viernes, 31 de enero de 2025

Mohenjo Daro.

Cuando abrió la puerta, se encontró con un paquete de gran tamaño envuelto en papel de regalo. Estaba dirigido a ella por la única persona a la que respetaba; llevaba desaparecido tres años y aquella era la única muestra de que seguía vivo. 

Cogió el paquete y lo depositó en la mesa del salón, quitó el papel de embalaje y encontró una caja de cartón meticulosamente cerrada. Cortó la cinta adhesiva y abrió la caja; lo que encontró la maravilló. Se dio cuenta de que él la escuchaba, aunque pareciera que nadie lo hacía. 

La escuchó cuando decía que las primeras culturas no eran las de Mesopotamia, sino las de Mohenjo Daro, del valle del Indo. Al parecer, había descubierto un antiguo pergamino que relataba las aventuras del primer rey de la dinastía mitológica de Harappa, Vishnu. 

Ya me diréis que Vishnu es uno de los dioses del hinduismo, pero según este pergamino, no era el primer rey-dios de todo el valle del Indo.

Ella se encariñó aún más con él, ya que era el único que, aunque estuviera en una misión, siempre encontraba tiempo para encontrar algo del agrado de ella. Aquel pergamino lo encontró mientras exploraba una de las ruinas de la ciudad de Mohenjo Daro, cuyo nombre significa "montículo de la muerte", haciendo referencia a la gran batalla que se llevó a cabo entre los ejércitos del rey-dios Vishnu y los ejércitos invasores. 

Devoró con avidez los escritos ricamente elaborados. Dos semanas después, alguien llamó a su puerta; era él, que había vuelto a su lado.

M. D. Álvarez

Perro ladrador.

Llevaba todas las noches aullando y ladrando; era como si no tuviera medida y no durmiera. Algo le pasaba a aquel cachorrito de Shar Pei.

Los dueños, una pareja de ancianitos, lo trataban con ternura, lo alimentaban, lo bañaban y lo sacaban a pasear todos los días. Era una auténtica ricura, con sus arrugas y sus lindos ojillos; era la comidilla del barrio.

Es verdad que llevaban algunos días sin verlos, pero estarían de vacaciones, o eso creían. Al oír día sí y noche también al cachorrito ladrar y aullar, llamaron a la policía, que, cuando entró en la vivienda, se encontró con los cuerpos de los ancianos tendidos en la cama sin vida y al tierno cachorrito de Shar Pei gruñendo a los policías que trataban de llevarse a sus dueños.

M. D. Álvarez

Café de civeta.

En aquella coqueta cafetería se servía el mejor café del mundo y siempre le tenían el mejor asiento. Aunque era de color inquieto, siempre sacaba tiempo para tomarse una rica tazita de café. Si hubiera sabido de dónde salía aquel maravilloso café, no se hubiera dignado ni a probar un sorbo. 

Este café recibía un nombre peculiar: kopi luwak o café de civeta. Sí, civeta; la civeta es un mamífero carnívoro que ingiere los granos de café y, después de la defecación, son recogidos por los lugareños, que los ponen al sol, sacándolos y moviéndolos constantemente. 

Como comprenderéis, no he vuelto a probar aquel delicioso café, pero el sitio sigue llamándome, pues tienen todo tipo de cafés, como el café de las montañas azules de Jamaica o el magma café de Etiopía.

M. D. Álvarez.

El lobo, él oso y el granjero.

Su territorio comprendía gran parte de las granjas de corderos, solapándose con otro territorio que no era el suyo, el cual pertenecía a un gran oso gris.

Al solaparse con otro territorio, debía andarse con cuidado; aunque era un gran lobo plateado, estaba en la flor de la vida y deseaba hacerse con el territorio de aquel gran oso gris.

Se propuso tenderle una trampa. Había un gran árbol de ramas retorcidas que atrajo al gran oso hacia él, esquivando los recovecos. Lo hizo enzarzándolo en las ramas.

Cuando lo tuvo inmovilizado, lo atacó con una gran dentellada certera en el cuello del oso, desgarrándole la tráquea y dejándolo morir. Se hizo, por fin, con un gran territorio que contenía suficiente comida para él y toda su manada. 

Cuando escasearan los alimentos, irían a por los corderos de la granja, pero eso sería lo último, pues sabía cómo se las gastaba el granjero. Él eliminaría a su manada con trampas y a tiros.

M. D. Álvarez 

jueves, 30 de enero de 2025

Una bala por ella.

Los cuatro eran muy buenos amigos; todos hubieran recibido una bala por ella, pero solo uno de ellos era su favorito, con el que dormía todas las noches. Y fue precisamente él quien se interpuso en el camino de aquella fatídica bala. Habían abierto fuego contra ella, que tan solo pasaba por allí. Los antidisturbios la cercaron e impidieron que llegara la ayuda. Ella no conseguía llegar hasta él; no lograba verlo y se abrió paso a empujones hasta donde él estaba tendido, inconsciente. Nadie le taponaba el orificio de entrada. Ella lo sujetó, hizo un ovillo con su chaqueta y presionó. Por suerte, la bala aún estaba dentro. Llamó a los otros dos amigos, que acudieron sorprendidos.

—Este siempre metiéndose en líos —dijo uno jocosamente.

Al punto, ella lo fulminó con la mirada, diciendo: 

—Si no vas a ayudar, mejor te largas.

—Llama a una ambulancia —le dijo al otro.

En menos de diez minutos, la ambulancia lo trasladó a un hospital. Ella fue con él, dejando a sus otros dos amigos con cara de "a ver qué ha pasado aquí".

M. D. Álvarez 



La persecución.

El impulso que lo movía a amarla con todo el corazón le obligaba a avanzar y perseguirla para conseguir su favor. Su furia era incontrolable cuando ella aparecía en su radar; corría tras ella y, cuando la perdía de vista, esperaba, pues sabía que ella lo buscaría para correr delante de él y hacer que la atrapase. Lo deseaba de verdad, aunque sus amigas no veían bien que se dejara coger para retozar con él.


El juego de perseguirla y ser perseguido se había convertido en su rutina favorita. Cada vez que ella se reía y lo desafiaba a atraparla, su corazón latía más rápido. 

Era como si el mundo se detuviera a su alrededor, y solo existieran ellos dos en esa danza frenética. Sin embargo, las miradas desaprobadoras de sus amigas lo hacían dudar. 

—¿No crees que deberías dejarlo? —le susurró una de ellas, frunciendo el ceño mientras observaba cómo él se acercaba.

Pero ella solo sonreía, disfrutando del momento y de la adrenalina que corría por sus venas. 

—¿Y perderme esta diversión? —respondió ella con picardía, antes de girar sobre sus talones y salir corriendo otra vez.

Él no pudo evitar reírse, sintiendo que cada carrera lo acercaba más a ella. En el fondo sabía que no podía rendirse; la emoción de atraparla era demasiado dulce como para dejarla escapar.

M. D. Álvarez 

El regato.

Aquel diminuto regato era un regalo para aquellas tierras casi yerbas; solo el frescor de sus aguas mantenía un idilio con la escueta ribera. 

Tan solo era molestada por aquellos seres de dos patas, dos brazos y una gran cabeza que empezaban a arruinar el delicado equilibrio entre el dulce regato y la mansa orilla, pisoteando con sus grandes pies la tierna hierba que crecía bañada por las amorosas aguas del pequeño riachuelo. 

Este pequeño continuaba descendiendo y aumentando la corriente hasta convertirse en un caudaloso río que seguía amando sus orillas, a las que enviaba oleadas de amor con suaves ondas. 

Los que antes trataban de molestar al pequeño regato ahora eran presas de su caudal y no volverían a mancillar sus adoradas y amadas orillas.

M. D. Álvarez

miércoles, 29 de enero de 2025

Nuestra estrellita.

Aquella preciosa estrellita no tenía fuerza suficiente para competir con el fulgor de sus hermanas mayores, que se diseminaban por todo el orbe. Ella, tan solo era una estrella mediocre, o eso es lo que le habían contado sus hermanas mayores. 

Un día, surgió en la oscuridad un pequeño puntito azul, y ella se vio atraída por aquel minúsculo punto azul, que era igual que ella: mediocre. Su situación en el cosmos era en la oscuridad, sin tanta saturación de estrellas. 

Solo ella, la más pequeña, vio algo en aquel mundo azul, algo que la llevaría a brillar orgullosa por haber encontrado su lugar en el universo: cuidar de aquel precioso mundo lleno de vida que, gracias a su pequeña estrellita, logró hacerse ver en el gran orbe que poblaba.  

M. D. Álvarez

Tensión.

Ella lo prefería arrogante y provocador. Él sentía sus necesidades y trataba de complacerla de todas las maneras posibles, llegando a cotas jamás vistas. Ella lo llevaba a una erección prolongada y satisfactoria para ambos; con tan solo el leve roce de su mano sobre su miembro, lograba excitarlo. 

Él controlaba sus impulsos salvajes y se dejaba satisfacer por ella, que conocía sus deseos más íntimos y sabía cómo prolongar su lujuria y pasión. Así continuaron horas satisfaciéndose mutuamente. Ella adoraba su aguante; con mimo, lo llevaba a un éxtasis prolongado.

Cada día que se veían, su deseo iba en aumento; cualquier lugar les valía para desfogarse. Aunque estuvieran separados, permanecían anhelando sus prolongados escarceos.  

M. D. Álvarez

martes, 28 de enero de 2025

La mosca cojonera.

Aquella mosca cojonera no hacía nada más que molestar; se creía más rápida que los gigantes a los que no paraba de fastidiar. Estos no cesaban de hacer aspavientos para espantarla. Ella no se arredraba y los seguía incomodando; solo cesaba de hostigarlos cuando aquel dulce amarillo aparecía en la mesa. 

Solo en ese momento dejaba de atosigar a los gigantes, pero lo que no sabía aquella mosca era que aquel dulce amarillo era terriblemente pegajoso, quedando atrapada en tan dulce sustancia y, por tanto, a merced de los gigantes, que sin miramientos la espanzurraron de un manotazo.

M. D. Álvarez 

lunes, 27 de enero de 2025

El hombre lobo y la doncella 2da parte.

Pasaron los años, y el joven lobo creció, convirtiéndose en una imponente figura de fuerza y nobleza. Su madre, orgullosa, veía cómo su hijo se transformaba en el protector que siempre había soñado. Sus habilidades de caza y su inteligencia lo hacían respetado entre los suyos.

Un día, mientras patrullaba los límites de su territorio, recordó a la doncella que le había prometido esperar. La curiosidad y un nuevo despertar de sus instintos lo llevaron a buscarla. La encontró en el mismo claro del bosque, ahora convertida en una mujer de belleza madura y serena.

Ella lo miró con los mismos ojos llenos de deseo, pero esta vez con una mezcla de respeto y admiración. "Noble lobo," dijo ella, "he cumplido mi promesa. He esperado por ti, y ahora estoy lista para ofrecerte mi amor y mi lealtad."

Él, visiblemente excitado, se acercó a ella y lamió dulcemente su rostro. Se la llevó fuera de aviesas miradas, a lo profundo del bosque, donde la tomó con gallardía y dulzura. Ella aceptó lujuriosa su miembro; mientras él la penetraba, ella gemía de placer. Su unión fue profunda y consentida; ella le había ofrecido su virginidad y él la tomó con delicadeza y suavidad. 

Tras aquel encuentro, ella lo buscaba con asiduidad cuando él iba a cazar y a patrullar por el bosque. Cada encuentro entre ambos era una explosión de deseos y pasiones que los dos se satisfacían mutuamente. 

M. D. Álvarez

Desechos.

A la muerta hoy también le ha arrancado la cabeza. Así, sin contemplaciones ni historias, no había cumplido sus expectativas y se desquitó, destripando su blanco vientre y privándola de su cabeza. 

Ella, que siempre había sido su favorita, ahora no le servía de nada; por eso, no le sorprendió que la arrojara al cubo de la basura. 

