sábado, 30 de noviembre de 2024

El señor de las sombras con corazón de oro.

Los astros lo predijeron: él sería el señor de las sombras, el único capaz de dominar su negro y lúgubre corazón. 

Lo único que no previeron fue su naturaleza bondadosa y pacífica, por eso él siempre aspiró a más, añoraba la luz y el calor, pero se debía a sus orígenes, debía ser oscuro y aterrador. Sin embargo, descubrió un claro en el bosque tenebroso y allí habia una linda jovencita que entonaba una bella melodía, atrayéndolo hasta allí.

"He oído tu dolor y tu anhelo de luz y calor", le dijo la jovencita que permanecía en el centro del claro. 

"¿No me temes?", preguntó él, admirado del valor de la joven de pelo rojo. 

"Tienes un gran corazón y eres noble, ¿por qué debería temerte? Acércate, que no muerdo."

Él todavía extasiado por el cálido son de su canción avanzó con cautela. Ella le ofreció una hermosa flor que él cogió con mimo. Su aspecto debería haberte asustado.

"Sé quién eres y qué anhelas, el calor y la luz, pero tu naturaleza es oscura", dijo cogiéndole la zarpa, era un tacto cálido y tierno. "Yo te podría mostrar.las maravillas del mundo de luz y te ofrecería mi calor si me aceptas como tu esposa"

Él agachó la cabeza en señal de aceptación. Ahí comenzó su reinado de paz junto a su reina blanca, quien le mostraba todas las noches las maravillas del mundo luminoso y lo amaba con pasión desmedida.

M. D. Álvarez 

El reino prohibido.

Sentado en su trono y con su intensa mirada, era capaz de desarmar a todos los que vinieran a disputarse su reino. Su mirada acerada era capaz de paralizar y destruir a todos los ejércitos que enviaran a conquistar su reino. 

Él tenía el poder de paralizar y destruir, pero también tenía a su lado a una reina, una bella joven de ojos verdes y melena larga de color caoba. Él era un apuesto rey con cabello largo y despeinado, y unos intensos ojos azules.

La amaba desde que la vio en una de las muchas fiestas que daba su familia para buscar a la elegida para él, y ella estaba allí. Se enamoró perdidamente de ella en cuanto la vio, supo que ella sería su reina.

La que permanecía junto a él en todas sus batallas la que le daba fuerzas cuando se debilitada o lo reconfortado cuando tenía momentos de paz se amaban apasionadamente  en los momentos de calma. 

El rey, con su mirada penetrante y su cabello al viento, gobernaba con firmeza y justicia. Pero su corazón pertenecía a la reina, cuya belleza rivalizaba con la de las estrellas en el cielo nocturno. Juntos, eran una fuerza imparable, un equilibrio perfecto entre poder y amor.

En las noches tranquilas, cuando la luna brillaba sobre el castillo, el rey y la reina se encontraban en su jardín secreto. Allí, entre las rosas y los jazmines, compartían sus sueños y sus miedos. La reina le contaba historias de su infancia en los campos verdes, mientras el rey la escuchaba con atención, sus ojos azules llenos de admiración.

Pero no todo era paz en el reino. Los enemigos acechaban, y las intrigas palaciegas amenazaban con separarlos. El rey sabía que debía proteger a su reina, pero también anhelaba la calidez de su abrazo y la dulzura de sus labios.

Una noche, mientras la luna llena iluminaba el jardín, el rey se arrodilló ante la reina y le ofreció un anillo de oro con una esmeralda en el centro. “Eres mi reina”, le dijo, “y quiero que seas mi esposa para siempre”. La reina aceptó con lágrimas en los ojos, y juntos sellaron su amor con un beso apasionado.

Así comenzó una nueva era en el reino. El rey y la reina gobernaron juntos, su amor inquebrantable como un escudo contra las adversidades. Y aunque las batallas seguían, su amor era la mayor victoria de todas.

M. D.Álvarez 

Amistad duradera.

Con el semblante completamente lívido y aterrada, lo miraba con incredulidad. Su mejor amigo se estaba transformando en una criatura salvaje; su piel se estaba desgarrando y surgió en su lugar la criatura más salvaje y destructiva de todas. Pero seguía siendo su amigo, nunca la atacaría a ella; su amistad lo mantenía a raya.

Él la miró entre sorprendido y asustado, y huyó; la mirada de ella era de terror. Cuando se dio cuenta de que huía para que no lo viera tal y como era, ella lo persiguió. Sabía que era su mejor amigo y donde él fuera, ella estaría con él.

Lo alcanzó en un claro del sombrío bosque y le dijo: "Siento haberme asustado de ti. Sé que no me harías daño".

Él aún asustado, dijo: "Me asusté al ver tu reacción y huí".

Ella se acercó, acarició su denso pelaje tranquilizándolo. Estaban unidos por lazos inquebrantables, nada los separaría.

M. D.  Álvarez 

Privilegio.

Su derecho de nacimiento le otorgaba el privilegio de escoger el mundo en el que nacería como uno más, hasta alcanzar la mayoría de edad y reclamar su trono. Le tocaba decidirse por un mundo donde todo era luz y hermosas criaturas, o por otro mundo oscuro habitado por unas no menos hermosas criaturas. 

Él se decantó por el mundo oscuro; él sería su luz y su guardián. Su nacimiento fue vaticinado para que naciera en una casa real; la de Licas sería la adecuada, con su doble naturaleza humana y salvaje. Su nacimiento fue largamente celebrado; sus padres eran adorados por sus súbditos. 

A la mayoría de edad tuvo su primera transformación: su cuerpo se torsionó hasta casi partirse, sintió su sangre hervir, su naturaleza lobuna se manifestó en todo su esplendor. Al día siguiente, sus padres lo felicitaron; había dominado a su bestia interior. 

Ahora debía reclamar el trono del mundo oscuro, por el cual sería recordado por su valor y pasión por cuidar y amar a todos sus habitantes. Su linaje lo hacía merecedor de un gran poder que utilizaría con sabiduría y honestidad.

M. D. Álvarez 

viernes, 29 de noviembre de 2024

Amor geológico.

Su relación estaba mal vista por sus jefes, por eso se buscaban ansiosamente en los lugares más apartados y aislados del planeta. 

Su trabajo los llevaba por todo el planeta e intentaban coincidir en los mismos lugares apartados donde se buscaban y se amaban dulce y pausadamente. 

Él era geólogo y ella era tasadora de gemas. Los dos se habían enamorado en una exposición de gemas donde ella era una autodidacta y él prestó toda la atención a todas las explicaciones que ella le estaba dando. 

Al terminar la exposición, él la invitó a una cafetería donde siguieron hablando entre sonrisas cómplices. 

Él la acompañó a su hotel y, cuando se iba a dar la vuelta e irse, ella lo besó apasionadamente, introduciéndolo en la habitación donde pasaron toda la noche haciendo el amor plácida y calmadamente. Fue el primero de muchos escarceos amorosos que tuvieron durante cuatro años.

Hoy en día, siguen viéndose de manera esporádica; sus encuentros amorosos eran el acicate que les hacía falta para seguir juntos, aunque sus jefes desconocían su relación.
M. D. Álvarez

jueves, 28 de noviembre de 2024

El último duelo.

Su historia comenzó allá por el año 1000 de nuestra era, cuando las trifulcas se remediaban con duelos de honor. Su nacimiento fue fruto de un amor prohibido, el honor de su madre fue puesto en entredicho. 

Su padre se batió en duelo por el honor perdido, pero murió al ser abatido por su contrario, quien abusó de su madre valiéndose de su linaje cuando él aún estaba en su vientre. Después de lo cual, lo echó sin miramientos a la calle.

En el frío suelo de piedra, dio a luz a su vengador de honor. Siendo niño, recibía los insultos de los demás niños que lo llamaban bastardo. Cuando cumplió los dieciocho años, ya era un hábil luchador en todas las artes de armas. Su avidez de conocimientos y versatilidad lo llevaron a ser un gran maestro autodidacta en el arte de la guerra.

Pero todavía tenía una espinita clavada en su corazón: el insulto de aquellos niños le dolía profundamente. Adoraba a su madre y no quería importunarla, pero tenía que saber sobre su origen.

Ella le contó la verdad: que era hijo del hijo menor del señor feudal, quien no había visto con buenos ojos que su benjamín se hubiera enamorado de una plebeya. En un duelo con el hijo mayor, lo mató y luego la violó cuando él aún no había nacido. Loco de dolor por el ultraje a su madre, se fue en busca de los herederos del señor feudal y, por consiguiente, del hombre que había violado a su madre.
 
Los encontró disfrutando del derecho de pernada con dos doncellas recién casadas. 
El hijo mayor con los pantalones bajados no tuvo tiempo de reaccionar lo ensarto atravesando su esternón con un sable usar el conde fue harina de otro costal aunque ya mayor era hábil en el manejo del florete le hirió en el brazo derecho pensando que con el brazo dominante herido tendría más posibilidades no sabía que nuestro héroe era ambidiestro lo sorprendió cuando cambió de mano el sable y lo decapitado con un funesto giro
Le llevo la cabeza del perpetrador de la violación a su madre que viéndose libre del yugo a la que la habían sometida abrazó y besó a su amado hijo el que había restablecido honor y el orgullo de su apellido.

No os he dicho el apellido, pero para mí es un orgullo llevar su apellido. Él se llamaba Alvar de Álvarez y yo soy su orgullosa cuatrinieta, y llevo con orgullo su apellido.

M. D. Álvarez

El nuevo cubil.

