No podía dejar de teclear, la música las volvía locas y no paraban de susurrarme historias y más historias de su mundo oscuro, hasta el punto de desear entrar en él.
Eso sucedió en medio de uno de sus mejores conciertos. En su mundo, yo era un autor adorable y alcanzable. Ellas me amaban y yo las amaba. Jean Michel Jarre excitaba mis neuronas como nadie y sacaba el genio que había en mí.
Siempre he sido una escritora la que no le faltaba la inspiración, y menos cuando hay buena música de fondo. Al concluir el concierto, volví a la realidad con inspiración renovada e imaginación desbordada.
Creé un mundo para mis musas, donde yo podría ir a visitarlas y recibir sus atenciones y cuidados. No os he dicho el nombre de mi nuevo mundo.
Bueno, quizás un día de estos lo comparta con el resto del mundo. Pero los que me conocen saben de mi ingenio para ocultar a mis bellas musas de ávidas miradas.
M. D. Álvarez
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