—Que pase la siguiente", oyeron al joven y apuesto aprendiz de matasanos. Todos nos quedamos pensando: ¿Quién es la siguiente?

Él se asomó a la puerta y dijo: —No tengo todo el día, que pase la número 50". Era la más jovencita y, extasiada por sus ojos azules, entró y jamás salio...

M. D. Álvarez 

domingo, 26 de enero de 2025

Unicornio aéreo y terrestre.

Su enorme cuerno le daba una característica fabulosa y mágica; sus doradas crines, un aspecto noble, y su denso pelaje de tono caoba lo hacían parecer divino. Pero no era ni un ser noble ni divino; tan solo era un hermoso unicornio de las nubes. 

Con sus ojos azules centelleando, galopaba por los cielos, surcando las grandes alturas, hasta que un día vio allá abajo, en la tierra, una preciosa hembra de unicornio de tierra, cuyas crines grises ondeaban al viento. Su color de ojos era ambarino y su pelaje, del más inmaculado blanco. El unicornio de aire descendió a la tierra y se acercó a la preciosa unicornio, que, viéndolo tan gallardo, lo aceptó en su manada. 

Fue recibido con alegría, ya que los unicornios de tierra veneraban a los unicornios de aire. La hembra líder de los unicornios de tierra lo eligió como pareja por su brío y bravura. 

Era un gran semental que cubriría las necesidades de la hembra, dando hermosos bengalas de preciosos colores, terrenos y aéreos; podrían cabalgar tanto en tierra como en el aire.  
M. D. Álvarez

sábado, 25 de enero de 2025

El hombre lobo. y la doncella.

Una especie diferente había nacido; no era un ser de luz, era todo lo contrario: oscuro y agresivo. Su aspecto era tenebroso, pero también tenía cierta hermosura. Su cuerpo, alto y musculoso, rozaba lo divino, y su semblante lobuno, pero con mirada inteligente, lo hacía susceptible a las habladurías. 

Las malas lenguas decían de él que su madre era una humana que compartía su lecho con cualquiera, incluso con criaturas de la noche, dando a entender que él era un ser inferior. Su madre hacía oídos sordos a las habladurías y le decía que su padre era un precioso lobo dorado con el cual yació en varias ocasiones; jamás la forzó, ella consintió en compartir su lecho con él. 

Lo amaba por su porte noble y su sentido de la protección; siempre la defendía. Ahora él, un lindo cachorro entre humano y lobo, debía protegerla. Un día, mientras cazaba para su madre, vio a una preciosa doncella que lo observaba con ojos lividinosos y lujuriosos; le mostró su sexo. 

Él era un lobo joven y no sentía deseos, pues no había llegado a su edad adulta. Le dijo a la doncella: "No me tientes, pues aún no tengo deseos carnales. Si los tuviera, haría tiempo que te hubiera desflorado. Dame un par de años y vuelve a tentarme. Si me gusta lo que veo y tu olor me cautiva, te poseeré y tomaré tu virginidad como tributo a mí".

Ella, sorprendida, se cubrió ruborizándose y le dijo: "Noble lobo, esperaré hasta que te hagas un lobo grande y fuerte, y te ofreceré mi sexo y mi virginidad".

Continuará...

M. D. Álvarez 

La pequeña abejita.

La colmena era lo primero, y la pequeña abejita lo sabía. Aquel zángano no debía traspasar la entrada; si conseguía colarse, mataría a su reina, y no estaba dispuesta a consentirlo. 

Se lanzó en picado inconscientemente, pues sacó su pequeño aguijón y se lo clavó a aquel zángano que amenazaba a su reina. La pequeñita se dio cuenta de que estaba perdida, pero logró que aquel zángano no pasara de la entrada a la colmena. 

Había dado su vida por su reina, que, rota de dolor por perder a su más tierna abejita, decidió atacar a la colmena rival de la que había partido el zángano asesino. 

Por el valor y arrojo de su pequeña vástaga, la arengó a destruir a sus más acérrimos enemigos. Tras un arduo combate, la reina, seguida de sus guerreros, acabó con la colmena enemiga.

M. D. Álvarez 

viernes, 24 de enero de 2025

El luchador.

Su provocador estilo de lucha le acarreará enfrentamientos peligrosos con tipos el doble de su tamaño, pero a él le gustaba exhibirse ante ella. La había sorprendido observándolo mientras se entrenaba con el saco de boxeo y la columna Wing Chun. 

Sus entrenamientos eran tan feroces y utilizaba todo su potencial que había destrozado tres sacos de boxeo y cuatro columnas de Wing Chun. Su fuerza iba en aumento con cada golpe; buscaba lucirse ante ella. Era su luchador, al que observaba con asiduidad; se escondía para poder disfrutar de su musculatura en tensión.

Una noche, lo siguió hasta su casa y lo observó con deseo. Él se dio cuenta de que alguien lo observaba y se acercó a la ventana; la vio de reojo cuando se ocultaba tras unos árboles y sonrió para sí. Lo había seguido; él salió por la parte de atrás y la sorprendió. 

¿Qué buscas?, preguntó él, evitando que huyera y colocando una mano apoyada en el árbol donde ella se había ocultado. 

"Nada", dijo ella, tratando de no ruborizarse.

Él acercó su otra mano a su bello rostro, colocándole un mechón de pelo tras su oreja. Ella terminó ruborizándose y tratando de huir, pero él la cogió de la cintura y evitó que huyera, atrayéndola hacia él y la besó cálidamente.

M. D.  Álvarez 

3:33 la hora demoníaca.

Otra vez, a la misma hora, se despertaba con una sensación de agobio y empapado en sudor. Era como si algo o alguien se le sentara en el pecho y no le dejara respirar ni moverse. 

Estaba completamente paralizado, pero no lograba ver nada; sobre él no había nada, pero sentía sus manos aferrando su miembro, excitándole, llevándolo a una erección prolongada. 

Estaba seguro de que no había nadie allí, pero sentía su boca, su sexo, sus manos, sus piernas, todo su cuerpo contorsionándose para llevarlo a una explosión de éxtasis prolongado. 

No podía controlar su cuerpo cuando vio aquellos ojos rojos observándolo con lascivia. Comenzó a vislumbrar un cuerpo apetecible y complaciente, aunque agotado. 

Aquel ser lo mantenía en una erección continua que no lograba aplacar; lo mordía y lamía con deseo hasta que saciaba su apetito carnal. Entonces, lo dejaba solo y vacío, con una sensación de haber sido apasionada y salvajemente tomado por la fuerza por una criatura oscura. Pero no era posible hasta que miró el despertador: marcaba las 3:33, la hora del diablo.

Y así, todas las noches a la misma hora, aquel ser de piel ardiente lo poseía sin miramientos. No sabía cuánto más se prolongarían aquellos encuentros sexuales, pero aquel ser solo se dejaba ver cuando el estallido orgásmico era incontrolable, dejándolo completamente agotado y sumido en un profundo sueño.

No se atrevió a decírselo a nadie, ya que nadie le creería. Tan solo hubo alguien que presintió que algo no iba bien; lo veía agotado, con visibles signos de no haber dormido bien, pero no se atrevió a preguntar. A ella le gustaba, aunque no sabía si él se había fijado en ella. Sí que se había fijado en ella; la deseaba, pero no podía abrirse a ella, y menos con las visitas nocturnas de aquella tenebrosa criatura.

M. D. Álvarez

La búsqueda de la paz interior..

Había desaparecido sin dejar ni rastro, ni una carta, ni un signo de a dónde había ido. Solo dejó todo y a todos. Sus problemas eran atronadores y brutales.

Desde que aquel gigantesco lobo de pelaje negro como el vantablack lo mordió cuando trataba de defender a su compañera, estaba cada día más irascible y malhumorado con todos, incluida ella, que no tenía culpa alguna.

Por eso, decidió alejarse hasta conocer cuáles eran los motivos de su mal carácter, incluso con la que hasta aquel momento había sido tierna y dócil.

Su alma se debatía entre la luz y la oscuridad.

Durante meses, vagó por bosques y montañas, buscando respuestas en la soledad de la naturaleza. Cada noche, el recuerdo del lobo negro lo atormentaba, y sentía cómo la oscuridad crecía dentro de él. Sin embargo, también había momentos de claridad, donde la luz de la luna parecía calmar su espíritu.

Una noche, mientras descansaba junto a un río, escuchó un susurro en el viento. Era una voz suave y familiar que le hablaba desde el fondo de su corazón. "No estás solo", decía. "La oscuridad no puede vencerte si no la dejas entrar".

Decidido a encontrar la fuente de esa voz, siguió su intuición hasta llegar a una cueva oculta entre las rocas. Dentro, encontró a una anciana de ojos brillantes y sabiduría infinita. Ella le explicó que la mordida del lobo había despertado una antigua maldición, pero que también le había dado la fuerza para superarla.

"Debes enfrentar tus miedos y aceptar tanto la luz como la oscuridad dentro de ti", le dijo la anciana. "Solo entonces encontrarás la paz".

Con renovada determinación, emprendió el camino de regreso, sabiendo que la verdadera batalla estaba dentro de él. Y aunque el viaje sería largo y difícil, estaba listo para enfrentarlo, con la esperanza de volver a ser el hombre que una vez fue y reunirse con la persona a la que más amaba del mundo.

M. D. Álvarez 

Garras afiladas.

Sus garras terriblemente afiladas destrozarían sin compasión a aquellos malnacidos que habían maltratado a su dueña. Sus colmillos podían arrancar de cuajo las gargantas de los bastardos que habían violado a su pareja; los destrozaría por el daño que le infligieron, la torturaron salvajemente y la violaron brutalmente, satisfaciendo sus aberrantes apetitos. 

Ella no pudo resistirse; si él hubiera estado con ella, nada le habría pasado, porque él los habría destrozado con solo una mirada aviesa que le hubieran dedicado a ella. Ahora huía de él; no sabía que él nunca le reprocharía nada, tan solo quería cuidar de ella. 

Un día, mientras ella dormía, él le trajo las cabezas de aquellos que la habían mancillado como ofrenda de amor y se retiró a una distancia prudencial. Ella se despertó y observó sus ofrendas, y las aceptó; orinó sobre sus cabezas, un gesto que le agradó a él. 

Lo vio y lo invitó a compartir su lecho. Él, mansamente, la tomó con delicadeza y mesura; la llevó con mimo y destreza a un éxtasis, haciendo que ella se contorsionara lujuriosamente sobre él, que dócilmente lograba satisfacerla plenamente. Quedaron los dos profundamente satisfechos y dormidos entrelazados.

M. D. Álvarez 

Su hogar.

En tiempos remotos, cuando no había casi nada poblando los mundos etéreos y terrenales, surgió un ser maravilloso que anhelaba seres como él. 

Nadie supo decirle de dónde venía ni a dónde se dirigía; era completamente diferente a las pocas criaturas que habían comenzado a poblar los mundos terrenales. Los etéreos eran sus mundos; deseaba fusionar alguno de ellos, creando un mundo onírico y hermoso donde todo era luz y color. Aquel sería su hogar. 

El resto de planetas estaría diseminado por todo el cosmos, creando un orbe que lo aglutinaba todo: tanto los mundos terrenales como los oníricos. 

Solo él tenía el control de ambos: uno poblado por seres terrenales, toscos y huraños, y otro por seres que aún no habían nacido.

Para lo cual, nuestro ser, anhelando un deseo, creó a su compañera de una belleza arrebatadora, con la que concibió a los seres más hermosos, etéreos y oníricos que pasaron a poblar los mundos que tan hermoso ser había situado cerca de su hogar, donde, según cuentan las leyendas, sigue amando apasionada y dulcemente a su hermosa dama.

M. D. Álvarez 

jueves, 23 de enero de 2025

¿El destructor de mundos?

En aquel pantano que había vivido tiempos mejores, se encontraba una vieja iglesia donde, según parece, cuando asoma su campanario, se oye tañir las campanas. 

