La reina, con su larga melena negra ondeando al viento, miró al señor de las tempestades con ojos llenos de determinación. "No podemos permitir que esta tormenta destruya nuestro reino", susurró. "Debemos actuar".
El señor de las tempestades asintió solemnemente. Extendió su mano hacia ella, y juntos comenzaron a recitar antiguos conjuros. Las nubes se retorcieron aún más, formando un torbellino que giraba a su alrededor. Los relámpagos danzaban entre sus dedos entrelazados, y la lluvia caía en cascada sobre ellos.
"Somos invencibles", murmuró el señor de las tempestades. "Ningún enemigo puede igualar nuestro poder".
Pero entonces, desde las sombras, surgió un desafío. Otro señor del mal, con ojos brillantes y una sonrisa siniestra, se acercó a ellos. "¿Creen que pueden gobernar sobre las tormentas para siempre?" preguntó. "Yo también tengo mi propio reino de oscuridad".
La reina apretó la mano de su esposo. "No permitiremos que nos arrebaten lo que es nuestro", declaró. "Lucharemos juntos".
Y así comenzó la batalla en el promontorio, una lucha épica entre los señores de las tempestades. Los truenos resonaron, los rayos se cruzaron en el cielo y la tierra tembló bajo sus pies. Pero al final, fue la unión entre el señor de las tempestades y su reina lo que prevaleció.
Juntos, crearon una barrera de viento y lluvia que envolvió al otro señor del mal, atrapándolo en su propia creación. "Tu reinado ha terminado", anunció el señor de las tempestades con voz firme.
La reina sonrió y besó a su esposo. "Nuestro amor es más fuerte que cualquier tormenta", susurró.
Y así, el promontorio volvió a estar en calma. El señor de las tempestades y su reina se abrazaron, sabiendo que su reino de sombras perpetuas seguiría siendo invulnerable mientras estuvieran juntos.
M. D. Álvarez
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