Destrucción y atrocidades se sucedían a su paso; él era el enviado del terror, aniquilando existencias y merodeando en las tinieblas. Todo eso era él y mucho más, también era padre y esposo.
Su trabajo como enviado del mal le había granjeado pingües beneficios; con cada alma y sistema destruido, más y más lo valoraban, pero él tenía una espina clavada en su corazón: su mujer y sus hijos sufrían el acoso de los demás enviados del mal.
Así que un día les dijo a su esposa e hijos: "Nos vamos de vacaciones. Os lo debo por el mal momento que estáis pasando debido a mi trabajo. Al fin y al cabo, yo también me merezco unas vacaciones".
"Claro que sí, mi vida, te lo debo eso y mucho más", dijo ella besándole dulcemente.
M. D. Álvarez
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