Oteando el horizonte, sus ojos escudriñaban y vigilaban cualquier movimiento extraño que pudiera suponer un peligro para su camada. Ella los mantenía calentitos y amamantándolos; él salía a cazar para alimentarla a ella, su única razón de ser. Un día, cuando él salió de cacería, presentía que algo iba mal y volvió junto a ella. 

La halló herida, pero había logrado ocultar su tesoro más hermoso: sus cuatro cachorros, que al verlo regresar corrieron hacia él. Apesadumbrado, lamió las heridas de ella, que milagrosamente cicatrizaron por el amor que él sentía por ella. 

Tenía que buscar una nueva ubicación para su cubil, aquel ya no era seguro para ellos. Encontró un lugar inexpugnable en un risco alejado de su anterior cueva. Primero trasladó amorosamente a sus cuatro cachorros, llevándoselos de uno en uno sujetándolos con la boca. 

Por último, fue a buscar a su compañera y la acompañó, sirviéndose de apoyo cuando las fuerzas le fallaban. Ya en su nuevo bastión, se dedicó a cuidar de ella y de sus cuatro cachorros hasta que ella se recuperó por completo.

M. D. Álvarez 

El último hombre lobo.

A pesar de ser un joven apuesto y gentil, tenía su lado salvaje y terrorífico. Guardaba un secreto en su sangre: corría la estirpe de Licus, el primer hombre lobo de la historia de la humanidad. 

Él era su último descendiente vivo. Su genealogía estaba plagada de historias aterradoras de masacres y asesinatos macabros. Él luchaba por cambiar sus ansias de devorar y descuartizar. Sus instintos primarios pugnaban por salir cada noche de luna llena, pero él lograba contenerlos a costa de su salud, muy a su pesar. Un día, su estirpe se abriría paso sin que él pudiera impedirlo y camparía a sus anchas todos los días de luna llena.

Mientras tomaba el sol en la piscina, se le acercó una bella señorita de ojos verdes que lo cautivó al momento. Sintió que su lobo interior se relamía de gusto, pero no lograría vencer el tesón y la valentía de él. Serían lo suficientemente fuertes para contenerlo y no dejarlo salir. Ella lo observaba con admiración y deseo. Él también la deseaba, pero mantenía las distancias. No podía controlar a aquella bestia salvaje cuando ella lo tocaba.

Una noche, mientras él dormía, ella se coló en su habitación y lo observó dormir plácidamente. Tuvo unos deseos irrefrenables de acostarse con él. Lo que ocurrió a continuación fue que su sangre de Licus lo poseyó y, tomándola con suavidad y ternura, la amó de mil maneras hasta que el amanecer lo despertó y la vio a su lado, dormida dulcemente. 

Había concluido su ciclo reproductivo con la joven más encantadora que jamás había conocido. La amaba y cuidaría de ella hasta el último día de su vida.

M. D. Álvarez 

El derrumbe

El derrumbamiento había sido total: un edificio de 50 plantas había caído a plomo, nadie se atrevía a acercarse por miedo a que fuera un atentado. Solo una joven doctora hacía lo posible por los heridos que había en las inmediaciones. Cuando llegó él, le preguntó: "¿Cómo puedo ayudar?" Ella le respondió que sin una grúa no podría levantar los grandes cascotes que aplastaban a los vecinos del inmueble.

Él hábilmente levantó sin esfuerzo una enorme viga que había aplastado una pierna a uno de los transeúntes que pasaban por ahí. Ella lo miró con admiración, era un joven apuesto y fornido. Deposito la viga en una zona aledaña. Ella, mientras tanto, le practicó un torniquete al transeúnte que, con cara desencajada, no daba crédito a lo que acababa de acontecerle.

Él siguió levantando cascotes y vigas hasta que ya no quedaba nadie bajo ellos, solo los fallecidos.

Gracias al enigmático joven y a la altruista doctora solo murieron dos personas.

M. D. Álvarez

El yunque.

"Sé dónde golpear para no dejar marca", dijo mientras golpeaba a su víctima. Sin aliento, se negaba a delatar a su jefa. Le debía la vida y no la pondría en peligro.

Siguió aguantando los golpes hasta que aquel armario ropero se detuvo. Estaba agotado; golpearle era como golpear un yunque. Aprovechó para incorporarse y encararse con aquel matón del tres al cuarto. Era más hábil que él y lo dejó sin aire de un solo golpe en el plexo solar.

Salió y se dirigió al encuentro con su jefa. La llamó y le dijo que la buscaban. Ella le dijo que se reuniera con ella en la plaza Mayor, así que se dirigió hacia allí.

Continuará...

M. D. Álvarez 

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Manso corderito.

Si era voluble, ¿y qué? Le gustaba cambiar de opinión sobre sus andanzas con las chicas, pero aquella preciosidad le había tocado el corazón hasta tal punto que no comentaba ninguno de sus líos amorosos en su presencia. 

Sus amigos estaban gratamente sorprendidos por su cambio de actitud. Lo vieron transformarse de un don Juan a un manso corderito que la seguía a todas partes.

El parque estaba bañado por la luz dorada del atardecer. Los árboles susurraban secretos al viento, y las hojas crujían bajo los pies de los paseantes. Allí, en medio de la naturaleza, se encontraron de nuevo.

Ella estaba sentada en un banco, absorta en la lectura de un libro. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una inteligencia cautivadora. Él se acercó tímidamente, sintiendo el corazón latir con fuerza en su pecho.

—Hola —dijo ella, levantando la vista del libro—. ¿Te gustan los atardeceres?

—Sí, mucho —respondió él, nervioso—. Son como momentos mágicos en los que todo es posible.

Ella sonrió, y en ese instante, algo cambió dentro de él. Ya no era el don Juan que coqueteaba con todas las chicas. Ahora solo quería coquetear con ella.

M. D. Álvarez 

El bosque milenario

Solo lograban vislumbrarlo cuando alguien se internaba en la espesura de aquel milenario bosque, del cual él era su guardián a tiempo completo. Su naturaleza esquiva le otorgaba la facultad de vigilar sin ser visto. 

Aquel grupo de excursionistas se internó en el corazón del bosque umbroso, donde las criaturas más salvajes, agresivas y feroces campaban a sus anchas, siempre vigilados por el formidable e imponente hombre lobo. 

Lástima de los excursionistas, solo pudo salvar a una jovencita de ojos verdes y pelo color caoba. Llegó tarde por estar al otro lado del gigantesco bosque, pero percibió los gritos desesperados. 

Cuando llegó, algunas de las bestias más aterradoras rodeaban a la jovencita. Lanzó un gruñido aterrador que hizo que las fieras se alejaran, la cogió tiernamente en sus brazos, apenas pesaba, y la llevó a su cueva donde la cuidó hasta que se despertó. 

Abrió los ojos y lo vio: era un magnífico ejemplar de licántropo de pelaje dorado. No mostró miedo cuando él le ofreció un cuenco con agua fresca. 

Bebió ávidamente, devolviendo el cuenco cuando él se acercó a recogerlo. Ella acarició suavemente su denso pelaje color dorado.

Se sentía responsable por la muerte de los excursionistas. Los había ido protegiendo mientras avanzaban por el bosque, hasta que su fino oído escuchó otro grupo, pero este era más revoltoso. 

Se dirigió hábilmente hasta las inmediaciones del ruso que se estaba dedicando a molestar a las jóvenes criaturas del lindero del bosque, así que optó por asustar a aquellos excursionistas gamberros. En cuanto lo vieron, huyeron despavoridos. 

Ahí fue donde oyó los alaridos lastimeros de los pobres caminantes. Los habían despedazado a todos, salvo a la jovencita que estaba hecha un ovillo, rodeada de aquellas aterradoras fieras. 

Menos mal que llegó a tiempo para salvarla; ella lo había visto en la espesura del bosque, pero no mostró miedo. Había una conexión ancestral entre ellos.

M. D.  Álvarez 

El misterioso caso del Sr. Paybody..

Número de archivo 1545

Caso nº 12

Todo comenzó una tarde de verano cuando una hermosa joven, de pelo castaño claro y unos preciosos ojos color miel, entró en mi despacho. No tendría más de 20 años y su delicada expresión la hacía tener una extraña belleza. La invité a sentarse y le ofrecí un té de moras.

Sin esperar a que se lo sirviera, comenzó a relatarme que algo raro le estaba sucediendo a su marido. Me contó que se ausentaba largos períodos de tiempo y que, cuando regresaba, se encerraba en el sótano. Muy de vez en cuando, le dedicaba un poco de atención, pero solo cuando ella se empecinaba en sacarlo del sótano para asistir a la ópera o a alguna fiesta de la alta sociedad.

- Señora Paybhody, ¿está su marido ausente ahora?

- Lleva ausente cuatro meses. Me temo que le ha pasado algo.

- ¿Por qué piensa eso?

- Porque es la primera vez que está tanto tiempo fuera.

- ¿Tiene alguna idea de dónde puede pasar esos largos períodos de tiempo su marido?

- No, señor Vorodier. ¿cree que estaría aquí si supiera dónde encontrarlo?

- No, no lo creo. Pero es mi trabajo. ¿Suele recibir su marido alguna llamada o mensaje antes de ausentarse?

- Sí, una llamada. Pero últimamente recibía mensajes que le entregaban en mano y que mi marido quemaba nada más leerlos. Sin embargo, este último lo olvidó sobre la mesa del sótano.

- ¿Me permite leerlo?

A TORRE 500 M. Z ESCALA 1000 M. W TERMINADO. SIN RETRASO A PUNTO X 1450.

