En la penumbra de un caserón decrépito, una familia había desaparecido sin dejar rastro, víctimas de una tragedia que aún susurraba entre las paredes mohosas. El padre, consumido por la locura, invocó a entidades infernales, ofrendando a su esposa e hija a cambio de su cordura.
Los servidores del averno, insaciables y crueles, no solo reclamaron a las mujeres, sino que también se llevaron al hombre, dejando la casa en un silencio sepulcral, impregnada de un aura siniestra.
Las sombras alargaban sus dedos deformes, como si buscaran atrapar a aquellos que osaran perturbar la quietud del lugar. Un escalofrío recorría la espina dorsal de quienes se acercaban, presintiendo la oscuridad que habitaba en el interior.
La casa se convirtió en un monumento al horror, un recordatorio de la locura y la maldad que acechaban en el corazón de los hombres. Un susurro macabro flotaba en el aire, contando la historia de una familia devorada por las tinieblas.
M. D. Álvarez
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