Y mucha, muchísima mala hostia se veía venir: una horda de descerebrados con muy mala leche se dirigían hacia ellos con el único fin de castigarlos por los pecados que no habían cometido.
Los indefensos críos no supieron lo cerca que estuvieron de ser linchados. Solo una persona se interpuso entre ellos y los hooligans, que como una horda de seres sedientos de sangre, no veían nada más que sangre y vísceras.
Sin embargo, fueron detenidos en seco: aquel gigante alzó la voz de manera atronadora y les recriminó sus actos. Ellos no estaban libres de culpa.
Tal y como llegaron, la marabunta se disolvió, dejando a los chiquillos en paz. Solo el coloso los cogió en brazos y los llevó a su casa.
La chiquilla le dio las gracias besándole en la mejilla. Los padres, asustados, lo expulsaron de mala manera, aunque la jovencita se interpuso y habló en su favor. Les contó cómo aquel gigante los había salvado de ser masacrados por una turba de maleantes..
Sus padres, al ver su error, acogieron al coloso en su humilde hogar.
M. D. Álvarez
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