Tras examinarlo detenidamente, le pregunté a la Sra. Paybhody:  - ¿Puedo quedármelo? El mensaje es clave para descubrir el paradero de su marido.  

- Sí. Por supuesto, pero no logro comprender cómo un trozo de papel le puede ayudar a descubrir el lugar donde se encuentra.  

- No es solo por el trozo de papel –respondí condescendientemente.  

- Pero no puedo desvelar mi técnica, Sra. Paybhody. ¿Me permitiría echar un vistazo al sótano?  

- Sí, pero no sé de qué le va a servir.  

- ¡De mucho, señora! ¡De mucho!  

Dos días después, me dirigía en mi viejo Mustang del 92 hacia la mansión de los Paybhody, en Wellington Street. Había algo extraño en torno a la mansión. Era como un palacete de estilo victoriano, y como tal, debía tener sus fantasmas. Toqué un par de veces la aldaba de la puerta principal y, al cabo de unos minutos, un anciano de unos 60 años, más o menos, me abrió. Más tarde me enteraría de que era el mayordomo personal del Sr. Paybhody. El anciano me franqueó la puerta y me acompañó a la biblioteca.

- Espere aquí, la señora bajará enseguida.

Mientras esperaba, fui ojeando la biblioteca, descubriendo que los Paybhody eran una familia algo extraña. Poseían una de las más grandes colecciones de libros prohibidos e incunables que había visto en toda mi vida.

- Veo que ya ha descubierto la verdadera pasión de mi marido. Adora coleccionar libros.

Me sobresalté un poco. Se había acercado con tanto sigilo que no me percaté de su presencia hasta que estuvo justo detrás de mí. Respondí con ironía.

- Ya lo veo, ya. Pero no unos libros cualesquiera, ¿verdad, señora Paybhody? -Cogí el libro que más me había llamado la atención. Se trataba del Necronomicon.
Es su niña bonita. –Dijo ella, no sin cierta angustia.

- Hay algo que aún no me ha contado, señora Paybhody. ¿Conoció su marido a alguien en los últimos meses?

- Sí, pero no creí que eso fuera importante. –Contestó un poco molesta.

- ¿Cómo se llama la señorita? –la apremié.

- ¿Cómo sabe que es una mujer? –Preguntó ella, con cierta reserva.

- Muy sencillo. Mientras hojeaba el libro, vi, entre sus páginas, esta carta; el aroma es inconfundible: son lirios.

- Lucy Bel. –Susurró avergonzada. –¿Me permitiría leerla, por favor?

- Sí, me promete no romperla… -Le entregué la carta, un tanto sorprendido.

Esperé mientras ella leía ansiosamente. Vi cómo su semblante iba cambiando del rosa pálido al blanco. La vi tambalearse, así que la cogí amablemente por el brazo y la ayudé a recostarse sobre un diván.

- Tómese esto. La reanimará. –Le ofrecí un jerez.

- Lo siento, Sr. Vorodier. Pero no he podido evitarlo. –Dijo entre sollozos.

- Lo sé, pero yo he tenido la culpa; no debí dejar que la leyera. –Asentí un poco cabizbajo.

Me entregó la carta, que guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, mientras la observaba y se recuperaba.

- ¿Me permite que le acompañe? Le enseñaré en qué estaba trabajando mi marido. –Dijo ella un poco más sosegada.

- Creo que ya ha sido suficiente por hoy para usted. Ya volveré mañana para inspeccionar el sótano.

- No se preocupe por mí, Sr. Vorodier, ya estoy mucho mejor.

- Puede llamarme Víctor.

- Bien, Víctor, yo soy Sara. Y ahora que nos hemos presentado debidamente, te mostraré el sótano. Hay un pasadizo…

- Sara, ¿me permites? A ver si lo encuentro –dije para probar si aún estaba en forma.

Me situé en medio de la biblioteca y fui observando todas las estanterías. Todos los libros estaban inmaculados, los cantos no estaban apenas gastados; allí no estaba la entrada al pasadizo. Así que comencé a inspeccionar una enorme chimenea de estilo Luis XVI. Me fijé en todos los adornos: orlas, ornamentos, molduras y archivoltas. Hasta que descubrí una pequeña hendidura en una de las siluetas que parecía más gastada de lo normal. Presioné la hendidura y, tras el fuego, se abrió una portezuela.

Mientras yo deducía el acceso al sótano, Sara había ido a buscar un par de linternas.

- ¿Cómo lo ha hecho? –inquirió un tanto nerviosa.

- Eso, Sara, es secreto profesional.

Había un angosto pasadizo de unos cinco metros de largo que desembocaba en una puerta de roble. Una vez dentro del sótano, parecía no haber sido ventilado en al menos un par de años.

- Sara, ¿no notas nada extraño aquí?

- No, ¿por qué?

Las paredes estaban desnudas, el archivador abierto de par en par, además de los seis cercos en la pared. Pero lo que más me llamó la atención fue que me parecía demasiado pequeño y lo extremadamente húmeda que estaba la pared este.

- ¿Qué tipo de cuadros tenía tu marido colgados aquí?

- Unos muy raros.

- No te parece muy extraño que esté el archivador vacío y las paredes desnudas. A propósito, ¿cuánto mide el sótano?

- Unos 90 metros, ¿por qué?

- ¿Y no te parece pequeño?

- Ahora que lo mencionas, sí. Es mucho más pequeño.

- ¿Tienes algún pico o pala?

- No lo sé, tendré que preguntarle a Arthur.

- ¿Arthur?

- Sí. Lo conociste en la entrada. Es el ayuda de cámara y mayordomo personal de Robert.

- ¿Sara, qué tal dibujas?

- Bastante bien, ¿por qué?

- Quisiera que me hicieras unos bocetos de los cuadros que tenía Robert aquí.

- De acuerdo, pero ahora voy a pedirle a Arthur que me deje un pico y, si no lo tiene, se lo pediré a Andrew, nuestro jardinero.

Mientras Sara fue a buscar lo que le había pedido, inspeccioné el archivador, que estaba vacío del todo o casi del todo. Solo vi un trozo de papel con cuatro letras: “A”, “Z”, “W” y “X”.

Entonces me acordé del mensaje que me había entregado Sara y de la carta que había hallado en tan peculiar libro. Y la leí:

Sonderland, a 2 de diciembre de 2023  
Querido Robert:  
Este es el último paso para despertar al Durmiente.  
Se acerca el glorioso día de nuestra unión, para encabezar el séquito del Durmiente.  
Pronto, muy pronto, querido, estaremos por fin juntos, sin ningún obstáculo que nos separe, bajo mi protección.  
Recuerda que tiene que haber un sacrificio de una virgen pura. Utiliza lo que te envié. No temas, no sufrirá ningún dolor.  
Hasta que nuestro amor nos una por los siglos de los siglos y no nos separe jamás, se despide esta que te ama y te desea,  
Lucy Bel  

Me inquietó lo del sacrificio. De pronto, me vino a la mente el recuerdo de la primera vez que vi a Sara en mi despacho: su extremada palidez, su rostro denodado. ¡Cómo no me di cuenta…!

Por aquel entonces, lo asocié a la preocupación por la desaparición de su marido, pero ahora ya sabía a qué era debido. Tenía que averiguar qué era lo que le había mandado la tal Lucy Bel a Robert.

Era el mismo tipo de letra y el mismo tipo de tinta. Era como si utilizara su propia sangre, pero no podía asegurarlo hasta haberla analizado. Hasta era posible que utilizara la misma pluma.

Estaba claro: los tres mensajes los había escrito la misma persona. Utilizaba un tipo de papel que me pareció corriente, pero me equivocaba. Me daría cuenta más tarde.

Estaba cavilando, ensimismado en mis pensamientos, que no me di cuenta de que Sara estaba mirándome pensativa. Tenía en su mirada algo extraño. Estaba como ausente.

- ¿Se encuentra bien? ¿Me ha traído el pico?

Tras unos segundos de duda, me respondió afirmativamente.

- Puedo preguntarle si toma algún medicamento.

- Sí. Tomo unas gotas que me recetó el doctor Sheldon. Es mi médico particular.

- Sufro desde hace años una dolencia muy extraña; me mareo y a veces pierdo el sentido.

- ¿Puede mostrarme el frasco?

- No sospechará del doctor Sheldon; fue el médico de mi padre, el coronel Stuart Mild.

- No, pero no se puede descartar a nadie. ¿Quién le administraba las gotas?

- ¡Oh, Dios mío! Robert se encargaba de prepararme el vaso con las gotas.

- De todas formas, creo que si tu marido hubiese intentado asesinarte, lo habría hecho hace mucho, pues la carta lleva la fecha del 2 de diciembre de 2013.

Me acerqué a la mesa para inspeccionarla mejor. Fue entonces cuando me di cuenta de que cojeaba de una de las patas, así que le di la vuelta y desencajé la que me parecía más larga que las otras. En el hueco había un pequeño paquete envuelto en una tela de terciopelo rojo con las iniciales L.B. bordadas en negro. Me guardé el paquete en el bolsillo; ya tendría tiempo de averiguar su contenido en mi laboratorio.

Así, el pico y, al cabo de unos minutos, ya tenía un boquete por donde husmear con una linterna, pero habría sido mejor no abrir el agujero. Lo que vi tras él me horrorizó, e hice salir a Sara antes de proseguir con el derribo del resto de la pared. Una vez dentro, encendí varias lámparas para poder inspeccionar el resto del sótano. Era un lugar lúgubre y húmedo; había una mesa enorme en el centro de la estancia, con gran cantidad de papeles, varios archivadores cerrados y, tras uno de ellos, encontré los cuadros que faltaban en la pared de la otra estancia, además de un gran número de pergaminos envueltos en una tela de color rojo.