En aquel fatídico día, aunque nadie las oyó, estaban anunciando la llegada, pero su tañir fue sofocado por una espectacular tormenta de rayos y truenos. Os preguntaréis de qué llegada estoy hablando. Pues la del Belial, el destructor de mundos.

Nació en un pequeño pueblecito al borde del pantano, el mismo pantano que anunció su llegada, pero sus padres, unos humildes campesinos, lo educaron en el amor y el afecto por la madre tierra. 

Por eso, cuando alcanzó la mayoría de edad, utilizó sus conocimientos para limpiar de contaminación tanto la tierra como el mar y dejar un precioso legado para sus humildes padres. 

¿O qué creeríais, que iba a destruir la tierra que le vio nacer y convertirla en un abrasador infierno?

M. D. Álvarez 

Luz y oscuridad

¿Qué fue antes, la luz o la oscuridad? Parece fácil la pregunta, pero tiene su intríngulis. Si fue la luz, no seríamos todos seres de luz; sin embargo, este universo está plagado de seres oscuros que deambulan junto a los seres de luz. 

Y si hubiera sido al contrario, siempre habría sido un universo de oscuridad continua, donde todo fuera frío, tétrico y oscuro. ¿Habría tenido cabida en él los seres de luz? 

No creo, pero aún hay otra opción: que nuestro universo fuera oscuro y luminoso a la vez, donde coexisten tanto los seres de luz como los seres tenebrosos, manteniendo un equilibrio que a veces parece inestable.

M. D. Álvarez 

El árbol mágico.

El árbol solitario permanecía inamovible en aquella gran pradera donde tan solo crecía el grande y majestuoso. Como un guardián, permanecía expectante, único en su género. Sus ramas albergaban multitud de especies, alcanzaban gran altura, llegando a tocar con sus ramas más altas los tenues rayos lunares. En las ramas más altas habitaban los seres de la luna, pues adoraban a su amada madre. Las ramas más bajas amaban a su madre, la Tierra. 

Un buen día, las dos especies dominantes discutieron; querían proclamar a sus respectivas madres como portadoras de luz. 

Tan cruenta fue la batalla que el gran árbol terminó por intervenir, diciendo: "¿A qué viene esta discusión? Si todos sois hijos de un mismo padre, vuestras madres os dejaron a mi cargo para cuidar de vosotros. Los de arriba son alimentados por su madre, la Luna, y los de abajo son nutridos por vuestra respectiva madre, la Tierra."

M. D. Álvarez 

miércoles, 22 de enero de 2025

Una bala por ella, 2da parte.

Después de llegar al hospital, los médicos se apresuraron a atender al herido. La bala había atravesado su hombro, pero por suerte no había dañado ningún órgano vital. Mientras esperaban en la sala de espera, ella se sentó junto a la cama y lo miró con preocupación. Su amigo estaba pálido y sudoroso, pero seguía inconsciente.

El otro amigo, el que había hecho el comentario jocoso, se acercó a ella. Tenía una expresión seria en el rostro.

—¿Cómo está? —preguntó.

Ella suspiró y se pasó una mano por el cabello.

—No lo sé. Los médicos dicen que está estable, pero no han podido sacar la bala todavía. Tienen que hacer una cirugía.

El amigo asintió y se sentó en la silla junto a ella.

—Hiciste lo correcto al detener la hemorragia. Si no hubieras estado allí, no quiero ni pensar qué habría pasado.

Ella sonrió débilmente.

—Solo hice lo que cualquiera habría hecho por un amigo.

El tercer amigo llegó corriendo a la sala de espera, con los ojos desorbitados.

—¿Cómo está? ¿Qué pasó?

Ella se levantó y lo abrazó.

—Está vivo, gracias a Dios. Pero necesita cirugía. La bala está cerca del hueso y no quieren arriesgarse a dañar los nervios.

Los tres amigos se quedaron en silencio durante un momento, procesando la gravedad de la situación. Luego, el amigo que había llamado a la ambulancia habló.

—Tenemos que encontrar a quien disparó. No podemos dejar que se salgan con la suya.

Ella asintió.

—Lo sé. Pero primero, debemos asegurarnos de que nuestro amigo se recupere. Después, iremos tras ellos.

La sala de espera se llenó de tensión y determinación. Los cuatro amigos sabían que esta no sería la última vez que se enfrentarían a la violencia en las calles. Pero estaban dispuestos a luchar por su ciudad y por la amistad que los unía.

M. D. Álvarez 

Country line dance.

El sombrero vaquero, los pantalones vaqueros, la camisa y el chaleco a juego le daban el aspecto de todo un cowboy. Su baile de country line dance era especialmente bueno, y sobre todo si lo hacía con ella. 

Sus movimientos sincronizados y sus coreografías eran verdaderamente espectaculares, lo que los hacía probablemente los mejores bailarines y, desde luego, se llevarían de calle todos los concursos de country line dance. 

Ella se compenetraba a la perfección con él; conocía todos sus movimientos y sus entrenamientos eran los más elaborados.

Mientras la música alcanzaba su clímax, ella se lanzó en un giro vertiginoso, su falda de flecos dibujando círculos de luz en el aire. Él la atrapó en el último instante, levantándola con una facilidad sorprendente. Sus cuerpos se elevaron en un salto sincronizado, suspendidos por un instante en el aire antes de aterrizar con una precisión milimétrica. El público contenía la respiración, hipnotizado por su perfecta coordinación. 

Al final de la rutina, se inclinaron uno hacia el otro, sus miradas se encontraron y una sonrisa iluminó sus rostros

M. D. Álvarez 

martes, 21 de enero de 2025

Ecos en la noche.

A la muerta hoy también le ha arrancado la cabeza. El pueblo murmura, temeroso de la sombra que se cierne sobre él.

La leyenda habla de un espíritu vengativo, un alma que busca justicia por el dolor infligido. Nadie recuerda cuándo comenzó la serie de muertes, pero cada vez que cae una cabeza, el eco de risas infantiles resuena en la bruma de la noche.

La gente se encierra en sus casas, temiendo que la próxima víctima sea un ser querido. Mientras tanto, en el bosque, una figura oscura observa, satisfecha, sabiendo que su trabajo apenas comienza. Aún quedan muchos culpables por caer, y su sombra lobuna los atenazará siempre.

M. D. Álvarez 

Herencia salvaje.

Sus delicadas orejas peludas se movían con desesperación; trataba de localizar a su madre. Aquella preciosa cría de lince africano gruñía con angustia sin descanso desde su guarida. De pronto, oyó algo que se aproximaba; sus orejas atentas apuntaban hacia adelante.

Corrió al verla aparecer; ella lo había oído gruñir lastimosamente. Lo lamió con ternura y limpió su tierna barriguita mientras él mamaba con fruición. Estaba hambriento y asustado hasta que la vio aparecer. Era una superviviente y una madre anegada; si su cachorro sobrevivía, era gracias a ella.

Siguió lamiéndolo hasta que estuvo segura de que su benjamín estaba limpio de olores, mientras el pequeñín seguía alimentándose.

Lo que no sabía aquel pequeño era que su madre era la última de su especie en libertad y que sus cuatro hermanitos serían el último vestigio salvaje de aquel continente desde el cual partió el primer ser humano a poblar el resto del mundo. Su expansión se hizo tan brutal que llevaría a la extinción a millares de especies, entre las que se encuentra la de nuestro bello caracal, sus cuatro hermanitos y su anegada madre.  

La madre lince observó a su cachorro dormir, su pequeño pecho subiendo y bajando con cada respiración. Una lágrima resbaló por su mejilla, mezclándose con la tierra húmeda. Sabía que su lucha era en vano, que la extinción era inevitable. Pero mientras su cachorro estuviera a salvo, ella seguiría luchando, seguiría siendo la última guardiana de su especie.

M. D. Álvarez

lunes, 20 de enero de 2025

Una bala por ella. 3ra parte.

Después de la cirugía, su amigo se recuperó lentamente. Pasaron semanas en el hospital, y ella estuvo a su lado todo el tiempo. Los otros dos amigos también visitaban regularmente, trayendo noticias del mundo exterior y manteniéndose alerta por si encontraban alguna pista sobre quién había disparado.

Finalmente, el día en que le dieron el alta llegó. Su amigo sonrió débilmente mientras se ponía la chaqueta.

—Gracias por estar aquí —le dijo—. No sé qué habría hecho sin ti.

Ella le dio un abrazo.

—Somos amigos, ¿verdad? Siempre estaremos aquí el uno para el otro.

Los cuatro amigos se reunieron en el apartamento de ella esa noche. Se sentaron alrededor de la mesa, con tazas de café humeante en las manos.

—Tenemos que encontrar al responsable —dijo el amigo que había llamado a la ambulancia—. No podemos dejar que se salga con la suya.

El otro amigo asintió.

—Estoy de acuerdo. Pero necesitamos pruebas. ¿Alguien vio algo esa noche?

Ella frunció el ceño.

—No, pero tal vez podamos buscar en las cámaras de seguridad cercanas. Quizás haya alguna pista.

Los cuatro amigos se sumieron en una discusión animada. Decidieron dividirse las tareas: uno buscaría en las redes sociales, otro revisaría las grabaciones de las cámaras, y ella se encargaría de hablar con los vecinos.

Días después, se reunieron nuevamente en el apartamento. Habían encontrado algunas pistas: un testigo que había visto a alguien corriendo del lugar del tiroteo, una cámara de seguridad que captó una figura sospechosa. Pero aún no tenían al culpable.

—Seguiremos buscando —dijo ella con determinación—. No descansaremos hasta que lo encontremos.

Los cuatro amigos se miraron, sabiendo que esta era solo la primera batalla en una guerra más grande. Pero estaban dispuestos a luchar juntos, por su ciudad y por la amistad que los unía.

Y así, continuaron su búsqueda, sin rendirse, sin importar los obstáculos que se interpusieran en su camino.

M. D. Álvarez 

domingo, 19 de enero de 2025

Génesis.

El génesis es cuando toda explosión de vida da comienzo, y este génesis comenzó con un parto salvaje y abrupto, cuando la criatura etérea más maravillosa y hermosa de todas, mi creadora, a la que nunca sabré agradecer lo suficiente por darme a luz. 

Mi nacimiento fue salvaje y abrupto porque no se esperaba; fue desgarrador y aterrador para ella, pero en cuanto me vio, me amó y alimentó de sus cálidos pechos.

Bajo sus amorosos brazos, fui creciendo en poder y fortaleza. Mi edad era indeterminada y mi físico de unos 35 años, en la flor de la vida. Un día, me alejé de su luz y todo era oscuro y frío. 

Decidí hacer un mundo hermoso y cálido para ella. Hice estallar en millones de millones de luminarias a su alrededor la siempre triste y horrenda penumbra que la rodeaba. Desapareció, dando paso a mundos de luz y color; su amorosa expresión se iluminó de tal forma que ni un millón de soles se le igualaban..

Soy hijo de la luz; nada me domina, salvo el amor y devoción por ella. Sin ella no habría dado comienzo al génesis.

M. D. Álvarez 

jueves, 16 de enero de 2025

Noche de insomnio.

No conseguía dormir bien; la necesitaba a su lado. Con ella acurrucada a su lado, lograba dormir de un tirón. Las noches eran implacables. La oscuridad se cerraba alrededor de él, como un abrazo frío y solitario. Las sábanas parecían enredarse en sus pensamientos, y el reloj en la mesita de noche marcaba las horas con crueldad. Pero había una solución, una cura para su insomnio: ella.

Ella era su refugio, su ancla en un mundo turbulento. Cuando la tenía a su lado, todo cobraba sentido. Su piel suave y cálida contra la suya, su respiración tranquila y regular. Se acurrucaban juntos, compartiendo secretos en la penumbra. Hablaban de sueños y miedos, de esperanzas y deseos. Y, poco a poco, el insomnio se desvanecía.

Ella era su medicina, su bálsamo. La única que podía calmar su mente inquieta. A veces, la observaba mientras dormía, maravillado por su belleza serena. ¿Cómo podía alguien ser tan perfecto? Se preguntaba si ella también luchaba contra los demonios de la noche, si también necesitaba su presencia para encontrar la paz.

