El suelo estaba alfombrado de hojas de robles, hayas y otros árboles autóctonos de su lugar de origen, y sobre aquel lecho de hojas estaba la criatura más hermosa de toda la creación.
Él, oculto en la floresta, la observaba con deseo y anhelaba las caricias de aquella preciosa criatura. Ella intuyó que alguien o algo la observaba, pero sabía quién era: era el mismo que le llevaba flores a su cabaña y huía raudo y veloz. Tenía que atraparlo, pero ella admiraba su determinación.
Un día quiso sorprenderlo. Observando por la ventana, vio aparecer un magnífico hombre lobo que se acercaba con un ramo de flores en su mano. Ella se sorprendió, abriendo la puerta. Él, asustado, hizo ademán de huir, pero ella le agarró de la mano y lo retuvo con un leve tirón.
Ella sabía que si lo soltaba, huiría y no volvería. Así que lo retuvo con mimo, acarició su pecho, él lleno de ternura, accedió a quedarse con ella.
M. D. Álvarez
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