Pero aún faltaba lo mejor para el final: en la esquina norte de la habitación se hallaba un gran baúl del que emanaba un fuerte olor acre. Yo ya sabía a qué era debido ese olor. Nada más abrir el agujero, había salido de él una ráfaga de muerte. Ahora sabía por qué el Sr. Paybhody tapió la mitad del sótano; lo hizo para ocultar el cadáver.

Que, por el olor que despedía, debía llevar encerrado allí algo más de seis meses, por lo que cabría deducir que no se trataba del Sr. Paybhody.

Había llegado el momento de ponerme en contacto con mi buen amigo, el comisario Walter Ready, pero antes tenía que verificar que había un cuerpo. Curiosamente, el baúl no estaba cerrado y levanté la tapa con cuidado. Allí estaba, efectivamente, el cuerpo de un individuo. Dejé todo como lo había encontrado y salí del sótano. Le dije a Sara que no entrara allí.

Me dirigí a la comisaría número 32, donde trabaja Walter.

- Hola, Walter, ¿qué tal Nadia y las niñas?

- Bien. Te echan mucho de menos. ¿Por qué no vienes el domingo a cenar? Nadia te preparará tu plato favorito.

- Está bien, iré. –Dije resignado.

- Pero, ¿qué te trae por aquí? Solo vienes cuando estás en un lío y necesitas ayuda.

- Tienes razón, he hallado un cadáver en la calle Wellington, en la mansión de los Paybhody. Será mejor que lleves a los forenses.

- Tienes algo que ver…

- No. Es parte de un caso, pero un caso muy complicado. ¿Me podrías hacer un favor? No molestes mucho a la Sra. Paybhody.

- No te preocupes. Sabes que siempre te he hecho caso.

- ¡Ah! Otra cosa. El hombre al que estáis interrogando es inocente. El culpable lo encontraréis al otro lado de la calle.

- Con que inocente. Le encontramos la cartera del muerto y, además, estaba cerca del lugar.

- ¿Podrías responderme a dos preguntas? ¿Tenía el arma? ¿Estaba manchado de sangre? -Le pregunté, mirando por la ventana. Y añadí, antes de que Walter me respondiera: - Ese pobre desgraciado es tan solo culpable de haber robado una cartera a un muerto.

- La verdad es que no.

- Bien. Entonces ven y mira por la ventana. ¿Ves a ese tipo que trata de ocultarse en el portal de ahí enfrente? ¿No le notas algo inusual?

- Ahora que lo dices, tiene la camisa manchada de sangre. Sargento Gutiérrez y Sánchez, tráiganme a aquel individuo y suelten a ese hombre. Víctor, como te equivoques, te vas a enterar.

- Walter, me ofendes. ¿Cuándo me he equivocado yo?

- Algún día me tienes que contar cómo lo haces. Ahora vamos a ver ese cadáver.

- Algún día, Walter, algún día te lo contaré.

Salimos de la comisaría: Walter, el forense Mac’Pherson y yo, en dirección a la mansión de los Paybhody. Una vez allí, Arthur nos abrió la puerta y nos acompañó a la biblioteca. Nos comunicó que la señora se había acostado un rato. Así que los conduje al sótano por la entrada de la biblioteca.

- El cadáver está en el baúl.

- Mac’Pherson, échele una ojeada al cuerpo.

Mientras el forense examinaba el cadáver, Walter y yo inspeccionábamos el resto del sótano. Le pregunté qué le parecían los cuadros que había descubierto con anterioridad detrás de los archivadores y los pergaminos envueltos en terciopelo rojo.

- Estos cuadros y pergaminos me ponen los pelos de punta –me decía mientras los ojeaba cuidadosamente; en su rostro se iba perfilando un rictus de pánico. Y me preguntó:

- Víctor, ¿qué ha pasado aquí? Estos cuadros están malditos. Me producen una sensación que me inspira terror.

- Lo sé. Creo que va siendo hora de que te cuente todo lo que sé. He sido contratado por la Sra. Paybhody para encontrar a su marido, que por supuesto no es el cadáver, ya que por el estado en que se encuentra, debe llevar algo más de seis meses metido ahí. Y el Sr. Paybhody lleva ausente unos cuatro meses. Se había ausentado ya otras veces, pero no por tanto tiempo. Sé que antes de desaparecer recibía unos misteriosos mensajes.

- ¿Qué hacía con los mensajes?

- Según su esposa, los quemaba nada más leerlos. Aunque curiosamente, este se lo dejó olvidado sobre la mesa del primer sótano.

- Está escrito en clave. Habrá que descifrarlo.

- Mientras conversábamos, Mac’Pherson seguía examinando el cadáver. Hasta que no hubo concluido el examen, no dijo nada.

- Por lo que he podido ver, es un hombre blanco de constitución fuerte, 1.75 de altura, pelo color negro. Tiene 12 puñaladas en el dorso, además de diversas amputaciones. Tiene todo el aspecto de un asesinato ritual. Lo demás lo sabré después de la autopsia.

- Walter, ¿me permites llevarme estos papeles y pergaminos para analizarlos en mi laboratorio? Cuando termine con ellos, te llevaré todo lo que he descubierto. ¡Ah! Se me olvidaba, en un libro de la biblioteca encontré esta carta y en una de las patas de la mesa de ahí fuera encontré este paquete. –Le expliqué sin más.

- ¿Qué contiene el paquete?

  - No lo sé, aún. Pero intuyo que se trata de un potente veneno. Sabré más cuando lo haya analizado en el laboratorio de mi casa.

  - Mac’Pherson, sería mejor que fueras a llamar al vehículo forense para retirar este cadáver, una vez haya dado el visto bueno el juez.

  Walter esperó a que Mac’Pherson saliera del sótano para decirme lo siguiente.

  - Víctor. Tienes que prometerme que tendrás mucho cuidado y que me informarás de todo lo que descubras.

  - Walter, pareces mi madre; ya sabes que siempre ando con mucho cuidado –le dije con ironía.

  - No está de más que te lo diga. Yo soy quien responde frente a tu hermana y ya sabes el genio que se gasta.

  - No te preocupes, iré con cuidado y te informaré de todo cuanto averigüe.

  En ese momento llegó Mac’Pherson con el juez Robert Yenkings y dos camilleros. Estos dos sacaron el cadáver del arcón para que el juez pudiera certificar su muerte y lo metieron en una bolsa mortuoria.

En el fondo del arcón hallaron restos de una extraña planta y de un no menos extraño polvo rojo.

- ¿Me permites coger unas muestras? –le pregunté a Walter, que hizo un ademán afirmativo con la cabeza.

- Señor comisario, ya he concluido el análisis pericial; quisiera realizar la autopsia cuanto antes. Así que, si me lo permite, desearía retirarme.

- Por supuesto, ya se puede retirar, pero quiero el informe cuanto antes.

- Víctor, necesito interrogar a la señora Paybhody. No te preocupes, solo le haré unas preguntas. Ya sabe la rutina.

- Sí, claro, pero no la atosigues.

Estando en la biblioteca, Walter y yo conversábamos sobre los libros que coleccionaba el Sr. Paybhody y lo extraño de su desaparición. Cuando percibí la extraña sensación de que algo o alguien nos estaba observando, Walter debió de sentir lo mismo porque los dos nos volvimos al unísono hacia el lugar donde creíamos que nos estaban observando, pero allí no había nadie. Lo más extraño era que en aquella zona hacía un frío glacial. Se trataba de un punto frío.

- ¿Has sentido eso? –me preguntó Walter, visiblemente inquieto.

- Si algo o alguien nos vigilaba y es una presencia muy fuerte, deberíamos salir cuanto antes de aquí. Este es su centro de poder –le dije, y al girarnos para salir de la biblioteca, nos encontramos de frente con Sara, que nos miraba con miedo.

- Sara, le presento a mi amigo, el comisario Walter Ready.

- ¡Oh cielos! ¿Entonces es que mi marido…?

- No, no se inquiete, no es su marido, pero todavía no sabemos de quién se trata.

- Sra. Paybhody, quisiera hacerle unas preguntas. ¿Le importaría acompañarme un momento? –le sugirió Walter.

Mientras se alejaban, yo me volví justo en el preciso instante en el que aparecían en la pared unos inquietantes ojos rojos que me miraban fijamente, seguidos de una aterradora carcajada que me heló la sangre. No sé cuánto tiempo duró aquello; solo recuerdo a Walter zarandeándome mientras me decía:

- Víctor, reacciona, ¿qué te ocurre? ¡Vamos, reacciona!

- Estoy bien, no sé qué me ha pasado –le respondí después de que me hubiera zarandeado unas cinco veces.

- Pues no lo parece: chico, estás pálido como la nieve, ni que hubieras visto al mismo Diablo.

Me sentí aliviado al salir de la casa; era como si ésta me ahogara. Aquella visión me había taladrado hasta el corazón. Más no fue la última vez que vi aquellos ojos. Lo descubriría más tarde en mi laboratorio de “Syracuse Street”.

Me encontraba analizando una fibra del papel que había encontrado en el suelo del sótano. Yo creí que era un simple trozo de papel, pero era mucho más. Se trataba de un compuesto de diversas sustancias altamente peligrosas en una concentración tal que, con sólo un miligramo que se mezclase con agua, podría llegar a aniquilar a cientos de miles de personas en tan sólo un par de segundos. Estas sustancias estaban aglutinadas en la base del cáñamo que le daba consistencia. Lo que me llamó la atención fue lo que vi sobreimpresionado sobre la fibra del papel: eran aquellos mismos ojos que me observaban.

