jueves, 27 de junio de 2013

Bajo el peñasco.



- Somos dos tíos fuertes ¿a que si? –Dijo Oto a su hermano Efialtes, infundiéndose ánimos para emprender la tarea de escalar el Olimpo.

- Y una vez arriba seremos los dueños, esclavizaremos a Zeus y a los demás dioses. Luego sumiremos a la tierra y a la humanidad entre tinieblas.  – Afirmó Efialtes.

 Lo que no sabían, ni vieron ninguno de los dos, era la gigantesca mole que se les venía encima… Perecieron espachurrados bajo el peñasco que les arrojó Heracles, el favorito de Zeus.

© M. D. Álvarez

viernes, 21 de junio de 2013

Goldbach.



Desde entonces papá ya nunca juega con él. Se sentía terriblemente decepcionado.
¡Pero que esperaba! ¡Que resolviera la conjetura de Goldbach, en cinco minutos! Si tan solo tenía cuatro años y no era ni un Goldbach ni un Euler.
Pero todo se andaría. Se juró desentrañar el mayor problema matemático del mundo: el último teorema de Fermat. Para poder lograr que su padre se sintiera orgulloso de él.

M. D. Álvarez

domingo, 16 de junio de 2013

Perplejo.



La sirena cautiva vomita pulpos de siete patas en la taza del váter, mientras su captor la mira incrédulo.

Cómo iba a saber él, que ella era alérgica a los cefalópodos…

© M. D. Álvarez

Heladora.



Ordenaron colocarle una venda en los ojos para no ver su mirada petrificadora. Por fin había cazado al monstruo, a la única Gorgona mortal y le harían pagar por los pecados de sus otras dos hermanas: Esteno y Euríale, que al ser inmortales, no podían morir.

La mirada de Medusa era aterradora, pero aún mas espantoso, eran sus ofídicos cabellos que habían acabado con las vidas de los que osaron y se atrevieron a vendar los ojos a su dueña.

© M. D. Álvarez

lunes, 10 de junio de 2013

Las trompetas de Jericó.

         Ya habían tocado los seis de los siete arcángeles. Ellos habían conseguido derribar sus respectivos muros.

             Ahora era el turno del séptimo arcángel. Él era el encargado de tocar la última trompeta que seria la que derribaría los muros de la desigualdad. Aunque antes, creo, que se le debió preguntar si sabría tocarla, porque cuando se la llevo a los labios y sopló, surgió un sonido que, en vez de derribar creó más y más muros.

            De ahí que, el pobre, se retirara a meditar sus aptitudes para tocar un instrumento tan poderoso. Mientras, nosotros, seguimos aquí desesperados ante tantos y tantos muros a la espera de que aparezca un arcángel adecuado que, con la séptima trompeta, consiga derribar todos los muros.


© M. D. Álvarez

domingo, 9 de junio de 2013

Hasta que volvamos a vernos.



            Llevabas muerta cinco días. Pero yo te seguía viendo a mi lado,  seguías estando fría y distante.

            Aunque ya sabía que no estabas conmigo, permanecías a mi lado acompañándome en los momentos más tristes de mi vida. Había perdido al ser querido que mas amaba.

            Tenía que decirte adiós, pero era tan difícil despedirse. Sentía que te retenía junto a mí. Y ya era hora de dejarte partir y quedarme sólo con mi dolor, mi querida y añorada esposa. Muy pronto volveremos a vernos, ya que no soy nada sin ti. Ansío el momento de reunirme de nuevo allá donde te encuentres.


© M. D. Álvarez

Mujer de armas tomar.



            No se como lo hice, pero ya estaba hecho y no había vuelta atrás. Por fin, había tenido el valor suficiente para enfrentarse a él y abandonarlo, llevándome a mi hija.

            Ya nunca más volverá a ponerme la mano encima. Porque se la corte con un machete de cocina, cuando iba a pegarme de nuevo.

            ¡Pero, ahora es completamente inofensivo!

© M. D. Álvarez

Scila.



            Los había visto acercarse, con sigilo. Ellos no se percataron de que estaba despierta. Si se hubieran dado cuenta, habrían huido despavoridos. ¡Presos de pavor!. Al verla aparecer ante ellos, cayeron fulminados por el aliento infecto y pestilente que emanaba de las fauces de Scila.

            Los fue devorando uno a uno, pero se reservó unos cuantos, ya que su digestión le resultaba muy pesada y le duraba algo así, como unos diez años.

            Así que los dejó para futuras hambrunas que compartiría con su compañera de enfrente Caribdis y con la que formaba un estrecho endiabladamente difícil de sortear.

© M. D. Álvarez

En el ara de sacrificios.



            Ahora me encuentro al pie del ara, apunto de ser sacrificada a un dios sin nombre. A la espera de que alguien me rescate y me libere de mi inmolación.

            Ya es tarde. Veo venir al oficiante con la daga de diamante. Además para eso me ofrecí. El sacerdote con su toga especial para sacrificios de color azul con borlas doradas y filigranas en color sangre, esta listo. Levanta la daga con ambas manos y zas…

            … la hunde en mi corazón.

            Pero como es posible si aun estoy viva. Entonces me doy cuenta de que morí y mi espíritu se niega a avanzar; por algún motivo permanezco en este lugar.

© M. D. Álvarez

El reencuentro.(Versión mejorada)

Había algo en aquel ser que me atraía, algo que resonaba vagamente en mi memoria. Sus ojos, de un color ambarino profundo, me escrutaban hasta lo más profundo de mi ser.

Me acerqué un poco más y pareció asustarse, aunque no retrocedió. Esperó a que yo diera el primer paso y avanzó cauteloso hacia mí.

- ¿No me conoces? –le oí decir.