Y así, noche tras noche, se aferraba a ella. La abrazaba con fuerza, como si pudiera fusionarse con su ser. Y, como por arte de magia, el sueño llegaba. No había pesadillas, no había pensamientos oscuros. Solo él y ella, en un mundo aparte, donde el tiempo se detenía y todo estaba bien.

Quizás era egoísta, pero no podía evitarlo. La necesitaba. Sin ella, las noches eran un abismo sin fin. Pero cuando ella estaba allí, todo estaba bien. Y así, se prometió a sí mismo que nunca la dejaría ir. Porque ella era su remedio, su salvación. Y mientras la tuviera a su lado, podría enfrentar cualquier noche, cualquier tormenta.

M. D. Álvarez 

miércoles, 15 de enero de 2025

Amigos entrañables.

No hacían más que provocarle tirándole piedras y escupitajos. Solo ella los ahuyentaba y trataba de calmarlo y limpiarlo. Ella siempre estaba pendiente, cuidando de él. 

Aquella fue la última vez que les permitiría que se burlaran de él; ella era la única que se atrevería a acariciar su peluda cabeza y limpiar su sedoso pelaje. 

Estuvo dos años ausente, perdido en el bosque, fortaleciendo su cuerpo. Aunque era pequeño, cuando regresó había pegado un estirón y su cuerpo, antes endeble, se había convertido en un aguerrido y atlético joven hombre lobo. 

Estaba exultante de vitalidad; lo primero que hizo fue ir a verla a ella. Cuando lo vio aparecer por el camino del bosque, lo reconoció al instante y corrió hacia él, abrazándolo y besándolo. 

Él la cogió de la cintura y la alzó con dulzura, lamió suavemente su mejilla y la depositó suavemente de nuevo en el suelo.  

—¿Dónde has estado? —preguntó ella, conmocionada por el gran estirón que había pegado.  

—He ido a fortalecer mi cuerpo para que tú no tengas que cuidar de mí, mi dulce guardiana.  

Sus orejas se movieron hacia atrás; había detectado un leve crujido y un zumbido que era una piedra que le habían lanzado. Él la cogió y la arrojó en la misma dirección, alcanzando a uno de aquellos que antes se metían con él, acertándole en la misma sesera y dejándolo inconsciente. El resto de los que antes lo humillaban y golpeaban salió corriendo sin mirar atrás. 

Mientras, él gruñía de placer cada vez que ella lo acariciaba con mimo y ternura. Deseé que aquel día los dos se divvertian juntos.

M. D. Álvarez 

Hombría.

Su gallardía era notoria; no había nadie que pusiera en duda su valor. Ella era la única que conocía su dolor. Todas las noches, calmaba su llanto incontrolado debido a las graves heridas que recibió al ser salvajemente torturado. 

Todas las noches, ella acudía a su habitación, donde él se acurrucaba encogido a su lado. Mientras ella acariciaba su largo cabello negro, susurraba dulces palabras que adormecían su dolor. Era la única forma en que lograba conciliar el sueño, aunque los sueños no eran todo lo tranquilos que ella hubiera deseado; sus ojos no paraban de moverse. Despertándose empapado en sudor, ella permanecía a su lado, velando y susurrándole palabras de amor. 

Ella no conocía las graves lesiones que le habían causado, pero lo amaba sin fisuras. No le preguntó; sabía que él le contaría todo cuando estuviera preparado.

Lo amaba no solo como compañero sino como amante todas las noches acariciaba sus cicatrices por lo menos las visibles o las que estaban a la vista.

La habitación estaba impregnada de un aroma a incienso y madera antigua. Las velas parpadeaban en los rincones, proyectando sombras danzantes sobre las paredes. Ella se sentó junto a él en la cama, sus dedos trazando suavemente las líneas de las cicatrices. Cada marca contaba una historia de valentía y supervivencia.

Él finalmente rompió el silencio. "Fui un soldado en la guerra", susurró. "Luché por una causa que creía justa, pero la crueldad del conflicto me dejó marcado de por vida". Sus ojos se encontraron con los de ella, buscando comprensión.

Ella asintió, sin juzgarlo. "No necesitas decir más", respondió. "Estoy aquí para sanarte, para amarte a través de tus heridas". Sus labios se encontraron en un beso cargado de pasión y ternura.

Así, en la penumbra de aquella habitación, dos almas heridas encontraron consuelo y amor. Juntos, enfrentarían el pasado y construirían un futuro donde las cicatrices no fueran un recordatorio de dolor, sino un testimonio de su fuerza y conexión indestructible.

M. D. Álvarez 

martes, 14 de enero de 2025

Un mundo bestial.

Aquella criatura era increíblemente gigantesca; no era posible que su peso pudiera ser soportado por ningún planeta, salvo que fuera equiparable a su tamaño, y su planeta era absolutamente bestial. Orbitaba alrededor de una gran estrella azul.

Lo interesante de aquella criatura era, además de su fenomenal aspecto, su increíble fortaleza; era capaz de atrapar planetas con sus manos y desviarlos de su trayectoria para que no impactaran con su amado planeta.

El resto de las criaturas se sentía sojuzgado por una criatura espantosa y oscura que dominaba a tan gigantesco ser. Si alguna de las otras criaturas se revelaba, enviaba al monstruoso gigante que los sometía a golpes, si era necesario.

Ninguna de las criaturas quería revelarse, pero no podían permitir que su amigo sufriera tales torturas si se negaba a cumplir sus órdenes..

Tan solo otro titán igual a él podría derrotar al ser que tiranizaba su mundo. No había nadie que se igualara, pero un día, harto de sufrir el mal carácter de su tirano, se alzó, golpeando el sitial donde aquel ser, aunque diminuto, concentraba todo su poder. Fue derribado y atrapado entre las gigantescas manos de aquel tiránico ser que lo pulverizó.

M. D.  Álvarez 

lunes, 13 de enero de 2025

PRM7000

Aún juega, sin avergonzarse, con nosotras, sus muñecas, pero había cambiado sus pequeñas muñecas por otras más exultantes y voluptuosas, modelos PMR7000, con las que compartía algo más que juegos de manos.

Sus nuevas muñecas lo agasajaban con dulzura y mimo; nunca le decían que no, al contrario que las de carne y hueso, a las que había tratado de seducir con todo tipo de juegos eróticos.

Las de carne y hueso nunca deseaban satisfacerlo, pero sus nuevas muñecas lo colmaban de atenciones y besaban su piel aterciopelada mientras él disfrutaba de sus apetitos más salvajes y nocturnos.

Comprar aquellas muñecas tan caras fue una buena inversión

M.. D. Álvarez 

El merendero.

En aquel merendero, era el lugar más hermoso y el adecuado para pedírselo. Con todo el mimo del mundo, la llevó con tino y entereza hasta el merendero que él tan ricamente había decorado con motivos florales. 

Le cubrió los ojos con su mano y la guió con la otra; la llevó por un pasillo engalanado con caléndulas y buhardillas que exhalaban un dulce aroma.:

El corazón de ella latía con fuerza bajo la venda que le cubría los ojos. Cada paso que daban, cada fragancia que inhalaba, la sumergía más en un mundo de expectación y misterio. ¿Qué sorpresa le aguardaba al final de aquel camino de pétalos y susurros?

Finalmente, él la detuvo. Con manos temblorosas, retiró la venda y reveló el merendero. Las velas titilaban, creando un halo dorado sobre la mesa dispuesta con exquisitez. El aroma de las flores se entrelazaba con el de la comida recién preparada. Ella parpadeó, asombrada por la belleza del lugar y la ternura de su gesto.

"¿Qué es todo esto?" preguntó, sin poder apartar la mirada de él.

Él sonrió, nervioso pero feliz. "Es nuestro rincón secreto", confesó. "Donde los sueños se hacen realidad y los corazones se encuentran."

Y así, en aquel merendero, rodeados de amor y promesas, sellaron su destino con un beso que sabía a eternidad.

M. D.  Álvarez 

domingo, 12 de enero de 2025

La última base.

Aquel escueto pedazo de papel era lo único que le quedaba de él. Lo encontró sobre la almohada, no se atrevió a leerlo, pues sabía lo que decía: habían discutido. Él quería que dejara de poner su vida en riesgo; él no podía permitir que la dañaran y desapareció. 

Él siempre regresaba. Ella esperó y esperó hasta que un día alguien llamó a su puerta. Era un hombre joven con una barba bien poblada y un gorro azul, pero aquellos ojos los hubiera reconocido en cualquier momento y lugar. Había regresado; traía un petate y su corte de pelo le dejó claro dónde había estado: las fuerzas especiales. Le acarició la cabeza rapada, casi al cero.

—Ya crecerá —dijo él.

Rozó suavemente su barba; era suave.

—Si quieres, me afeito —dijo él con media sonrisa.

—No hace falta —dijo, cogiéndole de la mano y atrayéndolo hacia ella. Lo besó cálidamente y entraron en la casa.

Él comenzó a decir que no podía permitir que... Le detuvo con un gesto; había oído las noticias: la última base enemiga había sido destruida por un grupo de élite. Ya no tendría que ponerse en peligro ni ella ni su comando..

El hombre se sentó en el sofá, aún con el petate a su lado. Miró a su alrededor, como si estuviera redescubriendo la casa. La luz del atardecer se filtraba por las cortinas, pintando rayas doradas en el suelo de madera. Ella se sentó junto a él, sin soltar su mano.

—¿Cómo ha sido? —preguntó ella, temiendo la respuesta.

Él suspiró y miró al suelo. Las palabras parecían pesarle en los labios.

—Difícil —dijo al fin—. Pero necesario. Hemos logrado cosas increíbles, pero también hemos perdido a algunos buenos hombres. No puedo prometerte que todo esté bien ahora, pero al menos... al menos no tienes que preocuparte por mí en el frente.

Ella asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Había pasado tantas noches sin dormir, imaginando lo peor. Ahora, finalmente, podía respirar un poco más tranquila.

—Te he echado de menos —confesó ella—. Cada día.

Él la atrajo hacia sí y la besó con una pasión contenida. Sus labios se encontraron como si quisieran borrar todo el tiempo perdido. El petate quedó olvidado en el suelo mientras se abrazaban con fuerza.

—No volveré a irme —susurró él contra su cabello—. No si tú no quieres.

Ella sonrió y le acarició la mejilla.

—No pienso dejarte escapar otra vez.

Y así, en la penumbra de la casa, se reencontraron dos almas que habían estado separadas por la guerra. El papel arrugado seguía sobre la almohada, pero ahora ya no importaba. Lo único que importaba era el presente, el calor de sus cuerpos y la promesa de un futuro juntos.

M. D. Álvarez 

Fulgurita.

Aquella formación era el resultado de haber recibido un rayo; aquel rayo había sido dirigido por el dedo de Dios para bendecir al nuevo dominador de los relámpagos. La figura de fulgurita era la más grande y hermosa de todas las que habían aparecido por todo el mundo.

Su designio fue vaticinado con tormentas apocalípticas que cercaban su ubicación, donde la portadora del trueno nacía.

La fulgurita, con su forma retorcida y cristalina, se alzaba como un símbolo de poder y misterio. Los aldeanos la veneraban, creyendo que poseía la esencia misma de la electricidad.

Aquel niño pequeño podía dirigir los rayos; los aldeanos lo reverenciaban como el portador del rayo. Sobre su cabello desgreñado se formaban chispas que parecían danzar sobre él.

Cuando alcanzó la mayoría de edad, podía controlar todo tipo de fenómenos atmosféricos y podía descargar toda la energía en unas dinamos eléctricas que convertían en energía continua.

M. D. Álvarez 

Ardor

Aquella leve brisa aliviaba algo su temperatura; estaba ardiendo después de un entrenamiento tan agresivo. La temperatura corporal había ascendido peligrosamente y debía refrescarse. 

