Su pelo caoba y sus lindos ojos color café lo volvían loco. No podía dejar de mirarlos.
Haría lo que ella le pidiera, incluso tirarse por un puente. Pero ella no le pidió tanto, solo su corazón, a lo que él accedió. Se abrió el pecho y se lo entregó.
Ella, sorprendida, lo cogió y lo estrujó. El cuerpo de él yacía a sus pies sin vida, mientras ella devoraba su pobre corazón aún sangrante.
M. D. Alvarez
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