Bajo un cielo cuajado de estrellas y constelaciones, y al amor de una gran hoguera, se amaron con pasión.
Las estrellas, testigos mudos, parecían parpadear en complicidad. Sería la última vez que se verían y tendría que perdurar en el tiempo y en su recuerdo.
No habría más encuentros físicos, pero sus almas se encontrarían en los sueños, en ese espacio donde las distancias no existen y los corazones laten en sincronía.
M. D. Alvarez
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