Solo podía lanzarse al agua, pero ella estaba allí y su temperatura no paraba de subir. Se decidió y se lanzó a la carrera hasta adentrarse en el bravo mar, pasando al lado de ella, que lo miró zambullirse a unos 20 metros, pero no lo vio,  o al menos no se percató, hasta que lo vio salir a diez metros de ella, salpicándola. Ella se asustó y le salpicó, pero él había desaparecido de nuevo. 

Esta vez tardó más de 15 minutos en aparecer y lo hizo a casi dos centímetros de ella. Sorprendida, lo empujó, pero él no cedió; se quedó mirándola con sus grandes ojos azules.

—¿Y ahora qué? —preguntó socarronamente, cogiéndola por la cintura.  

—No te atreverías —dijo ella con cara de pocos amigos.  

—¿Qué te crees tú? —dijo, alzándola y arrojándola suavemente al agua.  

Ella, al verse cogida por sorpresa, salió con cara de pocos amigos y se lanzó a perseguirlo, pero él era más rápido y aguantaba mucho más que ella la respiración. La localizó a lo lejos y se zambulló de nuevo para sorprenderla por detrás. 

Justo cuando iba a surgir tras ella, algo lo detuvo en seco: había alguien con ella y no estaba cómoda; lo detectó por las vibraciones que emanaban de ella. 

Surgió tras el agresor, lo apartó de ella y se lo llevó lejos, advirtiéndole que si volvía a acercarse a ella, lo lamentaría.

Se volvió en dirección a donde estaba ella, que lo observaba con los brazos en jarra. Él pidió perdón con su sonrisa angelical.

"He sentido tu turbación y no he podido resistirme", dijo él sinceramente.
 
"Vale, acompáñame, tengo que tomarte las constantes vitales", dijo ella. "Te he visto muy acalorado, ¿el entrenamiento ha sido muy agresivo?"  

"Bueno, lo suficientemente como para subirme la temperatura."

M. D. Álvarez 

sábado, 11 de enero de 2025

Ardor. 2da parte

Ella lo miró con curiosidad, sus ojos verdes destellando bajo el sol. Era uno de los jóvenes a los que le había encomendado vigilar por sus altas capacidades. Él, con su cabello oscuro y piel bronceada, parecía haber salido de una leyenda marina. Aunque su encuentro no había sido casual, ella no podía evitar sentirse intrigada.  

—Tú y tus arrebatos, dijo ella con media sonrisa 

El joven se encogió de hombros, las gotas de agua salada resbalando por su pecho musculoso. "¿Qué le voy a hacer si no soporto que amenacen a tan bella dama?", bromeó.

Ágata sonrió. “—¿Y cómo es que puedes aguantar tanto tiempo bajo el agua?”

“Es un don”, respondió él enigmáticamente. “Una conexión especial con el mar. Pero no es algo que pueda explicar fácilmente”.

Dalia se levantó y se acercó a él. “¿Por qué me salvaste de aquel tipo? ¿Por qué te preocupas por mí?”

El joven la miró fijamente. “Porque siento que eres diferente. Tu energía es única. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras alguien te hace daño”.

Ágata se ruborizó. “Eres extraño, pero también valiente. ¿Cómo te llamas?”

“Me llamo karl”, dijo él. “Y tú eres Ágata, la chica que debe evaluar mis altas capacidades, ¿no?”.

Ella rió. “Vale, me has descubierto”.

Karl extendió la mano hacia ella. “Entonces, ¿qué tal lo he hecho?”

Y así, comenzó una historia de amor y misterio, donde las olas susurraban secretos y los corazones se sumergían en lo desconocido.  

M. D. Álvarez

El iceberg.

Esta es la historia de un gran iceberg que se hace acompañar por un joven iceberg. En el polo donde todo era frío y todo parecía estar en calma, se desgajó de la plataforma el iceberg más grande de todos y uno más pequeño que decidió seguir a aquel coloso en su camino al sur, sin saber lo que le deparará el viaje. 

En su lento caminar por el océano, las aguas saladas iban comiendo el hielo del gigantesco iceberg, mientras el sol lo derretía sin compasión. 

Mientras tanto, el pequeño iceberg, ya casi derretido, preguntó:

—¿Por qué tenemos la imperiosa necesidad de desgarrarnos de nuestro cálido hogar para trasladarnos por este erial de aguas salobres y bajo un espantoso calor?

"Es nuestro sino dejar nuestro hogar para poder tocar las costas de nuestro hermano del sur. Hasta ahora, ninguno de mis hermanos lo ha logrado, pero llegará un día en el que uno de nosotros no sucumbirá a esta agua salobre ni a los implacables rayos de aquel abrasador sol, y logrará tocar por fin las benditas costas de nuestros hermanos del sur"; profético el otrora gigantesco iceberg, ahora convertido en apenas un cubito de hielo.

M. D. Álvarez

viernes, 10 de enero de 2025

La maldita cabbage patch kids .

 

Aún juega, sin avergonzarse, con nosotras, sus muñecas. Después de su regreso del hospital, donde le cosieron aquellas preciosas cicatrices en sus muñecas, siguió jugando a los médicos y obedeciendo a lo que la rolliza muñeca repollo le decía que hiciera con el cúter en su pubescente cuerpo, mientras las demás muñequitas asistían horrorizadas y aterrorizadas a aquel salvaje juego que jugaba con ella, sabedora de que su influjo era pernicioso.

Jugaba obedeciéndola para que no dañara a sus preciosas muñecas, que ocultaba de su vista para que no las tocara y destrozara sus preciosos cuerpecitos. La repollo fue un regalo maquiavélico de un viejo asesino en serie.

M. D. Álvarez 

El guardián de las sombras.

Parecía estar volviéndose loco; no lograba conciliar el sueño. Sus pensamientos alocados lo llevaban a lugares aterradores y dantescos. Solo el cariño y el amor de su esposa lo traían de nuevo a sus amorosos brazos, donde él se cobijaba temeroso y tembloroso. 

Ella lo mecía con cariño y amor; temía que en alguno de aquellos encuentros con las sombras no pudiera regresar a ella. Aquella experiencia lo había traumatizado de forma aterradora, pero él era el único al que obedecían las sombras cuando escapaban a la luz.

La criatura a la que debía someter debió de ser aberrante, y la lucha tuvo que ser extenuante e intensa, dejándole a él terriblemente agotado y consumido. 

Ella percibió la pérdida de peso de su marido; por mucho que lo animara a comer, él apenas probaba bocado y se iba debilitando cada vez más. 

—Mi amor, debes comer; si sigues así, no lograrás volver del siguiente encuentro con las sombras —le apremió ella, con lágrimas en los ojos. 

Él se obligó a comer; sabía que si no lograba fortalecerse, no podría volver junto a su bella esposa.

M. D. Álvarez 

En un lecho de hojass frescas.

Con todo el mimo del mundo, la depositó con ternura sobre la mullida cama de hojas frescas que él se había encargado de preparar en el lugar más hermoso, aquel en el que la había visto por primera vez. 

Ella le acarició suavemente su férreo lomo, que se erizó con el leve contacto de su delicada mano. Sus miradas se encontraron; la pasión los embargaba, pero sabían que los observaban y no estaban dispuestos a darles el gustazo de verlos retozar. 

Él se levantó y la cubrió con un manto de helechos gigantes. Se dirigió al riachuelo y buscó entre los cantos rodados. Volvió con una provisión de piedras circulares y se acercó al lecho donde ella lo esperaba. 

Se sentó y cerró los ojos; sintió que ella se movía, pero también percibió un leve crujido frente a él. Cogió una de las piedras que había recogido en el riachuelo y la lanzó con todas sus fuerzas; con efecto de curva, alcanzó a uno de los mirones, que salió huyendo. 

—Será mejor que os larguéis si no queréis perder un ojo —rugió él con furia.. 

Cinco minutos después, dos mirones más salieron huyendo.

Ella se incorporó y lo atrajo con mesura hacia el lecho que tan primorosamente había elaborado él. Era su momento, aquel que habían estado esperando; los dos se amaron con dulzura. 

El sumiso la acarició con sus garras, pero tan suavemente que ella tan solo percibía el calor que emanaba de sus manos. Un leve roce conseguiría llevarla a una explosión de sensaciones placenteras. 

Ella lo mantenía calmado con dulces roces que lo llevaban a querer más. Así estuvieron hasta alcanzar el momento más dulce y apasionado; sus cuerpos se entrelazaron con una pasión irrefrenable. Los dos sucumbieron a sus instintos más íntimos y pasionales.

Ella, humana, lo amaba desde que lo vio en aquel paraje; él era un híbrido entre hombre y lobo y la deseaba desde el primer momento en que sintió su presencia.  

Su historia continuaría con multiples y placenteros encuentros de placer entre los dos, aunque él siempre cuidaba de que nadie los molestara en sus arrebatos de pasión.

M. D. Álvarez

jueves, 9 de enero de 2025

En las hierbas altas

Tan solo un soplo de vida era lo que lo separaba de sus tres hermanitos, los cuales no respiraban, por mucho que su madre los lamiera para hacerlos reaccionar. Solo el pequeño huroncito emitía débiles dokes mientras su madre, atentamente, lo lamía con desesperación. Tenía que limpiarlo de los restos de placenta y ponerlo a salvo en un terreno donde nadie lo viera. En las tierras altas, donde la hierba crece alta y fuerte, allí pondría a salvo a su dulce retoño, el último de su camada. Allí permanecería junto a su cachorro alrededor de 2 o 3 meses, tiempo en el que ella no saldría. Menos mal que había preparado una buena provisión de ratones de campo.

El pequeño huroncito, aún tembloroso, se aferró al pelaje de su madre mientras ella lo llevaba con cuidado hacia las tierras altas. Allí, entre las sombras de los altos pastizales, construyó un nido improvisado con hojas secas y musgo. La madre hurón vigilaba atentamente, protegiendo a su cría de cualquier peligro.

Los días pasaron, y el huroncito creció fuerte y curioso. Exploraba su pequeño mundo, saltando entre las rocas y persiguiendo mariposas. Su madre le enseñó a cazar ratones de campo, y juntos compartían sus presas al atardecer.

Una tarde, mientras el sol se ocultaba tras las colinas, el huroncito se aventuró más allá de los límites familiares. Descubrió un arroyo cristalino y se asombró ante los peces que nadaban en sus aguas. Su madre lo miró con cariño y le susurró al oído:

"Recuerda, mi pequeño, siempre regresa a casa. Aquí estaremos esperándote."

Y así, el huroncito aprendió a explorar el mundo sin alejarse demasiado. Cada noche, volvía al nido donde su madre lo esperaba con los ojos brillantes de orgullo. Juntos, compartían historias de aventuras y sueños de un futuro lleno de posibilidades.

La madre hurón sabía que su tiempo con él era limitado. Pero mientras el viento susurraba entre los pastizales y las estrellas brillaban en el cielo, se sentía agradecida por cada momento que compartían. El último de su camada, el pequeño huroncito, había encontrado su lugar en el mundo, y ella estaba dispuesta a protegerlo con todo su ser.

M. D.Álvarez 

Satisfacción completa.

Según sus amigos, ella era una distracción para él; seguramente era verdad, pero no contaban con el poder de seducción de ella. Le había echado el ojo en cuanto lo vio aparecer. 

Era un hombre lobo joven, pero imponente; su porte atlético y su hermoso pelo dorado le daban un aspecto salvaje, y ella era lo que buscaba: un ejemplar que la satisfaciera en todos los sentidos. Se fue directamente hacia él, que permanecía sentado en una mesa del bar.

—¿Estás solo? —preguntó ella.  

—De momento, sí —respondió con media sonrisa.  

—¿Te puedo invitar a algo? —preguntó ella, visiblemente excitada.

En ese momento, entraron sus amigos en tromba y se lo llevaron en dirección a la barra. Él seguía con los ojos clavados en ella, sin apartar la mirada. 

