Cuando llegó a su cafetería favorita, pidió lo de costumbre: un cortado, una rosquilla y un vaso de agua. Era como un ritual; en cuanto se sentaba, sus musas fluían sin medida, ansiosas por cruzar a su mundo lleno de luz.
Ellas habitaban en un universo sombrío, pero habían dado con una puerta a nuestro mundo.
Yo era su puerta y les permitía vislumbrar mis momentos más luminosos y amables. Ellas siempre querían más, pero yo tenía que dosificar sus embates contra el muro de cristal que creé para contener su universo tenebroso.
Si las dejaba entrar, ya no seguirían a mi lado; abandonarían al único ser que las amaba. Por lo tanto, eran unos seres terriblemente fructíferos y anhelantes de transmitir su historia.
M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario