La protagonista, siempre se sentaba en la esquina más alejada. Su cabello oscuro caía en ondas sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y determinación. Aunque era la más joven del grupo, su voz resonaba con convicción cuando expresaba sus ideas.
El pater, era un hombre joven y una mirada penetrante. Siempre llevaba un libro bajo el brazo y se sentaba al frente, observando a todos con una sonrisa enigmática. A veces, intervenía en las discusiones con una anécdota o un proverbio antiguo.
Una tarde, cuando el tema giraba en torno a la compasión, ella levantó la mano y dijo: -Creo que la verdadera compasión va más allá de sentir lástima por alguien. Es actuar con empatía y comprender su dolor, incluso si no podemos resolverlo por completo.
El pater asintió, sus ojos arrugados por la sabiduría. -Tienes razón", dijo. - La compasión es un puente entre los corazones. No se trata solo de palabras, sino de acciones que alivian el sufrimiento.
Y así, las conversaciones continuaron, tejiendo lazos entre los miembros de la congregación. Cada merienda era un recordatorio de que, aunque el mundo podía ser complicado y a veces doloroso, siempre había espacio para la esperanza y la conexión humana.
M. D. Álvarez
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