Debía deshacerse de sus amigos para seguir a aquella preciosidad. La tensión en el aire era palpable mientras ella observaba cómo sus amigos arrastraban al hombre lobo hacia la barra. Su mente maquinaba un plan para separarlo de ellos y tenerlo solo para ella. ¿Cómo podría lograrlo?

Ella decidió actuar con astucia. Mientras los amigos del hombre lobo pedían bebidas en la barra, ella se acercó sigilosamente a la mesa y dejó caer un pequeño papel con su número de teléfono. Sus ojos se encontraron brevemente antes de que ella se retirara, mezclándose con la multitud.

El hombre lobo desplegó el papel y leyó el número de teléfono con una sonrisa intrigante. La luna llena brillaba sobre ellos, y él sabía que esta noche sería diferente. Sus amigos seguían charlando en la barra, ajenos al intercambio secreto.

Ella se alejó, pero no demasiado. Se escondió en la penumbra, observando cómo él guardaba el papel en su bolsillo. La tensión entre ambos era palpable, como una cuerda tensa a punto de romperse. El hombre lobo se levantó y se dirigió hacia la salida, sin mirar atrás.

Ella lo siguió, manteniendo una distancia segura. La calle estaba desierta, y la luna los bañaba en su luz plateada. Cuando él se detuvo en una esquina, ella emergió de las sombras.

—¿Qué te parece si cambiamos de escenario? —susurró ella, acercándose.

El hombre lobo sonrió, y juntos se adentraron en la noche, persiguiendo la luna llena. El poder de seducción de ella había surtido efecto, y ahora, bajo el manto nocturno, comenzaba una historia que trascendería los límites de lo humano y lo salvaje.

M. D. Álvarez 

Sonrisa arrebatadora.

Sobre aquella piedra bautismal fue ofrecido aquel hermoso retoño de ojos azules y pelo encaracolado. 

Su risueña y adorable sonrisa parecía un rayo de luz; era el enviado para restaurar el reino de luz y color. Nada hacía presagiar que su pérdida acarrearía todos los males del mundo. 

Debía crecer ayudado por su hermosa madre y su adorado padre; su porte angelical le dotaba de un encanto especial. 

Lograría lo que se propusiera, pero se cruzó en su camino un ente perturbador que le robó la sonrisa, logrando engañar a sus queridos padres y dejándolo desamparado en medio de un oscuro bosque infestado de alimañas. 

El tierno infante seguía conservando su luz, y sus dulces rizos dorados se las arregló bastante bien para subsistir y sobrevivir a tan macabro bosque, ayudado por hermosas criaturas de bellos colores que lo alimentaban y cuidaban. 

A medida que iba creciendo, su poder iba en aumento; su hermosa melena dorada y sus grandes ojos azules eclipsaban la oscuridad del bosque. 

Un buen día, su madre paseaba por las inmediaciones de la espesura cuando vio un resplandor cegador que provenía del corazón del arbolado. Se dirigió hacia allí y divisó en uno de los claros a un aguerrido joven de ojos azules y largos rizos dorados. 

Él escuchó un crujido y se volvió, encontrándose de frente con una anciana señora que lo observaba con lágrimas en los ojos.

"¿Os ocurre algo, bella señora?", preguntó asustado.

"No. Es que me has recordado a mi dulce pequeño", dijo ella visiblemente emocionada.

"¿Y dónde está su hijo?", quiso saber él.

"Se perdió en el bosque y no volvió", dijo ella entre sollozos. Tenía una sonrisa arrebatadora.

Él no recordaba cómo había llegado al bosque ni quiénes eran sus padres. Solo recordaba una gran piedra donde lo depositaron para la presentación.

M. D. Álvarez 

miércoles, 8 de enero de 2025

Alrededor de una hoguera.

Todos permanecían dormidos alrededor de una gran hoguera en la que ahora solo había rescoldos. Tan solo un joven permanecía despierto, absorto en sus pensamientos. Jugueteaba con la arenilla de debajo de la hoguera mientras iba añadiendo más leña para avivar el fuego. Las ascuas rebotaban entre las briznas de hierba seca que él había añadido para prender el fuego antes de agregar más leños. El crepitar de las brasas la despertó y se acercó a él.

—¿Por qué estás tan pensativo, Alex? —preguntó ella, frotándose los ojos.

—Me siento raro —dijo él.

—¿Raro? ¿Cómo? —preguntó Eva.

—No sé explicarlo. A veces mi corazón va muy lento y otras parece un potro desbocado.

—¿Has ido al médico? —inquirió ella, inquieta.

—Sí, y mañana me dan los resultados —terció él.

—Tranquilo, ya verás cómo no es nada —dijo ella en tono conciliador.

—Tengo miedo de no poder volver a veros —dijo él, visiblemente afectado.

—Vamos, Alex, tú siempre has sido nuestro ancla. ¿Crees que te vamos a dejar solo? —le dijo Eva, besándole dulcemente en la mejilla.

M. D.  Álvarez 

El reino de las sombras.

Con aquella pantalla desintonizada y un sonido blanco, logró percibir una voz de ultratumba. Su oído estaba especialmente entrenado para percibir lo que los demás no lograban ni atisbar. La voz sonaba aterradora y hostil; él sabía que debía de haber un portal interdimensional cerca, sino era más que improbable que aquella voz se hubiera colado en nuestro mundo.

"¿Qué quieres?, preguntó él con paciencia. Lo que le respondió lo alteró, ya que oyó claramente cómo decía: "A ti".

Su experiencia con entes del otro lado le había otorgado los nervios de acero necesarios para soportar la presión. Volvió a preguntar, pero esta vez cambió la pregunta.

"¿Qué quieres de mí?"

"Tú sabes lo que quiero", respondió la voz, que sonó mucho más sinuosa.

De pronto, supo de quién se trataba: era el amor de su vida, que había desaparecido hacía dos años en una expedición a la mítica cima del cerro Coatepec, donde, según cuentan las leyendas, nació el dios Huitzilopochtli. Tan enigmático cerro encerraba un aterrador significado: el cerro de las serpientes, donde una serpiente de cascabel muda la mordió. Entre dolores y sufrimiento, halló la muerte de su bienamada. La añoraba tanto que utilizó su don para localizar portales al otro mundo, buscando incansablemente algún eco de ella.

Por eso, viajo al misterioso cerro donde los antiguos pobladores vieron portentosos fenómenos en el cielo y donde, en los primeros tiempos, se cuenta que nació el dios Huitzilopochtli.

El hombre, con el corazón en un puño, se enfrentaba a una elección imposible. La voz que emergía del abismo le pedía algo que él no sabía si estaba dispuesto a dar. ¿Qué podía ofrecerle a su amada más allá de la vida? ¿Qué secreto guardaba el cerro Coatepec que ahora se revelaba ante él?

La noche era densa y fría, como si el propio universo se resistiera a desvelar sus misterios. El hombre cerró los ojos y se concentró en el recuerdo de su amada. Su risa, su mirada, los momentos compartidos en la cima de aquel cerro. ¿Qué había ocurrido allí? ¿Por qué ella había desaparecido sin dejar rastro?

La voz volvió a susurrar, más insistente esta vez: "Tú sabes lo que quiero". El hombre sintió un escalofrío recorrer su espalda. No podía ser casualidad que la voz se manifestara justo en este lugar, en este momento. El cerro Coatepec era un punto de convergencia entre mundos, un lugar donde las dimensiones se entrecruzaban. ¿Había algo que él pudiera hacer para traerla de vuelta?

Decidió arriesgarse. "¿Qué debo hacer?", preguntó con voz firme.

La respuesta fue un susurro que parecía arrastrarse desde las profundidades del abismo: "Ofrece tu memoria más preciada. El recuerdo que atesoras por encima de todo".

El hombre vaciló. ¿Qué recuerdo podría ser tan valioso como para recuperar a su amada? Revivió momentos felices, tristezas compartidas, pero ninguno parecía suficiente. Hasta que recordó aquel día en la cima del cerro, cuando ella le había confesado su amor. Ese instante, con el sol poniéndose detrás de las montañas, había sido el más hermoso de su vida.

"Ofrezco mi recuerdo de aquel atardecer", anunció. "El día en que ella me dijo que me amaba".

La voz se hizo más intensa, vibrando en su mente. "Acepto tu ofrenda. El portal se abrirá. Pero ten en cuenta que no hay garantía de que ella regrese tal como la recuerdas".

El hombre asintió, dispuesto a enfrentar cualquier consecuencia con tal de tenerla de vuelta. El cerro Coatepec tembló, y un resplandor dorado surgió del suelo. El portal estaba abierto.

Sin dudarlo, el hombre se adentró en la luz, dispuesto a desafiar las leyes del tiempo y el espacio por el amor perdido. .

Huitzilopochtli, como hijo de Tonatiuh, tenía el dominio del sol y la luna. Controlaba el reino de las sombras y le otorgó el permiso necesario para transitar el mundo de las sombras y así encontrar a su amada.

Y así, con el corazón latiendo con fuerza, cruzó el umbral hacia lo desconocido.

M. D. Álvarez 

¿Caos, o luz?

Su enigmático pasado lo hacía especialmente cautivador. Era oscuro y sombrío; había pertenecido a la facción más tenebrosa del caos. Ahora había descubierto una extraña luz en una hermosa joven; aquella luz lo hechizaba, haciendo que deseara cambiar de bando. Supo que no podría vencer sus instintos más mundanos si no lograba aplacar su rencor hacia las sombras.

Ella descubrió su desánimo y le dijo: "Yo te ayudaré a calmar tu sed de venganza hacia el caos".

"Yo soy el caos y mi alma anhela la luz que tú posees", dijo él tácitamente.

Ella se sorprendió de que uno de los mayores enemigos de la luz anhelaba con tanta pasión poseer la luz que aplacara su sed de furia. "Si es cierto lo que me dices, yo te ayudaré a encontrar tu fulgor".

Él, atrapado entre la oscuridad y la luz, encontró en la joven una promesa de redención. Sus ojos, como luceros en la noche, lo guiaron hacia un camino incierto pero lleno de posibilidades. Juntos, exploraron los límites de su dualidad, desafiando las leyes que los separaban.

La joven, poseía un don ancestral. Su sangre albergaba la esencia de los antiguos guardianes de la luz, aquellos que habían luchado contra las sombras desde tiempos inmemoriales. Pero ella también llevaba consigo una carga: la responsabilidad de mantener el equilibrio entre ambos mundos.

El caos, cuyo nombre se perdía en los susurros del viento, no era un simple adversario. Era una fuerza primordial, un torbellino de energía que devoraba todo a su paso. Pero en los ojos de él, el caos no era solo destrucción; también era creación, cambio y renacimiento.

Ella lo llevó a los confines de su mundo, donde los árboles susurraban secretos y las estrellas danzaban en el cielo. Allí, en la penumbra de un antiguo templo, encontraron un libro olvidado. Sus páginas estaban escritas en un lenguaje arcano, pero él sintió que contenían la clave para su transformación.

Juntos, descifraron los símbolos y los rituales. Ella entonó palabras ancestrales, y él se sumergió en la luz que emanaba del libro. Su piel cambió, sus ojos brillaron con una nueva intensidad. Ya no era solo caos; ahora también era esperanza.

Pero el precio de su transformación era alto. Él debía elegir: quedarse en la luz y renunciar a su antigua naturaleza, o regresar al abismo del caos. Ella lo miró con compasión, sabiendo que su decisión afectaría el destino de ambos mundos.

"¿Qué eliges?" preguntó ella, su voz suave como el susurro del viento.

Él miró a los cielos, donde las estrellas titilaban como faros en la noche. "Elijo ser la unión de ambos", respondió. "Soy el puente entre la luz y la oscuridad, la esperanza que nace en la tormenta".

Y así, juntos, se convirtieron en leyenda: él, con su enigmática presencia, y la guardiana de la luz, unidos en un propósito más grande que ellos mismos. Los dos permanecieron juntos, recordando que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una chispa de esperanza.