Probé con una nueva muestra, por si me había jugado una mala pasada. Sin embargo, allí estaban de nuevo mirándome fijamente. No había explicación para aquello. Así que seguí haciendo pruebas con diversos resultados. El que más me sorprendió fue la resistencia de ese papel. Lo sumergí en una solución de ácido que no le hizo la menor mella. Luego lo sometí a una temperatura de 1000 grados y ni se chamuscó.

Estaba claro que el que había elaborado aquel papel contaba con conocimientos muy superiores a los nuestros, tanto en la elaboración como en la fabricación de compuestos tóxicos.

Concluido el examen de la composición del papel, me dispuse a elaborar el estudio grafológico.

La persona que había escrito tanto la carta como el mensaje denotaba un alto grado de inteligencia, además de un inquietante superyó. Los rasgos eran firmes y de trazo seguro, lo que demostraba la seguridad de sus actos, aunque estos fueran en contra de toda ética ortodoxa. Al llegar a la firma, percibí algo que no había visto antes: el trazo era más profundo que los anteriores, como queriendo resaltar su nombre; además, se percibía en estos un mal inquebrantable. Era como si toda la maldad del mundo se hubiera unido en torno a la persona que había escrito la carta.

—Esto sí que es curioso, es como si el diablo en persona hubiera escrito la carta. No iba muy descaminado, pero entonces no me di cuenta. Comencé con el examen del contenido del paquete.

Eran unos polvos de color violeta que, tras varias pruebas, resultaron ser un potente veneno, más fuerte que el utilizado por la tribu de los jíbaros, pero que, en pequeñas dosis, producía efectos clarividentes. Pienso que el Sr. Paybhody utilizaba estos polvos para ver el futuro. No creo que los utilizara para acabar con la vida de su esposa.

Entonces, ¿qué era lo que le envió Lucy Bel a Robert y, sobre todo, quién sería la víctima del sacrificio que solicitaba en la carta? Tenía que indagar sobre el pasado del Sr. Paybhody, porque, ¿qué sabía sobre el Sr. Paybhody y sobre su trabajo? Y lo más importante, ¿qué sabía de su familia?
Me dirigí de nuevo a la mansión de los Paybhody para hablar con Arthur, ya que, siendo el ayuda de cámara y mayordomo personal del señor Paybhody, debería conocer muy bien a la familia de su señor.

- La señora todavía no ha llegado -expresó muy serio.

- No importa, porque quería hablar con usted.

- ¿Conmigo, por qué? -dijo inquieto.

- Tranquilo, no quiero hablar de su señor, sino de su familia. Tengo entendido que, antes de servir a su señor, había servido a su padre.

- No solo a su padre, también a su abuelo.

- Bien, ¿qué puede decirme sobre la familia?

- El señor es de buena familia, tiene tres hermanos y una hermana. Su abuelo emigró desde las lejanas tierras de Cracovia para hacer fortuna en las minas de oro de Sonderland, donde compró una concesión de la que emana una pequeña fortuna. Era duro y estricto, pero buena gente.

- ¿Qué me puede decir del padre de Robert?

El Sr. Alexander era difícil de tratar; gobernaba a todos con mano de hierro, incluso a su señora. La pobrecita murió de unas extrañas fiebres. Nunca supimos qué fue lo que ocurrió realmente.

- ¡Oh, perdóneme! ¡Qué descuido el mío! No le he ofrecido un té, ¿o prefiere otra cosa? –indicó, abrumado.

- No se preocupe, un té estará bien. –le contesté, observando el cuarto.

Nos encontrábamos en el cuarto de la servidumbre. Arthur era un hombre humilde; a pesar de lo avanzado de su edad, tenía una salud de hierro. Aún se conservaba ágil. Descubrí una extraña escultura de cincuenta centímetros de alto, hecha de cuarzo azul marino.

- ¿Qué es esto? –inquirí, señalando la escultura.

- ¡Oh, eso! Fue un regalo del señor Ivanisevic, el abuelo de Robert. La encontró mientras hacía una prospección para una de sus minas. Apareció bajo un gran bloque de wolframio. Creo que es muy antigua; representa un misterioso ídolo del mal. Hay una antigua leyenda sobre esta escultura: se cuenta que hace milenios surgió un ser maligno, el ángel de las tinieblas, que quería destruir y arrasar el mundo. Le corroía el odio que sentía hacia los hombres. Se sirvió de su astucia para corromper a un gran príncipe y devastar grandes territorios, asesinando a poblaciones enteras. Quería dominar el mundo y hacer de él un infierno. Casi lo consiguió - me relató entre sorbo y sorbo de té.

- ¿Cómo que casi lo consiguió? ¿Quién se lo impidió? - le escruté con la mirada.

- Los Kolinsikais, que eran los guardianes de las tradiciones morales, se juntaron en torno al príncipe corrupto, aquel que había seducido al Maligno con toda suerte de argucias y engaños para introducirse en él. Los Kolinsikais llevaron a cabo un ritual de separación y limpieza que les llevó dos semanas y la pérdida de alguno de sus hermanos. Pero, por fin, lo lograron y encerraron al Maligno en un bloque de cuarzo que, a su vez, encerraron en una inmensa veta de wolframio. - Me apuntó, mirando la escultura.

- ¿Dice la leyenda si el mal puede salir de su prisión?

- Sí, claro que lo dice, pero le voy a dejar este libro; en él encontrará toda la leyenda y muchos datos más. Tenga, se lo puede quedar.

- Muchas gracias, Arthur. Quisiera hacerle una última pregunta.

- Usted dirá, señor.

- ¿Puede decirme si ha sentido alguna presencia? - le insté, cauteloso.

- ¿Quiere decir si he sentido como si alguien clavara sus ojos en mi nuca o me helara de frío en ciertas partes de la casa, aún con la calefacción a 30º? - me explicó, con la mirada perdida en un horizonte sin fin.

- Sí, algo así.

- Sí. Muchas veces pienso que es la señora, pero cuando me doy la vuelta no hay nadie y eso me asusta. Es como si la casa tuviera ojos y lo viera todo. ¿Cree que me estoy volviendo loco, señor Vorodier? - me dijo, suplicante y visiblemente afectado.

- No, Arthur, no se está volviendo loco. Yo también la he sentido. ¿Qué me puede decir de la casa? ¿Es muy antigua? - le requerí, alejándole del tema, pues le inquietaba mucho.
- Por lo que yo sé… ya estaba aquí cuando llegamos y ya tenía el mismo aspecto que tiene ahora – me manifestó pensativo. – Puede pasarse por el Registro de la Propiedad; allí creo que tendrán más información.

- Arthur, ¿podría ocuparse de la señora? Creo que no se encuentra bien.

- Por supuesto, la pobrecilla no ha tenido mucha suerte con el señor.

- ¿Tienen los Paybhody otra casa?

- Sí. La señora tiene una casita en el campo.

- Me haría un gran favor si se llevara a la señora fuera de esta casa.

- Pierda cuidado, señor Vorodier; cuando vuelva la señora, le propondré una temporada de descanso en su propiedad de New Castle – desea preguntarme algo más.

- ¡Oh, sí! ¿Qué sabe de los hermanos del señor?

- Sobre los hermanos no sé gran cosa, solo que están muy bien situados tanto económica como socialmente. Ahora, la hermana es otra cosa, pues de muy jovencita ingresó en un convento para dedicarse a la meditación y a la oración.

- ¿Quiere decir que se metió monja? –interpelé desconcertado.

- Sí, en el convento de las Hermanas Benedictinas que hay en New Haven.

- Arthur: me ha ayudado mucho. Si necesita algo o se acuerda de algo más, llámeme a este número a cualquier hora del día o de la noche. –Le entregué mi tarjeta.

Me acompañó hasta la puerta y, estrechándome la mano, me dijo: –Tenga mucho cuidado, señor Vorodier.

Me dirigí al registro de la propiedad que se encuentra en el Belisarius Building de Delaware Street.

- Hola, buenos días, quisiera toda la información que tengan sobre la mansión que se encuentra en Wellington Street, en el número 9.

- Muy bien, señor, si me acompaña le enseñaré lo que tenemos de esa mansión. –dijo una preciosa secretaria.

Me acompañó a una de las salas donde me dijo que esperara. Al cabo de unos minutos, volvió con una caja enorme.

- ¡Oh, perdóneme! No sabía que hubiera tanta información sobre esa mansión. – Exprese sorprendido por tal cantidad de información acumulada.

- Esto es solo el principio; hay otras dos cajas de igual tamaño. – Explicó con una gran sonrisa.

- ¿Puedo ayudarla? – Pregunté cortésmente.

- No, no se preocupe. – Respondió ella amablemente.

- Sabe, tiene unos ojos preciosos. – Declaré mirándola a los ojos.

- Eso se lo dirá a todas las chicas. – Alegó ella, ruborizándose un poco.

- No; solo se lo digo a las chicas bonitas como usted.

- Oiga, está prohibido que personas ajenas al registro puedan acceder a los archivos. Pero usted tiene cara de buena persona. Venga, le enseñaré dónde están las otras dos cajas.

- Estaré eternamente agradecido, señorita… No me ha dicho su nombre. – Inquirí.

- Me llamo Myriam Madsen. – Contestó ella.

- Bien, Myriam Madsen. Me llamo Víctor Vorodier y, ahora que ya están hechas las presentaciones, me gustaría invitarte a cenar esta noche.

- Me encantaría, pero acabo a las 10:30.

- No importa, la esperaré.

