El aroma del té llenaba la habitación mientras ella sostenía la taza con delicadeza. Sus ojos brillaban al mirar la tetera, y su sonrisa me hizo sentir que había tomado la decisión correcta al invitarla.
Hablamos de nuestras madres, compartiendo historias y risas. La tetera, ahora más que un objeto, se convirtió en un símbolo de conexión y esperanza.
En ese momento, supe que mi madre estaría orgullosa de mí. Y así, entre susurros y sorbos, comenzamos a escribir nuestra propia historia.
M. D. Álvarez
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