-Muerto, pero mío... Por fin te he atrapado -dijo la señora-. Eres mío para toda la eternidad. Tus huesos blancos, tu ajada carne y todo tu ser me pertenecen. En vida no me hacías caso, me ignorabas y ahora que estás muerto te reclamo.
-¡Que sepáis que no sois inmortales y yo, doña guadaña, tengo el poder de arrebataros la vida cuando me parezca! -exclamó la negra muerte, tocando con su guadaña al difunto que se alzó presuroso junto a ella.
M. D. Alvarez
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