De nuevo en la sala, comencé a buscar el año de construcción de la mansión Blue Quartz, que era el nombre con el que figuraba en los registros. Pude remontarme hasta el año 1390; el propietario que la compró fue el Duque de O’Connell. Al menos ese era el primero del que se tenía constancia, ya que anterior a él, todo se perdía en la oscuridad del tiempo.

- ¿Myriam, no tienes nada anterior al año 1390?

- No, solo pequeños detalles.

- ¿Cómo cuáles? –requerí con ansia.

- Se dice que esa casa está maldita, que está ahí desde el principio de los tiempos. Se cuenta que formó parte de un palacio que perteneció a un gran príncipe, que fue seducido por el Maligno para arrasar la tierra - citó ella.

- ¿Vaya dónde habré oído yo esa historia? ¡Ah, sí! Aquí en este libro. - Repuse, extrayendo el libro que me había dado Arthur.

El título era de lo más sugerente: “Leyendas Universales del Abismo”. El nombre del autor había desaparecido casi del todo; solo se percibían algunos trazos. Quizás con el escáner logre descifrar el nombre.

Serían las 10:30 y yo esperaba a Myriam al pie de mi porch.

- ¿Dónde vamos a cenar?

- Vamos a casa de unos amigos. - Respondí mientras nos dirigíamos a casa de Walter y Nadia.

- Hola, Víctor. ¡Cuánto tiempo sin verte! – Me soltó Nadia, mirando a Myriam por encima de mi hombro. - ¿Quién es tu amiga? - Inquirió con una sonrisa entre burlona y pícara.

- Nadia, Nadia, Nadia; la más bella joya del antiguo imperio. Siempre tan perspicaz y curiosa – Respondí con cariño.

- Adulador, más que adulador. Pero no te creas que me voy a olvidar de que no me has respondido. – Manifestó con aire de melancolía.

- Bien, pues adelante con las presentaciones. Nadia, ella es Myriam Madsen, una auténtica perla. Myriam, ella es Nadia Ready, mi hermana -declaré con galante cortesía.

- Encantada de conocerte, Myriam. Mi hermano es un auténtico encanto cuando se lo propone -explicó, tendiéndole la mano y colándose a la vez entre Myriam y yo.

- El gusto es mío, ¡pero no me había dicho nada de que tenía una hermana tan encantadora! -manifestó entre divertida y emocionada. -Además, nos acabamos de conocer en el registro de la propiedad.

- Y, ¿qué buscaba mi hermano en el registro? Seguro que no te había visto antes, porque no sería la primera vez que utiliza su encanto para salir con una chica.

- No. Estoy completamente segura de que no... -comenzó a decir, ruborizándose.

- No le hagas ni caso, no ves que está tratando de ejercer de Celestina -dije, acudiendo al rescate. -Y bien, ¿dónde están mis sobrinas favoritas? -requerí con ironía.

- Te están esperando en el salón –dijo ella.

Me dirijo al salón y al verme asomar por la puerta.

- Tío Víctor, has venido.

- ¡¿Cómo?! ¡Lo dudabais! Venid a mis brazos.

Angélica y Susana se abalanzaron corriendo a mis brazos.

- Tío Víctor, ¿qué nos has traído? –preguntó Angélica.

- Vamos a ver dónde lo he metido –exclamé, buscando en los bolsillos. - ¿Qué tal va tu colección de monedas? –pregunté a Angélica, extrayendo una moneda de oro del antiguo Egipto. - Y para ti, Susana, tu regalo lo tendrás que compartir con tu hermana. Está en el patio trasero.

- Tío Víctor, ¿de dónde has sacado esta moneda si tú no has estado en Egipto? Tiene toda la pinta de ser muy antigua –exclamó Angélica, llena de admiración.

- Eso, querida Angélica, no lo sabe ni tu mamá. Y ahora ve con tu hermana.

- Víctor, las miman demasiado y luego Walter se pone celoso –me dijo Nadia, que había asistido a la entrega de regalos desde el quicio de la puerta.

- ¡Hablando de Walter! ¿Dónde está ese maridito tan celoso? – Pregunté con ironía.

- Mira que eres malo. Te está esperando en su despacho.

- Tío Víctor. Es precioso, nos gusta mucho. – Exclamó Susana con una enorme y preciosa sonrisa.

- Me alegro de que os guste.

- Bueno, hermanito: a ver cómo se lo dices a papá Walter, seguro que le encanta. - Dijo con disimulo.

- ¿Y qué va a hacer? ¿Pegarle un tiro a su cuñado favorito?

- Vamos. Ve que te espera desde hace horas.

- ¿Y no ha salido de su despacho? – Inquirí, intentando no parecer preocupado.

- Pues no. ¿Pasa algo? - Preguntó ella con un cierto tono de preocupación.

- No. Nada. Ya le conoces. Cuando comienza un nuevo caso, se encierra ahí y no sale hasta que cree que lo ha resuelto.

- Y cuando sale, vas tú y le das la vuelta al caso. Si aún no sé cómo te aguanta.
- Respondió ella con sarcasmo.

- Muy fácil, está casado con mi hermanita – le dije con ternura.

Me dirigí al despacho y lo encontré absorto leyendo unos papeles; ni se dio cuenta de que había entrado.

- Uuuuuuuuuuu... Walter, vas a morir – gruñí con voz gutural de ultratumba.

- Víctor, ¡por Dios! Me has dado un susto de muerte – respondió Walter, que se había puesto blanco como un cadáver.

- No me digas que no me has oído llegar – alegué riéndome, pues la cara de susto que había puesto era digna de una película de terror.

- Mira, no. No te había oído llegar. Estaba leyendo el informe de la autopsia y se me han erizado los pelos de la nuca. Y tú, por poco me matas del susto – me confesó, con el rostro aún denodado.

- Lo siento, Walter. No me pude resistir y, además, la cara que has puesto ha sido de cine – proferí sin poder dejar de reírme.

- Déjalo ya, Víctor. Esto es muy serio.

- Tienes toda la razón, puedo leerlo - manifesté seriamente al ver el severo rostro de Walter. Tenía que ser el informe de la autopsia del cadáver que yo había encontrado.

- Adelante, puedes leerlo. La persona que lo mató es un auténtico sádico.

(Nota del autor: solo transcribo las notas finales del informe pericial).

Descripción de los hechos según los datos obtenidos de la autopsia:

La víctima fue inmovilizada por un potente paralizador (tetradotoxina), permaneciendo completamente consciente mientras era apuñalada repetidamente y seguía aún viva cuando le fue abierto el pecho y el abdomen para extraerle todas las vísceras. Por último, le arrancó el corazón aún palpitante con una precisión casi quirúrgica.

El asesino debía estar influenciado por alguna secta satánica, ya que en el cadáver se aprecian tatuajes postmortem de pentáculos.

El cadáver no presentaba signos de lucha, lo que indica que conocía a su asesino. Se ha podido descubrir que la toxina en cuestión penetra rápidamente a través de la piel, por lo que se deduce que el asesino llevaba guantes, y por eso no se han encontrado huella alguna.

Y para que conste que todo lo que aparece en este informe es cierto, lo suscribo y firmo a fecha de 20 de abril de 2024.

Gary Mac’Pherson.

Jefe de forenses.  
Instituto Forense  
De Arlindhon  

Cuando terminé de leer el informe, tenía los pelos de punta y el estómago revuelto.

- Sabes, ya han reconocido el cadáver –precisó Walter.

- Ah, sí. ¿Quién?

- La señora Paybhody. Resulta que se trata de su jardinero, el señor Andrew Mac’Nillan.

- Ahora ya sabemos lo que puede hacer Robert. Walter, quisiera que te informaras de toda clase de sectas demoníacas que utilicen para su denominación los términos “Despertar al que duerme”.

- ¿Y tú qué vas a hacer? –preguntó Walter con cierto interés.

- Bueno, esta noche disfrutaré de un estupendo gulas y después ya veremos.

- Víctor, nunca cambiarás. Siempre pensando en lo mismo.

Después de cenar, Angélica y Susana se quedaron dormidas en el sofá, mientras les cantaba una dulce canción de cuna rusa. La misma que mi madre nos cantaba a Nadia y a mí antes de acostarnos.

- No sé cómo lo consigues. Si se la canto yo, no se duermen. –Susurró Nadia al oído.

- Lo que pasa es que yo canto mejor. - Dije divertido.

- ¡Oh, vamos! Deja ya de hacer el ganso. Otra cosa: ¿vas en serio con Myriam? - Escrutó Nadia, toda seria.

- No lo sé. Es una chica encantadora y se parece tanto a…

- Si, tienes toda la razón, tiene sus mismos rasgos y los mismos ojos de Rachel.

- No vuelvas a mencionar su nombre. Ella murió por mi culpa. – La interrumpí bruscamente.

- No, Víctor. No digas eso. Ella murió porque te quería más que a nadie en el mundo y se sacrificó porque te amaba. - Me respondió con tono tranquilizador, ya que sabía lo mucho que me dolía el solo hecho de mencionarla.

- Lo sé, Nadia, lo sé. Pero es que es tan doloroso recordarla. - Los dos lloramos por mi amada esposa. Casi me olvidé de Myriam.

- Bueno, dejémonos ya de lágrimas. – Le dije a Nadia, secando sus mejillas. – ¿Te parece si le pido otra cita?

- Tú mismo. Te estás convirtiendo en un soltero de oro.

- Dirás más bien en un viudo de oro –le dije con media sonrisa.

- Y no tardes tanto en volver por aquí. Tus sobrinas te adoran y, después de hoy, te idolatran.

Llevé a Myriam a su casa, en Upper Street.

