La vajilla rota, reliquia de abuela, yacía en pedazos. El dragón no se inmutó; ¿qué eran platos comparados con siglos de historia? Mamá lloró. Cada fragmento era un recuerdo, un vínculo con su pasado.
La niña, lágrimas en los ojos, eligió. "¿Por qué destruí la vajilla, mamá?" preguntó. "¿Por qué soy tan impulsiva?"
La madre la abrazó. "Porque eres mi hija", dijo. "Y aunque me enfureces, también eres mi tesoro."
El dragón asintió. El amor, más fuerte que cualquier dragón o vergüenza, brilló en los ojos de la niña.
M D Alvarez
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