le llenaba el corazón, era la mirada del fargún que le había herido muy profundamente. Tardo en llegar unas doce horas y una vez allí bebió todo lo que pudo, hasta que le abandonó el pesar.
 Una vez recuperado, fue a la ciudad de Hadhramelech, cuyo nombre significa “Circulo del Rey”, a solicitar ayuda al gran señor de Bergal, descendiente directo del magnánimo Abbaras, conocido por Adonhiram, que significa “Gran Señor”.
 Mahalaleel fue recibido por éste, que tras saber que Hiramoab pretendía volver de su encierro subterráneo, ordenó que se preparara a todo su ejército, para atacar Baser al anochecer; y le dio a Mahalaleel el rango de teniente general de todos sus ejércitos. A las tres horas de haber llegado, partió de nuevo hacia Baser al frente de 200.000 melech. Estos eran fieles servidores de Adonhiram, al igual que lo fueron de Abbaras, cuando se enfrentaron por primera vez a las huestes de Hiramohab, en la batalla de Sikhron y en la que perecieron alrededor de unos 600.000 melech.
 Antes de atacar la ciudad, subieron a Pi-habirot, desde donde pudieron acechar sin peligro a Hiramohab y a todo su sequito de abominables criaturas. Desde allí se hicieron todos los preparativos para entrar en combate. Adonhiram le entregó una coraza de krelún (el krelún es un material virtualmente indestructible), mientras que él llevaba la cota de malla y la coraza de Abbaras, con el mítico Tharem en la frente.
 El Tharem es un regalo de Ebhiathar, nuestro dios, que le entregó a Abbaras y de éste paso a padres y a hijos, hasta llegar a Adonhiram. Se trata de una lágrima de Ebhiathar, una perla de unos cinco centímetros, la cual posee el poder de destruir todo el mal que hay en Carion.
 La ciudad de Baser fue rodeada por los melech, pero Hiramohab sintió la presencia de Adonhiram y había hecho preparar calderos de kehal, un ácido muy corrosivo.
 Adonhiram sabia que tendría algo preparado, advirtió a sus fieles y les mando que avanzaran camuflándose con arbustos cortados. Cuando se hallaban a menos de 30 metros de las barbacanas de la ciudad, fueron vertidos los calderos con el kehal, por los toboganes abiertos sobre el portón de entrada, por lo que no hubo bajas en el ejército de Adonhiram. Con un enorme ariete que habían construido comenzaron a golpear el portón del baluarte de la ciudad. Protegiéndose con los escudos, de las flechas que disparaban, por las aspilleras, los arqueros. Hasta que cedió bajo el ímpetu de los melech, que comenzaron a pelear contra los urinibitas.
 Mahalaleel se defendía como un gran guerrero, a pesar de pertenecer al pacifico pueblo de los anarin, lucho cuerpo a cuerpo contra Abdeh-Mohab, la mano derecha de Hiramohab, cuyo nombre significa “Servidor Oscuro”y al que logro matar en arduo combate.
 Adonhiram mientras tanto se batía con Hiramohab, que rehuía enfrentarse con él, y le enviaba a sus terribles secuaces, los cuales iban cayendo, bajo su mirada, hasta que al fin se encontró rodeado de unos quinientos cadáveres y frente a él se hallaba el tan temido Hiramohab, cuyo nombre era símbolo de horror para todos los habitantes del planeta Carión y al que ningún melech se había atrevido a enfrentarse y los que lo había intentado, yacían muertos a sus pies asesinados por su sequito de abominables esbirros.
 Adonhiram pronuncio las siguientes palabras que devolverían a Hiramohab a su encierro en el Bhakjhálum
 - Ebhiathar, Ebhiathar, Señor de los Ejércitos, acude a mi llamada y escucha a tu humilde siervo que clama justicia. Te suplico encierres a esta mala bestia en el Bhakjhálum, el Infierno de los 100.000 tormentos, para que pague por el horror causado en nuestras vidas y que nunca jamás vuelva a morar fuera de el.
 Una vez hubo terminado, Hiramohab fue tragado por la tierra con todas sus criaturas, entre temblores y relámpagos, para no volver jamás.
 Hubo grandes celebraciones en todo el planeta, pero Mahalaleel ya había partido hacia las oscuras regiones de Khublarhek, donde encontraría muchas mas aventuras, que serian narradas por él mismo, puesto que volvió a la ciudad de Hadhramelech, para contar todo lo acaecido a su buen amigo el rey de Bergal, Adonhiram.

M. D. Álvarez

Corazón roto.

Ella permanecía allí, su corazón hecho añicos, anhelando que sus lágrimas pasaran desapercibidas. El dolor, como un cuchillo afilado, le atravesaba el alma. Pero esta vez, juró que sería la última decepción. No permitiría que nadie más jugara con sus sentimientos. Si alguien se acercaba con intenciones ajenas a lo que ella sentía, lo fulminaría con la mirada. No estaba dispuesta a sufrir de nuevo. 
M D Alvarez 

domingo, 25 de febrero de 2024

Unicornio

El había sido caza demonios toda su vida, pero realmente quería ser un lindo unicornio y cabalgar por el arcoiris, hasta el reino de los grandes unicornios.


M. D. Alvarez

jueves, 15 de febrero de 2024

Dolor intenso

Durante cinco largos años, el dolor la había consumido tras la pérdida de su madre; y cuatro años más tarde, la sombra de la muerte se cernió sobre su padre. El peso de la tristeza se volvió abrumador, envolviendo su corazón en tinieblas que parecían eternas. Sin embargo, en medio de la oscuridad, un rayo de luz se filtraba: la melodía de su voz al cantar.

Decidió aferrarse a esa luz, escuchando su canción todos los días restantes, con la esperanza de encontrar un camino fuera de su desesperación. A pesar de su esfuerzo, el camino resultó arduo y la redención le fue esquiva. Ahora reposa en una tumba fría y sombría, pero en lo profundo, aún resuena su música, brindándole consuelo en el más allá.

@M D Alvarez