viernes, 20 de septiembre de 2024

La montaña del diablo. Segunda parte.

La Montaña del Diablo se alzaba imponente frente a mí, sus picos cubiertos de niebla y secretos. Mi esposa, con su piel magenta y cabello verde esmeralda, me miró con ojos llenos de determinación. Las criaturas, pequeños seres naranjas con ojos verdes, se aferraban a su falda, temerosos pero valientes.

-¿Por qué vienen aquí? rugí, mis cuernos brillando bajo la luna. -Esta montaña no es para los codiciosos ni los débiles.

El líder de los intrusos, un hombre con ojos avivados por la avaricia, se adelantó. -Buscamos el corazón de la montaña", declaró. Dicen que concede deseos.

Mi esposa apretó mi mano. -No podemos permitir que lo encuentren, susurró. -Nuestros hijos dependen de nosotros.

Asentí. La montaña era más que una simple formación rocosa; era un guardián de secretos ancestrales. Si el corazón caía en manos equivocadas, todo estaría perdido.

Guié a los intrusos por pasadizos ocultos, desafiando la gravedad y las trampas mortales. Pero cuando llegamos al corazón de la montaña, encontramos algo inesperado: no era un tesoro, sino un espejo.

El hombre codicioso se miró en él, sus ojos llenos de deseo. -¿Qué deseas? preguntó el espejo.

-Riquezas, respondió él. Poder.

El espejo se rió, una risa fría y sibilante. Tus deseos son vanos. Pero puedo concederte algo más valioso.

El hombre se inclinó, ansioso.

-La verdad, susurró el espejo. -La verdad sobre ti mismo.

El hombre gritó mientras su reflejo se desvanecía, revelando su verdadera naturaleza: un ladrón, un mentiroso, un corazón oscuro.

Miré a mi esposa y a mis criaturas. ¿Y nosotros? pregunté.

El espejo nos mostró nuestras almas: amor, sacrificio, valentía. No necesitábamos riquezas ni poder. Teníamos algo más precioso.

Así que sellamos el espejo y volvimos a la superficie. Los intrusos se fueron, sus deseos rotos.

La Montaña del Diablo seguía siendo nuestro hogar, pero ahora también era nuestro protector. Y yo, con mi piel negra y cuernos blancos, sabía que mi apariencia no importaba. Lo que importaba era lo que llevaba en el corazón.

M. D. Álvarez 

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