- Así que es aquí donde vives. Me gustaría volver a verte, pero no quiero engañarte; estuve casado y mi mujer murió por mi culpa… -traté de decir. Pero ella me cortó.

- Víctor, no necesitas darme explicaciones. Yo quiero salir contigo desde que entraste por la puerta del registro.

- Bien. Entonces, hasta dentro de un par de semanas, que antes tengo que resolver unas cuantas cosas.

Esperé hasta que cerró la puerta y volví a casa para enfrascarme de nuevo en mi laboratorio. Estuve examinando los cuadros y los pergaminos que estaban ocultos tras el archivador. Y todos estaban firmados por un autor desconocido, el Conde Giuseppe di Gambaraglia.

Sus ilustraciones eran dantescas orgías de depravación total, en las que se llevaban a cabo ritos espeluznantes y abominables que me recordaron a las heridas halladas en el cadáver que encontramos en el sótano de los Paybhody.

No estaba seguro, pero no creo que fuera la víctima propiciatoria que exigía la señorita Lucy Bell en la carta. Entonces fue cuando me di cuenta de que la víctima que estaba solicitando era una víctima pura y sin tacha, como la hermana de Robert, que había permanecido enclaustrada en un convento.

A la mañana siguiente, me dirigí al convento de las Hermanas Benedictinas que se encontraba en New Havens para entrevistarme con la Hermana Charity Mary, quien me recibió de buen grado, ya que su hermano le había escrito hacía dos semanas. Le parecía muy extraño, ya que nunca le había escrito. Por suerte para ella, aún no lo había leído y me lo entregó. Me preguntó si sabía algo de una escultura de cuarzo azul. Era muy posible que estuviera en manos de su hermano. 

- La escultura se encuentra en la mansión de los Paybhody, pero no es la escultura lo que me preocupa: hermana, creo que debería acompañarme - indiqué, tratando de no asustarla.

- ¿Y por qué cree que debería acompañarle? - indagó con tono preocupado.

- Creo que su hermano se ha juntado con malas compañías y trata de sacar de su encierro al perverso ser que se halla encerrado en la escultura de cuarzo - le respondí con contundencia.

- Señor Vorodier, esto es suelo sagrado y ni el mismísimo Lucifer se atreverá a asaltar este convento - aseveró ella con serenidad y convicción.

- Como quiera, hermana. Pero si nota algo extraño en el ambiente, llámeme. Aquí tiene mi tarjeta.

- Muy bien, si noto que empieza a oler a azufre, usted será el primero en enterarse - respondió ella con tono conciliador.

Mientras salía del convento, eché una ojeada al sobre y me sorprendí.

- Vaya, vaya. No creí que llegara a encontrarla. Robert: se ha vuelto usted muy descuidado. No debió poner su actual dirección.

Sr. Robert F. Paybhody  
Mantico Street, 666  
Arlindhon.

Tendría que estar muy desesperado para encontrar una víctima de las características solicitadas por la señorita Lucy Bell. Aunque todo parecía urdido desde mucho antes, ya que la hermana de Robert ingresó en el convento a la edad de 11 años. Era como la víctima propiciatoria guardada con mimo hasta que llegara el día de su sacrificio.

Me volví al convento ya que se me había pasado por la cabeza algo descabellado. Pero ¡quién sabe!, a veces las ideas descabelladas son las más acertadas y son las que dan en el clavo.

- ¿Madre superiora, tienen ustedes cuadros de índole apocalíptica? - Requerí abiertamente.

- Sí, por supuesto que sí. Nos sentimos muy orgullosas de nuestra colección de cuadros del autor...

- No me lo diga, a ver si lo adivino. No se tratará del Conde Giuseppe di Gambaraglia, uno de los más afamados pintores y escritores del Renacimiento.

- ¡Me ha leído la mente, señor Vorodier! –exclamó la madre superiora.

- No, que va. Solo soy un poco observador. ¿Me los podría mostrar?

Me condujo a una gran sala, donde estaban todos los cuadros que había en el sótano de los Paybhody y muchos más. Observándolos detenidamente, pude descifrar el mensaje que encontró Sara en la mesa del sótano.

En casi todos los cuadros aparecía una gran torre negra, de lúgubre aspecto, y sobre ella se podía distinguir la figura de un diablo rojo. De la torre partía un camino que conducía directamente a un gran monte. La montaña recibía el nombre de Zevûv y, bajo ella, había una gran caverna en la que habitaba la bestia de seis cabezas, que llevaba el nombre de Warlok. Al pie del monte, había una inmensa puerta marcada con la letra Y, y sobre el portal, una L de color rojo sangre.

- Madre: tengo una curiosidad. ¿Sabe si existe este paraje? – Inquirí pensativo.

- Pues verá, este pintor basaba sus cuadros en paisajes reales y este se encuentra en Arlindhon. Aunque antiguamente recibía otro nombre, la llanura de Megido, que más tarde sería conocida como Armagedón. Lugar donde se celebrará la última gran batalla de la Bestia contra las fuerzas del bien.

- Muchas gracias, madre, me ha ayudado a resolver el caso.

Me dirigí a toda prisa a una oficina de turismo y pedí un plano de los monumentos.

Allí estaba la Torre nublada y, a quinientos metros, un gigantesco monte de paredes verticales que no se parecía en nada al del cuadro, pero cuando vi el nombre, no podía ser otro que Zevûv. Era una montaña erigida por la mano del hombre en honor al Diablo.

Tenía que encontrar al señor Paybhody antes de que cometiera una locura. Saqué la carta que me había entregado la Hermana Charity Mary:

Arlindhon, 24 de abril del 2024.

Querida hermana:

Ya sé que no tienes noticias mías desde que ingresaste en el convento. No te preocupes. Sé que te resultará algo extraño que te escriba ahora después de tantos años, pero necesito tu ayuda. Tienes que ayudarme en una gran empresa en la que ya estaba nuestro padre y, antes que él, nuestro abuelo.

Tú naciste inocente y pura. Ingresaste muy joven en el Convento de las Hermanas Benedictinas. Eres una pieza clave para esta empresa. Ya va siendo hora de que entres a formar parte del plan que tantos quebraderos de cabeza trajo a nuestra familia. Nuestra madre murió porque no supimos ver lo que él nos pedía.

Ahora te toca a ti. Reúnete conmigo en Mountain Devil. Ella está por llegar, pero te necesita. No me falles.

Es muy importante; ven, por favor, a las 14:50 y sé puntual.

Un afectuoso abrazo de tu hermano,

Robert F. Paybhody

Antes de que me hubiera subido a mi vehículo, sonó el móvil. Era la madre superiora; la hermana Charity Mary había desaparecido sin dejar ni rastro. Me dijo que en su habitación había un penetrante olor a azufre.

- No se preocupe, Madre; la traeré de vuelta sana y salva –respondí con serenidad, para que no se preocupara.

Llamé a Walter y le pregunté si había localizado alguna secta en la zona de Arlindhon. Me respondió que había dos, y una de ellas se hacía llamar “Los Adoradores del Durmiente”.

- Walter, será mejor que vengas para aquí; esto no lo puedo hacer yo solo.

Al cabo de dos horas, estábamos los dos frente al número 666 de Mantico Street.

- Bueno, Víctor, ¿qué ocurre? –demandó visiblemente preocupado.

- Voy a contarte todo lo que he averiguado y contra lo que nos vamos a enfrentar. El señor Robert F. Paybhody pertenece a la secta de los Adoradores del Durmiente. Pero para acceder al círculo más interno de dicha secta, tiene que llevar a cabo un sacrificio de una virgen. Utilizaba el sótano para estudiar los cuadros que había ido adquiriendo. En el transcurso de sus estudios, conoció por carta a la señorita Lucy Bell. Dicha señorita le envió un paquete con un potente alucinógeno y una neurotoxina, capaz de paralizar a la víctima que le estaba solicitando. Yo creí en un principio que la víctima en cuestión era su mujer. Pero me equivoqué. La víctima tenía que ser virgen y su hermana era perfecta. Así lograría complacer a su maestro; le ofrecería a su hermana como víctima reparadora. Y así abrir el portal y dar acceso al ser más perverso y dañino de la humanidad. – Relaté con paciencia.

- ¿Qué me estás diciendo? ¿Qué Robert ha matado a su hermana? – Sondeó intranquilo.

- No. Al único que ha asesinado y del que tengamos pruebas es a su jardinero Andrew. Le sorprendió en el sótano y, para cuando trató de huir, ya era demasiado tarde. Robert utilizó la neurotoxina para paralizarlo, y Andrew permaneció consciente durante todo el tiempo que Robert estuvo torturándole, hasta que finalmente le arrancó el corazón.

 ¿Sabes qué era el polvo rojo y las plantas que fueron halladas bajo el cadáver? –preguntó Walter con cara de pocos amigos.

 - Las plantas son un condimento muy abundante: el estragón. El polvo es otra cosa; se trata de sangre de dragón y se utiliza para atraer a los espíritus del submundo, los más terroríficos y que se alimentan de cuerpos humanos.
 - Ya sabemos que el señor Robert era un monstruo. Pero, ¿quieres decirme de una vez por todas contra quién nos enfrentamos?

- Walter es el peor enemigo de la humanidad, el aniquilador de mundos, el destructor de conciencias. Él es ella, Lucifer, Belcebú, o como prefieras, es la señorita Lucy Bell. Sabía lo que debía hacer para seducir a su antiguo aliado. Me he remontado 16 siglos hasta los orígenes de la familia Faireaux y a que no adivinas de quién parte la tan enigmática familia.

  - Pues como no me lo digas tú.

