Habían perdido a su primer hijo y ella se sentía culpable. Él no se lo recriminaba, sabía que había sido muy prudente. Aún así, lo perdió.
Esta vez sería diferente: la mimaría y cuidaría con ternura. Sería un marido y un padre ejemplar.
Su mirada se posó sobre el vientre de su esposa, acariciándolo con ternura. Un nuevo latido, una promesa de vida que llenaba su corazón de esperanza. Esta vez, no fallaría. Sería el escudo protector de su familia, el faro que los guiaría a través de cualquier tormenta.
La tragedia del pasado solo serviría como un recordatorio constante del amor que los unía, un amor que ahora se multiplicaba y se fortalecía con cada palpitar de la nueva vida que crecía en su interior. La prudencia seguiría siendo su guía, pero esta vez estaría templada por la infinita ternura y la férrea determinación de proteger a su amada y a su futuro hijo.
M. D.Álvarez
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