viernes, 6 de septiembre de 2024

El roble rosa.

El cielo había variado en los últimos 500 años, ya no era azul como sus ojos; ahora era de un turquesa sucio y el aire era casi irrespirable. Solo los más fuertes se aventuraban a salir.

Él era uno de los pocos que había sido escogido para fortalecer su organismo y poder deambular por el mundo exterior, mientras el resto de la población subsistía bajo la superficie del planeta.

Él y sus compañeros fueron los escogidos para tratar de revertir el cambio climático, injertando e hibridando algunas de las pocas plantas y árboles que a duras penas lograban sobrevivir. Un día, en una de sus idas y venidas, descubrió un gran árbol que parecía un roble, pero no lo era; era una especie diferente, con hojas de un intenso color rosa y unas bellotas de un delicado colorazul turquesa. 

Junto al árbol halló una lápida con la inscripción que decía: "El fin de los tiempos se acerca, pero tú sobrevivirás".

El protagonista, cuyo nombre era Elian, se quedó mirando la lápida durante varios minutos. La inscripción resonaba en su mente como un eco inquietante. ¿Qué significaba? ¿Quién había dejado ese mensaje? Y lo más importante, ¿por qué él sobreviviría?

El árbol rosa también lo intrigaba. No se parecía a ninguna especie que hubiera estudiado en los archivos subterráneos. Sus hojas eran suaves al tacto, y cuando el viento soplaba, parecían brillar como si estuvieran iluminadas desde dentro.

Decidió explorar más a fondo. Se acercó al árbol y examinó su corteza. Era rugosa pero no áspera, y tenía un tono plateado que contrastaba con el rosa intenso de las hojas. Elian sacó su herramienta de injerto y realizó una pequeña incisión en la corteza. Para su sorpresa, la savia que brotó era de un color dorado brillante.

—¿Qué eres? —susurró Elian al árbol—. ¿Y por qué estás aquí?

El árbol no respondió, pero Elian sintió una extraña conexión con él. Como si compartieran un propósito, una misión. Recordó las palabras de la lápida: “El fin de los tiempos se acerca, pero tú sobrevivirás”. ¿Acaso el árbol tenía algo que ver con su supervivencia?

Elian decidió llevar una muestra de la savia dorada al laboratorio subterráneo. Tal vez los científicos podrían descifrar su composición y entender su propósito. Pero antes de irse, miró una vez más al árbol y prometió volver.

La muestra recogida por Elian fue sometida a varias pruebas que dieron unos resultados espectaculares: absorbía el nitrógeno, el azufre y el dióxido de carbono, y los transformaba en oxígeno.

La alegría de saber que podrían revertir los altos niveles de nitrógeno, azufre y dióxido de carbono se vio truncada al darse cuenta de que solo habían encontrado un único ejemplar de roble rosa. Debían recolectar sus semillas.

Plantarlas en un vivero y, a medida que crecieran, deberían ser insertadas en los pocos árboles que quedaban en los escasos reductos que les habíamos dejado. Sería una tarea titánica que ni él ni sus compañeros verían acabada, pero que a futuras generaciones las liberaría de su encierro subterráneo. 

M. D. Alvarez

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