M. D. Álvarez

martes, 7 de enero de 2025

Flores de lobo

Según antiguas leyendas, hubo un mundo lleno de seres extraordinarios y maravillosos, protegidos por una raza de hombres lobo. Esta es la historia de uno de esos guardianes.

Un buen día, mientras paseaba por la estepa, vio una luz cálida que emanaba de una de aquellas criaturas a las que debía proteger. Se acercó y vio que era una hermosa flor con pétalos iridiscentes, primorosamente flanqueada por primulas, hojas de un color verde brillante y en forma de lanza..

El hombre lobo observó tan hermoso brote del que parecía emanar un aroma dulce y embriagador. Quiso aproximarse y oler tan dulce capullo. 

La hermosa yema se giró y advirtió al lobo que, si no tenía cuidado, se pincharía con sus agudas espinas. 

El hombre lobo miró con adoración la hermosura de la dulce flor que le dijo: "Aprecio tus palabras, dulce criatura. No has de temer nada de mí; no osaría arrancar tan lindo tallo. Solo permíteme oler tu cáliz y seré tu seguro guardián".

"¡Ay de ti, joven guardián! No sabes lo que me pides. Si dejo que mi cáliz exhale su aroma sobre ti, quedarás preso de mi maldición," exclama ella entre sollozos.

"Dulce criatura, nada has de temer de mí. Desearía ser maldito mil veces si tan solo me permitieras embriagarme de tu aroma", apremió el licántropo.

"Sea, pues, desde hoy recibiré el nombre de mi guardián: seré tu flor de lobo", dijo, abriendo sus pétalos y dejando que su meliflua fragancia lo embargara.

M. D. Álvarez

lunes, 6 de enero de 2025

Te recuerdo.

La descubrió en un concierto y solo tenía ojos para ella; no podía apartar la mirada. Incluso sus amigos comenzaban a cuchichear. Uno de ellos le dijo: "Será mejor que vayas por ella o se te irá con el primero que llegue".

Se dirigió hacia ella y, al verlo llegar, le dio la impresión de conocerla de toda la vida.

"Hola, ¿nos conocemos? —preguntó ella con una sonrisa pícara.

"Creo que no, pero me resultas familiar" dijo él, siguiéndole la corriente, aunque percibió un atisbo de tristeza en sus ojos.

Claro que se conocían, pero él había sufrido un grave accidente en el que perdió la memoria. Antes del accidente, eran pareja. Ella intentaba que recordara, buscando encuentros fortuitos en los que él no podía apartar la mirada de ella. Aquella había sido la única vez que él se había atrevido a acercarse.

"¿Quieres algo de beber? " preguntó él, sintiendo que sabía lo que le gustaba beber. "¿Un daiquirí?", dijo él antes de que ella respondiera. Se sorprendió al ver en sus ojos un brillo especial. 

Todavía hay esperanzas, pensó ella; no había olvidado todo. Cuando volvió con las bebidas, la cogió dulcemente por la cintura y bailaron plácidamente como si no hubiera nadie. 

Hasta que uno de sus amigos, un tanto ebrio, quiso separarlos de malos modos. Él, cortésmente, la dejó a un lado y le soltó un guantazo, diciéndole al oído: "Si vuelves a tocarla, no seré tan condescendiente". 

Volvió con ella; inusitadamente, comenzó a tener unos recuerdos inconclusos sobre ella. 

"¿En serio, nos conocemos?", volvió a preguntar. 

"Ven conmigo y te lo contaré todo", dijo ella, sabiendo que él había comenzado a recordar.

El bar estaba lleno de risas y música. Los dos se sentaron en una esquina apartada, como si el mundo entero desapareciera a su alrededor. Ella tomó un sorbo de su daiquirí y comenzó a hablar.

"Nos conocimos hace años", dijo ella, mirando fijamente el vaso. "Éramos inseparables. Nuestras risas llenaban las calles, y nuestras manos siempre estaban entrelazadas".

Él asintió, tratando de recordar. Las imágenes eran borrosas, pero algo en su corazón resonaba con sus palabras.

"¿Qué pasó?" preguntó él, sintiendo que había un abismo entre ellos.

Ella suspiró. "Un accidente. Un día, mientras caminábamos por el parque, fuimos atropellados por un automóvil. Yo sobreviví, pero tú... perdiste la memoria. No recordabas nada de nosotros".

Él se quedó en silencio, procesando la información. "¿Y tú? ¿Por qué no me buscaste?"

"Lo hice", dijo ella con tristeza. "Pero tus amigos no me dejaron verte y me dijeron que yo había sido la responsable de tu pérdida de memoria". Así que decidí esperar, esperar a que algún día nuestros caminos se cruzaran de nuevo.

"Y aquí estamos", murmuró él, mirándola a los ojos. "¿Por qué no me lo dijiste antes?"

"Porque tenía miedo de tus amigos y de que no me recordaras", confesó ella. "Pero ahora... ahora que estás aquí, siento que hay una segunda oportunidad".

Él extendió la mano y acarició su mejilla. "No sé si puedo recuperar todo lo que perdí, pero quiero intentarlo. Quiero recordarte".

Ella sonrió, y en ese momento, el mundo se redujo a dos personas en un rincón de un bar. No importaba el pasado ni el futuro. Solo existía el presente y la promesa de un amor que había sobrevivido al olvido.  

"Espérame un momento, vuelvo enseguida", dijo, alejándose en dirección a sus tres amigos, a uno de los cuales había dejado KO. Se dirigió al que lo había animado a acercarse a ella y le dio las gracias; al otro lo golpeó por unos gestos obscenos que le había dedicado dirigiéndose a ella. Lo dejó tirado en el suelo y volvió con ella.  

"Nos vamos", dijo, tendiéndole la mano. Ella aceptó y lo llevó a todos los lugares que frecuentaban. Él iba recordando cada momento e instante en el que la había conocido.

Su historia, separada por el destino y la amnesia, se entrelaza con la esperanza y la nostalgia. El bar se desvaneció a su alrededor mientras compartían risas y recuerdos. El tiempo se detuvo, y en ese rincón apartado, encontraron una segunda oportunidad para el amor.

Él la miró con determinación. "No importa cuánto tiempo haya pasado. Quiero recordarte, quiero volver a ser parte de tu vida".

Ella sonrió, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. "Yo también quiero eso. Pero hay algo más que debes saber". Tomó su mano y lo llevó fuera del bar, hacia la calle donde todo comenzó.

Allí, bajo la luz de la luna, ella le contó la verdad completa. Cómo habían sido almas gemelas, cómo habían compartido risas y secretos, y cómo el accidente los había separado cruelmente. Pero también le reveló algo más: un diario que ella había guardado durante todos esos años.

"Está lleno de nuestras historias", dijo ella. "Cada momento, cada detalle que compartimos. Si quieres recordar, léelo".

Él tomó el diario con manos temblorosas y comenzó a leer. Las palabras saltaron de las páginas, llevándolo de vuelta a su pasado. Las risas en el parque, los besos robados, las noches de insomnio compartidas. Cada página era un fragmento de su historia, y él se aferró a ellas como si fueran su salvación.

"¿Recuerdas ahora?" preguntó ella, mirándolo con esperanza.

Él asintió, lágrimas en los ojos. "Sí, recuerdo. Y no quiero perderlo de nuevo".

Ella lo abrazó, y en ese abrazo, encontraron la reconciliación. El pasado y el presente se fusionaron, y supieron que su amor era más fuerte que cualquier obstáculo. Juntos, caminaron hacia el futuro, dispuestos a escribir una nueva historia llena de recuerdos compartidos y promesas renovadas.

Y así, en esa noche mágica, el olvido se convirtió en un puente hacia un amor eterno. 

M. D. Álvarez

La horrible decisión.

Aquella diminuta criaturita lo observaba con ojos de admiración. Sabía que en su silencio había algo más que bondad; él era su padre y ahora debía decidir cómo proceder. 

Las dos estaban en peligro, no podía ocultar su terror, no podía escoger; adoraba a las dos. 

Se enfrentaba a una horrible decisión: o caía él y salvaba a las dos, o caerían todos. Su corazón sufría desgarradoramente; las amaba más que a su vida. 

La pequeña comprendió el dilema de su padre y comenzó a hacer pucheros, extendiendo sus dulces bracitos hacia él.

—Mi vida, no tengas miedo, yo siempre estaré aquí —dijo él, señalando su corazoncito de la pequeña. 

La chiquitina se abrazó a su madre, que hasta el momento había permanecido en silencio. Comprendía el cariz que estaba tomando la situación. 

Él se agachó con ternura y la besó. Al punto, se erguió y salió a la empalizada, donde le esperaban las más espantosas criaturas. 

Luchó con bravura y tesón, pero no logró sobrevivir a las heridas que le infligieron, aunque consiguió que ninguna de aquellas alimañas cruzara los muros de su campamento.

M. D. Álvarez

Dosis diaria.

Ella no sabía por qué él no había vuelto de aquel extraño viaje. Su suministro era casi escueto y no le quedaban más dosis en su pastillero. Él jamás la habría abandonado, y menos con su espíritu sombrío acechándola. Conocía sus tendencias suicidas y, cuando notaba que su humor cambiaba, regresaba de dónde estuviera. Algo le había pasado; llevaba días con una sombra a su espalda. 

Solo él era capaz de sacarla de aquel agujero. Entonces, lo supo: él había caído en una emboscada al regresar, al percibir la sombra oscura de ella. Sus amigos, antes fieles, ahora la habían abandonado a su suerte, pero lo rescataron por ella. 

Supo que estaba en un hospital; temerosa, fue a verle. No había reproche alguno en sus hermosos ojos verdes; lo amaba por lo bien que había cuidado de ella. 

Ahora tenía que cuidar de él, por lo menos hasta que mejorara. Mientras tanto, debía contener sus pensamientos tenebrosos; su dosis diaria debía bastarle para controlar sus ansias de dejar el mundo. Él era lo único que la mantenía unida a este bárbaro mundo. Su amor y cortesía eran suficientes para traer la luz a su aciago corazón.

M. D. Álvarez 

domingo, 5 de enero de 2025

La cena .as épica. (R.E.C)

Sigo dando la cena a los niños mientras en la tele se ve un enorme platillo volante.

"Ya están aquí", dice el pequeñín con su lengua de trapo.

"No digas bobadas", dice la mayor. "Eso es todo obra de la IA".

Ella los mira con desasosiego mientras trata de introducirle la cucharilla de puré al benjamín en la boca y que no termine en el suelo.

Los tres permanecen pegados a la pantalla mientras el caza de su padre derriba aquel ovni.

Estallan de júbilo; su padre es un héroe y un piloto de cazas magnífico. ¡Habráse visto! ¿Qué se creen esos marcianos, que no vamos a defendernos?

M. D.  Álvarez 

La violinista y el lobo. 2da parte.

El lobo dorado, con ojos que brillaban como estrellas, se convirtió en su fiel compañero. Aunque no podía hablar en palabras humanas, su mirada expresaba gratitud y amor. La violinista, cuyo nombre era Gaelia, lo llamó "Aureo", en honor a su pelaje dorado.

Las noches se volvieron mágicas. Gaélia y Aureo compartían secretos bajo la luz de la luna. Ella le contaba historias de su vida antes de encontrarse con él en el bosque, mientras él la escuchaba con atención, sus oídos puntiagudos girando hacia ella.

Un día, Gaelia descubrió que las notas de su violín tenían un efecto especial en Aureo. Cuando tocaba una melodía triste, sus ojos se llenaban de lágrimas. Cuando interpretaba una canción alegre, su cola se movía con entusiasmo. La música los conectaba de una manera que trascendía las palabras.

Sin embargo, la maldición que pesaba sobre Aureo seguía presente. Solo podía asumir forma humana durante la luna llena, pero solo por unas horas. En esas noches, él y Gaelia bailaban entre los árboles, sus risas llenando el aire.

Un invierno, cuando la nieve cubría el bosque, Aureo no apareció en el claro.Gaelia tocó su violín con desesperación, esperando verlo surgir de entre los copos blancos. Pero él no llegó. Las lágrimas se mezclaron con las notas, y el bosque pareció llorar con ella.

