martes, 17 de septiembre de 2024

Dioses y hombres.

Este relato puede que no tenga sentido, pero para mí sí lo tiene. Comenzó mucho antes de que yo naciera, antes de que ninguno de mis predecesores existiera, cuando los dioses habitaban tanto en los cielos como en la tierra.

Un buen día, Sathok, dios del trueno, preguntó a su pareja, la diosa del deseo, Chiole: ¿Por qué no podemos crear más dioses? Ella le respondió: "Porque si creamos más dioses, nos quedaremos sin sitio tanto en los cielos como en la tierra. ¿Y si los creamos perecederos?" Ella se quedó pensativa. ¿Cómo hacer dioses perecederos? Hasta el momento, todos los dioses podían crear a sus parejas de forma asexual. Nunca se habían tocado. Así que los dos juntos se pusieron manos a la obra y disfrutaron del placer que hasta aquel momento les había sido negado.

Tras una semana de gestación, nació el primero de muchos héroes y reinas. Pasaron los milenios, Sathok y Chiole siguieron concibiendo hijos bravos y reinas sin par. Ellas se unían a los héroes y daban a luz tras nueve meses de gestación anuevas generaciones.

Así siguieron las cosas hasta que los primeros dioses eternamente jóvenes abandonaron su hogar en la tierra y partieron a poblar el inmenso cosmos, hasta aquel momento frío pero lleno de luminarias. Sus hijos siguieron poblando y muriendo hasta el día de hoy, que es donde nací yo, una portadora de dones divinos que me encaminó al encuentro de mis ancestros.

Continuará...
M. D. Álvarez 

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