Los prados iban transformándose según les iba dando la luz del sol, cambiaban de color del rojo fuego al verde intenso del vergel más verde.
Allí fue donde se decidió el destino de la especie humana, al calor del sol y al frescor de la bella vegetación, el paisaje más idílico para decidir si comenzar la creación o disfrutar de los vivos colores con los que había dotado el hado a su pequeño reducto, donde debía decidir el destino, el sino de una nueva raza.
M. D. Alvarez
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