Pasaron semanas, y Gaelia se aferró a la esperanza. Finalmente, en una noche estrellada, Aureo regresó. Su forma humana era frágil, pero su sonrisa era radiante. Le explicó que había estado atrapado en una trampa de cazadores y que solo su amor por la música lo había mantenido con vida.

Gaelia prometió protegerlo siempre. Juntos, buscaron una manera de romper la maldición. Viajaron a las montañas más altas, donde los ancianos sabios les revelaron un antiguo hechizo. Pero para liberar a Aureo, Gaelia debía sacrificar su habilidad para tocar el violín.

Ella tomó su decisión. En una última serenata, tocó la melodía más hermosa que jamás había creado. Las notas se elevaron hacia el cielo, y Aureo se transformó en un hombre de carne y hueso. Sus ojos dorados ahora eran ojos humanos, llenos de gratitud y amor.

Gaelia nunca volvió a tocar el violín, pero su amor por Aureo llenó su vida. Juntos, exploraron el mundo, compartiendo risas y aventuras. Y aunque la música se silenció, su historia se convirtió en una leyenda que perduró a través de los siglos.

Y así, en el claro del bosque, donde las melodías mágicas resonaban, dos amantes unidos por la música encontraron su felicidad eterna.

M. D. Álvarez 

En el bosque. 2da parte.

El hombre lobo*herido entró en la cabaña, su mirada fija en ella. La joven, sorprendida y aliviada, lo abrazó con fuerza. "¿Por qué te fuiste?" susurró, acariciando su cabello oscuro. El hombre lobo no podía hablar, pero sus ojos expresaban todo lo que sentía.

Ella lo condujo hacia la chimenea, donde el fuego crepitaba. Le ofreció un poco de carne y agua. El hombre lobo devoró la comida con ansias, sintiendo cómo su fuerza regresaba lentamente. La joven se sentó frente a él, sus ojos llenos de preguntas.

"¿Por qué te arriesgaste por mí?" preguntó ella. El hombre lobo la miró con gratitud. No había una respuesta sencilla. Su conexión era más profunda que las palabras. Habían compartido secretos, risas y noches bajo la luna. Ella era su refugio en un mundo hostil.

La joven acarició su cabeza. "No deberías haber venido. Podrían haberte matado." El hombre lobo gruñó suavemente, como si dijera: "No podía dejarte sola". Ella sonrió y se levantó. "Necesitas descansar. Mañana encontraremos una solución."

Esa noche, el hombre lobo se acurrucó junto a ella en la cama. Sus corazones latían al unísono. No importaba si estaba en forma humana o animal; ella era su ancla. Juntos, enfrentarían cualquier obstáculo.

Y así, en la cabaña del bosque, comenzó una nueva etapa de su historia. Dos almas unidas por lazos más fuertes que la razón. El hombre lobo sabía que no podía quedarse para siempre, pero mientras estuviera con ella, sería libre.

M. D. Álvarez 

Sentimientos encontrados.

Él siempre se había sentido responsable de sus amigos y, en especial, de ella. Por eso, luchaba constantemente con los sentimientos encontrados que se debatían desde hacía unos meses en su interior. 

Había una lucha sin cuartel que le volvía loco. Su corazón era noble y amable, pero desde que se internó en aquella oscuridad, iban surgiendo pensamientos deplorables y mezquinos. 

Su piel suave le atraía, pero luchaba por contener aquellos sentimientos nada ortodoxos hacia su compañera. 

Una noche, se internó solo en la oscuridad y comenzó a sentir que su cuerpo cambiaba de forma drástica. De manera salvaje, se transformó en un aguerrido hombre lobo que, con los sentimientos a flor de piel, sintió que no podía controlar su furia y sed de sangre. 

De pronto, un crujido hizo que se girara y allí estaba ella, entre aterrada y curiosa. Con el último soplo de cordura, huyó, pues los sentimientos que lo acosaban eran aterradores.  

Ella trató de alcanzarlo, pero lo único que consiguió fue perderse en la oscuridad. No sabía por dónde ir y lo llamó; él era el único que podía sacarla de aquella oscuridad. No sabía qué estaba pasando por la mente de su amigo, pero lo necesitaba. Hizo una hoguera en un pequeño claro y se quedó a esperar.

Él presintió que algo la acechaba y no era él. Su olor lo guió hasta ella, que se había quedado dormida junto al fuego. Se acercó y se tendió junto a ella, aunque sus sentimientos atroces lo seguían invadiendo; sus sentimientos de protección eran aún más ferreos e inquebrantables. 

De pronto, escucho un crujido en la espesura; algo se acercaba sigilosamente. Él se levantó y escudriñó la oscuridad; había algo maligno en las sombras.

—¿Por qué defiendes a ese ser de luz si tú eres oscuro y aterrador? Sé que tus sentimientos por esa criatura son monstruosos y aberrantes —preguntó una voz sibilina.

Por qué mis sentimientos de protección hacia ella son mucho más poderosos e inquebrantables que la oscuridad que alberga mi corazón. Ella puede guiarme hacia la luz —dijo él, sintiendo que debía protegerla.

Algo se asomó al claro que permanecía iluminado por la hoguera, pero no tenía forma definida; tan solo se distinguían unos ojos aterradores. Ella se despertó y vio a su amigo mirando fijamente en una dirección, y el pelo de su lomo estaba erizado; sus orejas permanecían alerta. Ella miró en la dirección que él miraba y tan solo vio oscuridad. Se acercó a él y le cogió de la mano; él permanecía tenso y alerta.

—Puedes sacarla del bosque, pero deberás regresar y enfrentarte conmigo. Si no lo haces, aniquilaré todo lo que amas —oyó la voz en su cabeza.

Él la cogió con ternura y la sacó del bosque, de la oscuridad. Y cuando se dispuso a volver, ella lo llamó por su nombre.

—¿Volverás? —quiso saber ella.  

—Tengo que ir; si no, destruirá todo lo que amo. He de luchar por regresar a la luz —le dijo mentalmente.

De regreso al claro, sabía que sería una batalla cruel, sanguinaria, salvaje y sin piedad. Debía acabar con aquel ser, aunque le costara la vida. 

Sus sentidos permanecían alerta cuando sintió que se acercaba. Dejó que su furia lo guiara; cuando lo vio delante, se lanzó en un ataque salvaje y aterrador. 

Aquella oscuridad sintió toda la ira que emanaba de aquel ser, lo envolvió en las más negras sombras, pero él seguía atacando con furia renovada. 

Hasta que alcanzó el corazón de la tenebrosidad, supo que aquel ser lo destrozaría con tal salvajismo que no lograría sobrevivir. 

Trató de huir al corazón del bosque, pero él se lo impidió, destrozando con sus grandes zarpas el tenebroso corazón.

Ella permanecía esperando. Al ver que pasaban los días y él no volvía, decidió que iría a buscarlo. Se adentró en el bosque, pero algo había cambiado: ya no era oscuro y lúgubre, ahora estaba lleno de luz y color. 

Cuando llegó al claro, lo vio tendido en el suelo, cerca de los rescoldos de la hoguera. Parecía estar dormido, aunque cuando se acercó se dio cuenta de que no respiraba; había sufrido una herida certera en su corazón. 

Había luchado contra su yo más aterrador y oscuro y había vencido a costa de su vida. Ella no podía creer que su amigo y protector ya no volvería, pero supo que al final encontró la fuerza necesaria para vencer su oscuridad. 

Lloró amargamente la pérdida de su guardián y erigió un túmulo donde florecían cada año unas hermosas flores; ella las bautizó como flores de lobo.

M. D. Álvarez 

El diente de León.

Aquella diminuta semilla de diente de león comenzó su singladura al recibir el cálido alito del amoroso Céfiro. 

Voló guiada por el amante viento hasta unos bellos prados, donde su amado la depositó con mimo y mesura en el prado más extenso y maravilloso de todos.

Céfiro la humedeció con el rocío de la mañana, y la hermosa semilla floreció con tan espectacular floración. 

El dulce Bravonio la amó, soplando gotas de dulce y mimosa lluvia que espació sobre las hermosas semillas que alzaban el vuelo llenas de júbilo y adoración por su amado padre, el dios del viento del oeste, Céfiro.

M. D. Álvarez 

sábado, 4 de enero de 2025

El amor entre lobos.

Era un espectáculo verlo retozar en la flor de la vida. Cuando la veía aparecer, se crecía y aparentaba ser un lobo más adulto. Se lucía con grandes cabriolas; le llevaba las mejores presas. Ella lo lamía con ternura y adoración; quería a aquel lobo tan hermoso y cortés, y él se dejaba querer. 

Un día, no la vio y se preocupó. Fue en su busca; su territorio era muy amplio y no la hallaba. Su incertidumbre iba en aumento. Descubrió un gran lobo negro merodeando por el territorio de ella; algo le había pasado. Nunca hubiera permitido que aquel lobo solitario se colara tan campante por su territorio. La encontró tendida al borde de un riachuelo, con contusiones y zarpazos.

La acompañó a un terreno más alto y fue en busca de aquel gran lobo negro. Lo halló en las inmediaciones de una lobera; su lomo se erizó y su espada se arqueó, dándole la apariencia más grande y aterradora. 

El lobo negro pareció no darse cuenta de su presencia hasta que oyó su gruñido. Se volvió y pareció sorprendido de que aquel lobo joven le hiciera frente. No se arredró y cargó contra el joven lobo, el cual lo esquivó de un salto, haciendo que el lobo negro perdiera el equilibrio. El joven aprovechó para lanzar un gran mordisco a la nuca de su contrincante, zarandeándolo. Le rompió el cuello y le llevó el trofeo a su amada, que, preocupada por él, salió a buscarlo. 

Cuando lo vio llegar arrastrando el cadáver de aquel lobo negro, se dio cuenta de que aquel joven lobo la amaba. Corrió hasta él y lo lamió con dulzura y pasión; sería el adecuado para engendrar su camada.

M. D. Álvarez

El lago misterioso.

Ella era una princesa y él era un vulgar guardián que no creía merecer la suerte de haberla conocido. Un vulgar vasallo no debía ni acercarse a la preciosa princesa y, mucho menos, posar sus ojos en ella. Aunque se le hacía duro no mirarla, la adoraba y obligaba a quien osara dirigirse a ella sin su permiso a rendirle pleitesía.

Un buen día, mientras ella se bañaba en un hermoso lago, ella le llamó y le pidió que se metiera en el agua, pues era un día sofocante. 

Él dudó un instante, su corazón latía con fuerza. ¿Cómo podía él, un simple guardián, acercarse a su princesa? Pero sus ojos se encontraron con los de ella, llenos de una confianza que lo desconcertó. Con un suspiro, se quitó la armadura y se sumergió en el agua. El lago era cristalino, y mientras nadaba hacia ella, pudo apreciar su belleza aún más de cerca.

Al llegar a su lado, la princesa lo miró con una sonrisa enigmática. "Sabes", dijo ella, "hay algo especial en este lago. Dicen que quien se bañe en él con alguien a quien ama, vivirá una vida eterna juntos".

Su corazón se aceleró. ¿Era posible? ¿Podría él, un simple mortal, ser digno de tal amor? En ese momento, una niebla comenzó a envolverlos, y una voz misteriosa resonó en sus oídos: "Pero cuidado, el amor eterno tiene un precio".

Al disiparse la niebla, se encontraron en un bosque oscuro y tenebroso. Las estrellas habían desaparecido, y la luna estaba oculta tras nubes negras. Un viento frío susurraba entre los árboles, llevando consigo un lamento ancestral.

"Así que han decidido desafiar las leyes de la naturaleza —dijo con una sonrisa burlona el extraño encapuchado—. "Muy bien. Pero recuerden, el amor eterno tiene un precio, y ese precio es la vida", sentenció el misterioso personaje con aviesa sonrisa.

M. D. Álvarez.