Aún juega, sin avergonzarse, con nosotras, sus muñecas. Cada tarde, después de la escuela, nos sienta en fila y nos cuenta historias de mundos mágicos. Sus ojos brillan con la misma ilusión de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado. Nos viste con ropas nuevas que ella misma cose, y nos peina con esmero.
A veces, sus padres la observan desde la puerta, sonriendo con ternura. Saben que esos momentos son un refugio, un rincón donde la inocencia aún reina.
Y así, entre risas y susurros, el mundo real se desvanece, dejando solo la magia de su imaginación flotar en el aire, su reino lleno de ilusión.
M. D Álvarez
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