Su ofuscación era evidente, no lograba satisfacerla por completo. Era la única que se le había resistido, y aunque la quería, ella no se lo iba a poner fácil. Le haría sudar. Lo tentaba, insinuándose.
Cuando él caía a sus pies, ella huía, obligándolo a perseguirla. Como una tierna cervatilla perseguida por un lobo agotado y exhausto pero lleno de determinación, siguió el rastro de la cervatilla a través del espeso bosque. Cada vez que creía estar cerca, ella se desvanecía entre los árboles, dejando solo el eco de su risa traviesa.
Finalmente, el lobo la acorraló en un claro bañado por la luz de la luna. La cervatilla, jadeante y con los ojos brillantes, no intentó huir. En cambio, se acercó lentamente al lobo y rozó su hocico contra el pelaje áspero.
"¿Por qué me persigues?" preguntó ella, su voz suave como el susurro del viento entre las hojas.
El lobo la miró con ojos ardientes. "Porque eres mi desafío, mi obsesión. Quiero conocerte, descubrir tus secretos."."
La cervatilla sonrió. "Entonces, lobo, ¿qué harás ahora que me tienes aquí?"
El lobo no respondió con palabras. En cambio, la atrajo hacia sí y la besó con una pasión que había estado ardiendo en su interior durante demasiado tiempo. Ella respondió con la misma intensidad, y en ese momento, el mundo se redujo a ellos dos: el cazador y su presa, la pasión y la rendición.
Ella, satisfecha, lo colmó de besos y caricias y así, en ese claro bajo la luna, el lobo y la cervatilla escribieron su propia leyenda, una historia de deseo, resistencia y amor en un mundo donde las fronteras entre lo salvaje y lo humano se desvanecían.
M. D. Álvarez.