Había mordido hasta destrozar su precioso peluche, pero no había probado el mordedor que le había traído el abuelo.
Cuando hubo acabado con su peluche, fijó su blanco en la mascota de la familia. Al ver cómo estaban las cosas, saltó volando y no volvió hasta percatarse de que no había peligro.
Había que ser comprensivo, pues le estaban saliendo los colmillos y tenía unas ganas rabiosas de morder.
El pequeñín era el segundo vástago de vampiro que nacía en la familia.
M. D. Alvarez
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