miércoles, 11 de septiembre de 2024

Adrenalina

Nuestro protagonista era un adicto a las emociones fuertes; ansiaba las dosis de adrenalina cada vez que necesitaba un chute de epinefrina. Se las ingeniaba para subirse a un avión y lanzarse en caída libre, escalar sin cuerda de seguridad o bucear a pulmón con tiburones. Su furor lo llevaba a tales cotas que quienes iban con él no sabían si estaba loco.

Nada más lejos de la realidad, su naturaleza era un enigma y su capacidad para superar sus miedos era inigualable. Si hubiera una manera más sencilla de obtener su chute de adrenalina, estoy segura de que preferiría seguir arriesgando su vida. 

La última locura que se le ocurrió, y que disparó sus niveles de endorfinas, fue cuando vio a aquella preciosa joven de ojos verdes y cabello negro. 

La vio alejarse nadando más allá de la boya de seguridad. Fue entonces cuando presintió que algo iba mal. Se lanzó al mar y nadó hasta donde la había visto, buceó en busca de su cuerpo, lo encontró. Ella no respiraba.

Él la llevó de vuelta a la playa y le hizo el boca a boca, en el cuarto intento, se despertó asustada. Quiso saber quién la había rescatado. 

Los curiosos le dijeron que un joven de ojos azules y cabello caoba que acababa de irse. No volvería a verlo hasta años después, cuando reconoció aquellos ojos azules. Seguía siendo adicto a las emociones fuertes.

M. D. Álvarez

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