Sediento como estaba, le cedió el primer sorbo de agua a su compañera, que casi exhausta bebió con desesperación y gratitud.
Cuando hubo apagado su sed, le cedió su lugar en el único sitio con agua fresca.
Llevaban dos días en aquel desierto, él la llevaba a cuestas y se sentía en deuda con ella, así que le cedió el derecho al primer bocado.
Cerca había unas palmeras datileras, ella se encargó de recolectar una buena provisión y se la ofreció. Su amor fue creciendo cada día se hacía más y más intenso.
El día en que tuvieron que abandonar aquel oasis, él la llevó a la espalda. Su peso era liviano, apenas imperceptible. Debían encontrar un pueblo donde conseguir un vehículo y continuar su viaje de conocimiento mutuo. Se debían eso y mucho más si querían casarse, debían conocerse más profundamente.
M. D. Álvarez
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