La descubrió en un concierto y solo tenía ojos para ella; no podía apartar la mirada. Incluso sus amigos comenzaban a cuchichear. Uno de ellos le dijo: "Será mejor que vayas por ella o se te irá con el primero que llegue".
Se dirigió hacia ella y, al verlo llegar, le dio la impresión de conocerla de toda la vida.
"Hola, ¿nos conocemos? —preguntó ella con una sonrisa pícara.
"Creo que no, pero me resultas familiar" dijo él, siguiéndole la corriente, aunque percibió un atisbo de tristeza en sus ojos.
Claro que se conocían, pero él había sufrido un grave accidente en el que perdió la memoria. Antes del accidente, eran pareja. Ella intentaba que recordara, buscando encuentros fortuitos en los que él no podía apartar la mirada de ella. Aquella había sido la única vez que él se había atrevido a acercarse.
"¿Quieres algo de beber? " preguntó él, sintiendo que sabía lo que le gustaba beber. "¿Un daiquirí?", dijo él antes de que ella respondiera. Se sorprendió al ver en sus ojos un brillo especial.
Todavía hay esperanzas, pensó ella; no había olvidado todo. Cuando volvió con las bebidas, la cogió dulcemente por la cintura y bailaron plácidamente como si no hubiera nadie.
Hasta que uno de sus amigos, un tanto ebrio, quiso separarlos de malos modos. Él, cortésmente, la dejó a un lado y le soltó un guantazo, diciéndole al oído: "Si vuelves a tocarla, no seré tan condescendiente".
Volvió con ella; inusitadamente, comenzó a tener unos recuerdos inconclusos sobre ella.
"¿En serio, nos conocemos?", volvió a preguntar.
"Ven conmigo y te lo contaré todo", dijo ella, sabiendo que él había comenzado a recordar.
El bar estaba lleno de risas y música. Los dos se sentaron en una esquina apartada, como si el mundo entero desapareciera a su alrededor. Ella tomó un sorbo de su daiquirí y comenzó a hablar.
"Nos conocimos hace años", dijo ella, mirando fijamente el vaso. "Éramos inseparables. Nuestras risas llenaban las calles, y nuestras manos siempre estaban entrelazadas".
Él asintió, tratando de recordar. Las imágenes eran borrosas, pero algo en su corazón resonaba con sus palabras.
"¿Qué pasó?" preguntó él, sintiendo que había un abismo entre ellos.
Ella suspiró. "Un accidente. Un día, mientras caminábamos por el parque, fuimos atropellados por un automóvil. Yo sobreviví, pero tú... perdiste la memoria. No recordabas nada de nosotros".
Él se quedó en silencio, procesando la información. "¿Y tú? ¿Por qué no me buscaste?"
"Lo hice", dijo ella con tristeza. "Pero tus amigos no me dejaron verte y me dijeron que yo había sido la responsable de tu pérdida de memoria". Así que decidí esperar, esperar a que algún día nuestros caminos se cruzaran de nuevo.
"Y aquí estamos", murmuró él, mirándola a los ojos. "¿Por qué no me lo dijiste antes?"
"Porque tenía miedo de tus amigos y de que no me recordaras", confesó ella. "Pero ahora... ahora que estás aquí, siento que hay una segunda oportunidad".
Él extendió la mano y acarició su mejilla. "No sé si puedo recuperar todo lo que perdí, pero quiero intentarlo. Quiero recordarte".
Ella sonrió, y en ese momento, el mundo se redujo a dos personas en un rincón de un bar. No importaba el pasado ni el futuro. Solo existía el presente y la promesa de un amor que había sobrevivido al olvido.
"Espérame un momento, vuelvo enseguida", dijo, alejándose en dirección a sus tres amigos, a uno de los cuales había dejado KO. Se dirigió al que lo había animado a acercarse a ella y le dio las gracias; al otro lo golpeó por unos gestos obscenos que le había dedicado dirigiéndose a ella. Lo dejó tirado en el suelo y volvió con ella.
"Nos vamos", dijo, tendiéndole la mano. Ella aceptó y lo llevó a todos los lugares que frecuentaban. Él iba recordando cada momento e instante en el que la había conocido.
Su historia, separada por el destino y la amnesia, se entrelaza con la esperanza y la nostalgia. El bar se desvaneció a su alrededor mientras compartían risas y recuerdos. El tiempo se detuvo, y en ese rincón apartado, encontraron una segunda oportunidad para el amor.
Él la miró con determinación. "No importa cuánto tiempo haya pasado. Quiero recordarte, quiero volver a ser parte de tu vida".
Ella sonrió, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. "Yo también quiero eso. Pero hay algo más que debes saber". Tomó su mano y lo llevó fuera del bar, hacia la calle donde todo comenzó.
Allí, bajo la luz de la luna, ella le contó la verdad completa. Cómo habían sido almas gemelas, cómo habían compartido risas y secretos, y cómo el accidente los había separado cruelmente. Pero también le reveló algo más: un diario que ella había guardado durante todos esos años.
"Está lleno de nuestras historias", dijo ella. "Cada momento, cada detalle que compartimos. Si quieres recordar, léelo".
Él tomó el diario con manos temblorosas y comenzó a leer. Las palabras saltaron de las páginas, llevándolo de vuelta a su pasado. Las risas en el parque, los besos robados, las noches de insomnio compartidas. Cada página era un fragmento de su historia, y él se aferró a ellas como si fueran su salvación.
"¿Recuerdas ahora?" preguntó ella, mirándolo con esperanza.
Él asintió, lágrimas en los ojos. "Sí, recuerdo. Y no quiero perderlo de nuevo".
Ella lo abrazó, y en ese abrazo, encontraron la reconciliación. El pasado y el presente se fusionaron, y supieron que su amor era más fuerte que cualquier obstáculo. Juntos, caminaron hacia el futuro, dispuestos a escribir una nueva historia llena de recuerdos compartidos y promesas renovadas.
Y así, en esa noche mágica, el olvido se convirtió en un puente hacia un amor eterno.
M. D. Álvarez