- Me eres vagamente familiar –respondí.

Sus colmillos asomaron bajo una dulce sonrisa.

- Tienes mis mismos ojos –afirmó.

La promesa resonó en el aire antes de que sus dientes se hundieran en mi cuello.

Finalmente, había encontrado a mi padre. Ahora, los dos éramos criaturas de la noche, unidos por la sangre y la oscuridad. 

© M. D. Álvarez

sábado, 8 de junio de 2013

Sonrisa angelical.



            Fue lo que me llamo la atención, su sonrisa sin malicia y casi angelical. Me sonrió para atraerme. Aunque ya me había fijado en ella. Su mirada y su sonrisa me hechizaron de tal forma, que haría lo que me pidiera. Era como si no hubiera nadie más en el mundo.

            Pero detrás de esa sonrisa se ocultaba un autentico diablo. Que consiguió lo que quería de mí. Mi alma inmortal. Lo que sé, es que mereció la pena perder lo más sagrado por aquella sonrisa, tan angelical.

            Le había vendido mi alma a un diablo, por una sonrisa que se transformó en un contrato de venta para toda la eternidad.

© M. D. Álvarez

Un final.



            Sentada ante mi ordenador. Me debatía en busca de un final para mi obra y eso que ya la tenía terminada, sólo me quedaba un final apoteósico y se me resistía. Era como  si se negara a concluir la que sería mi obra maestra.

            Hoy por fin he encontrado un final, no como lo esperaba. Pero es un final de acuerdo a lo establecido. No tan apoteósico como lo predije, pero me vale, al menos ya no estoy bloqueada ante el ordenador.

© M. D. Álvarez

Nacimiento del nuevo universo.



            Estaba con un grupo de personas observando aquel cielo tan extraño que tenía la tonalidad de un rojo sangre. Cuando de pronto, surgió de no se donde, aquella cosa. Lo llamo cosa, porque no se como llamar a aquello. Era como un huevo pero del tamaño de un balón de rugby.

            El universo se estaba apunto de desmoronar y aquel huevo parecía que iba a eclosionar. Cuando al fin eclosiono tuvimos asientos de primera fila para asistir a la destrucción de nuestro universo y el nacimiento de uno nuevo

© M. D. Álvarez

Eterna juventud.

Había descubierto el escondite del elixir de la eterna juventud. La hallé en una gruta perdida del Himalaya, custodiada por diez criaturas de un aspecto increíblemente fiero, me estoy refiriendo a celebérrimo Yetis. Pero que resultaron ser de lo más mansos, al menos hasta que intente coger el elixir, después de lo cual se volvieron irascibles. Porque tras coger el elixir la gruta se cerro dejándonos encerrados y con un dilema.

¡Me lo tomo o no!

Si quería subsistir, debería; pero subsistir ¿para qué? si estaba encerrado con aquellas criaturas, que de dóciles angelitos, se habían transformado en diabólicos seres que me miraban con cara de hambre.

© M. D. Álvarez

El fiordo de Walhal.




Es uno de los paisajes más hermosos y extraordinarios que yo había visto. Era el fiordo mas bello y maravilloso que los dioses del Valhala, habían creado para su deleite.

Y ahora que se acercaba el Ragnarok sería destruido por las fuerzas del mal que capitaneadas por Loki, arrasarían y camparían a sus anchas por el reino de Odin.  Y no se libraría ningún lugar de ser ollado por las hordas sanguinarias. Ni siquiera el más bello paisaje de todos que hay sobre la faz de la tierra. Aquel que me había mostrado mi madre en mi niñez, “El estuario de Walhal” 
M. D. Alvarez 

Visionaria.



No sé, murmura Manuela compungida, tras la última oleada de visiones que le acababan de llegar de golpe y porrazo. A penas las distinguía, solo veía leves fogonazos de lo que podría ocurrir.

Sus visiones no son tan claras como cuando era niña. Pero sabía que lo que acababa de ver, era de suma importancia para ella y su familia.

Lo último que recordaba era una serie de ocho números y su nombre en letras grandes: 3, 12, 28, 34, 46 …

© M. D. Álvarez

Hespérides



Esa noche la tropa cenó compota, sin saber de donde había sacado las manzanas el divino Ulises. Él fue el único que tuvo acceso al jardín de las Hespérides, donde Hera había plantado las semillas que su madre Gea le había entregado como regalo de boda. Se encontraban guardadas por el dragón Ladón, que fue vilmente engañado por el artero Ulises.

© M. D. Álvarez

Cartas y rosario.


El cabo Hopkins repartía las cartas con la izquierda, mientra que con la derecha pasaba las cuentas del rosario que, su amigo, el padre Morgan le había regalado.

Un regalo que le obligó a no mostrar a su derecha lo que hacía su izquierda. Por eso cuando apareció muerto, con la bajara en la derecha y el rosario en la izquierda, sus amigos supieron que lo habían matado.


© M. D. Álvarez

lunes, 3 de junio de 2013

El árbol sagrado.



            La escultura estaba hecha de madera de boj, pero era un boj muy especial. Había sido plantado hacia 1.000 años y era un árbol sagrado.

            El leñador nada sabía de su edad ni que era considerado sagrado por la tribu que habitaba en sus alrededores, los bomanis.

            Del leñador podemos despedirnos, pues halló la muerte de forma poco habitual. Digamos, ensartado por diez lanzas. Así que sigamos con el árbol. De su madera sólo se pudo tallar una figura y el artista terminó de igual forma que el leñador. El dueño de la tienda que compró la talla, falleció de la misma manera.

            Y yo que la he comprado, acabo de ver al chaman de la tribu, maldiciendo a todo aquel que osara tocar la madera del boj sagrado.


© M. D. Álvarez