La halló herida, pero había logrado ocultar su tesoro más hermoso: sus cuatro cachorros, que al verlo regresar corrieron hacia él. Apesadumbrado, lamió las heridas de ella, que milagrosamente cicatrizaron por el amor que él sentía por ella.
Tenía que buscar una nueva ubicación para su cubil, aquel ya no era seguro para ellos. Encontró un lugar inexpugnable en un risco alejado de su anterior cueva. Primero trasladó amorosamente a sus cuatro cachorros, llevándoselos de uno en uno sujetándolos con la boca.
Por último, fue a buscar a su compañera y la acompañó, sirviéndose de apoyo cuando las fuerzas le fallaban. Ya en su nuevo bastión, se dedicó a cuidar de ella y de sus cuatro cachorros hasta que ella se recuperó por completo.
M. D. Álvarez
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