  - Pues parte de este personaje, Sethar Faireaux, un príncipe de extraordinario poder del que se sirvió el maligno para campa(r) a sus anchas. Hasta que fue parado en seco por los guardianes de la moral, los antiguos Kolinsikais, que lo encerraron en este bloque de cuarzo azul. – Respondí, sacando de la bolsa de deportes la figura de cuarzo.

  - ¿De dónde has sacado esa figura?

  - De la mansión de los Paybhody.

  - ¿Y qué podemos hacer nosotros contra las criaturas del mal? – Inquirió, con la impresión de que mejor no haber dicho nada.

- Primero, evitar que se lleve a cabo el sacrificio.

- Casi me da miedo preguntar. ¿Y después qué?

- Después, arrojar esta escultura al abismo más profundo que hay sobre la faz de la tierra.

- Otra pregunta. ¿Eso no lo debería tener Robert?

- Sí. Ahora tiene que estar como loco buscándolo. Creo que todavía no se ha dado cuenta de que su mujer me contrató para encontrarle. Así que aún tenemos algo de ventaja. Bien, manos a la obra.

- ¿A dónde vas?

- A quitarle la víctima –dije mientras inspeccionaba la cerradura.

- Eso sería allanamiento de morada - expresó Walter alarmado.

- Sí. Si no estuvieras tú aquí, uno de tus privilegios como comisario es que puedes entrar en cualquier sitio si sospechas que se está llevando a cabo algún delito. Y aquí se está llevando. - Alegué hurgando en la cerradura.

- ¿Y por qué no llamamos? - adujo acercándose a la puerta.

- No hay nadie, lo he comprobado antes.

Forcé la cerradura y entramos en una casa destartalada, llena de polvo y telarañas. Las maderas del suelo crujían a nuestro paso; parecía como si se fueran a hundir.

- Un momento, ¿has oído eso? - pregunté escudriñando el fondo del salón.

- No… espera, sí. Parecen quejidos.

- Vienen de abajo. Ven por aquí.

En el fondo del salón vi una puerta camuflada. Estaba cerrada a cal y canto, pero logramos abrirla. Tras ella había una bajada de unos 5 metros. Allí, en aquel subterráneo, encontramos a la hermana Charity Mary.

- Hermana, no se preocupe, la vamos a sacar de aquí. – Dije mientras le quitaba la mordaza y le desataba las manos y los pies.

- Señor Vorodier, es demasiado tarde, él tiene el ídolo. – Prorrumpió entre sollozos.

- No lo creo, si no, ya estaría usted muerta. Son las 14:59 y la llegada estaba programada para las 14:50. Además, le falta esto. – Dije sonriendo y mostrándole la escultura.

- ¿Es usted creyente, señor Vorodier? – Inquirió ella.

- Eso pregúntemelo cuando nos hayamos deshecho de esto.

- ¡Usted es uno de ellos! - Exclamó abrazándome.

- ¿Uno de quiénes? – Preguntó Walter desorientado.

- Uno de los que habían logrado encerrar a Satanás en este ídolo de cuarzo, un Kolinsikais. – Abrevié ella.

- No lo creo, solo soy un detective que busca la paz. Y ahora pongámonos en marcha. El señor Paybhody no es tonto y, tarde o temprano, volverá.

Salimos por donde habíamos entrado. En el transcurso de tres horas, estábamos sobre una de las fosas marinas más gigantescas que había: la Fosa Mariana, de casi 11 kilómetros de profundidad, que recibía el nombre de Abismo de Challenger. La hermana Charity Mary hizo los honores arrojando la figura a la sima. Después de aquello, la llevé de vuelta al convento, donde recibí todos los honores y demás parabienes de manos de la madre abadesa.


Epílogo

No me parecería justo terminar aquí este misterioso caso. Así que, como epílogo, os dejo lo siguiente:

El señor Robert F. Paybhody volvió a su mansión, sufriendo un fuerte dolor de cabeza, además de una oportuna amnesia.

Walter tuvo que cerrar el caso por falta de pruebas. ¡Curioso, ¿no creen?! ya que el sótano estaba lleno de pruebas y había un cadáver. Pero, oficiosamente, habían desaparecido tanto las pruebas como el cadáver de los archivos policiales y de la morgue.

Y en cuanto a la tan enigmática señorita Lucy Bell, nunca llegó a cruzar el portal. Lo que no quita que vuelva a intentarlo de nuevo, pero espero que tarde por lo menos otros tantos miles de años. Y estoy seguro de que eso la fastidiará de tal forma que cometerá alguna torpeza.

Espero que, con este nuevo encierro, se retrase la tan temida batalla de la llanura de Megido, conocida por los antiguos como la batalla del Armagedón.

M. D. Álvarez

martes, 26 de noviembre de 2024

Hechizado por ella.

Hechizado por la luna, permanecía observándola extasiado por su fulgor. Allí, en pie ante su dulce guardiana, comenzó a sentir cómo su cuerpo cambiaba en oleadas de dolor. 

Con cada onda, su cuerpo se resquebrajaba y rompía para dar salida a su espíritu ancestral: un gigantesco licántropo que amaba la vida en libertad, pero también amaba a la mujer que lo esperaba todos los días. 

Por eso, al amanecer, el gran licántropo volvía al interior del humano que lo protegía durante el día. 

El mismo humano que le había inculcado el amor por algunos seres humanos, el mismo que amaba a aquella preciosa y deliciosa mujer por la que compartían un amor ancestral, por la que los dos darían su vida sin pensárselo dos veces.

M. D. Álvarez 

El sillón.

En aquel sillón tapizado de terciopelo rojo había muerto la persona que más la quería, su verdadero ángel guardián, aquel que la sacaba de todos los peligros en los que ella se metía. 

Y el último le costó perder a su verdadero amigo y protector. Allí sentado, con su último suspiro, le dijo que nunca la dejaría sola. 

Ella, arrodillada a sus pies, lloraba desconsoladamente. Ahora debía superar sus miedos, sus horrores, que antes, junto a él, eran más llevaderos e incluso divertidos. Ella le cogió la mano y se la besó amorosamente, y se levantó dispuesta a enfrentarse a aquello que le había arrebatado a su mejor amigo. 

Cuando se dio la vuelta, sintió una ligera presión sobre su hombro, era una presión leve pero cálida. Él había cumplido con su promesa, estaría siempre con ella, la cuidaría desde el otro lado.

M. D. Álvarez 

La cabaña oscura

Desde que eran críos, aquella cabaña los hechizaba con historias terroríficas de asesinatos y torturas. 

A ella le atraía el terror y sus matices oscuros, e iba plasmando en papel todo lo que ocurría y salía de su imaginación. Se sentía afín con la historia oscura de aquella cabaña. 

Su espíritu era oscuro, tenebroso y lúgubre; en la oscuridad encontraba el sosiego que le hacía falta. Sin esa paz del alma, podría destruir su perfecto mundo de color y, con ello, a su familia. 

Por eso, se refugiaba en su cabaña oscura, donde sus pensamientos funestos y aterradores eran liberados para que camparan por su reino, que se había reducido al único lugar donde ella era feliz.

M. D. Álvarez 

lunes, 25 de noviembre de 2024

Amigo, esposo y amante.

"Ni te muevas", le dijo al oído, mientras ella terminaba el desayuno. Él se levantó y salió. Tardó diez minutos en regresar y traía algo escondido en su mano derecha.

"Hacía tiempo que tenía esto guardado, esperando el momento adecuado, y creo que ahora ya estamos preparados para el siguiente paso. Te quiero y siempre te he querido. No hay nada en el mundo que me separe de ti, mi vida sin ti no vale nada, y por eso te pido de rodillas: ¿quieres casarte conmigo?" —le dijo con la rodilla en tierra y en su mano derecha tenía un precioso anillo de diamantes.

Ella, visiblemente contenta, le dijo que sí, que lo quería más que a su vida. Llevaban viviendo juntos 6 años llenos de amor y mimos. Él la trataba como a una reina y ella se dejaba querer, sabía que él era un buen amigo y desde aquel día sería un buen esposo y amante.

M. D. Álvarez 

sábado, 23 de noviembre de 2024

Las mejores amigas. capítulo II

Las paredes del templo, húmedas y cubiertas de musgo, reflejaban la luz de las antorchas que las dos amigas llevaban consigo. Jeroglíficos y símbolos alquímicos adornaban las paredes, contando historias de un pasado olvidado. El aire era pesado y cargado de una energía ancestral, y cada paso que daban resonaba en la inmensa cámara.

Al fondo de la sala, un altar de piedra negra se erguía majestuoso, rodeado de siete candelabros de bronce. En el centro del altar, un cuenco de obsidiana brillaba intensamente, reflejando la luz de las antorchas. Sheila se acercó al altar y trazó un círculo mágico en el suelo con una varita de ébano.

"Este es el corazón del templo", susurró Sheila, su voz resonando en la quietud. "Aquí realizaremos el ritual que unirá nuestras almas y nos otorgará el poder que necesitamos".

Mandy asintió con la cabeza, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Sacó de su mochila una serie de ingredientes: hierbas aromáticas, piedras preciosas y un vial con un líquido dorado que brillaba como el sol.
"Estos ingredientes son los componentes esenciales del elixir", explicó Mandy. "Cada uno representa un aspecto de nuestro ser y del universo".

Mientras Sheila encendía los candelabros, Mandy comenzó a mezclar los ingredientes en el cuenco de obsidiana. El líquido burbujeó y cambió de color, pasando del dorado al púrpura y finalmente al azul intenso. Un aroma dulce y embriagador llenó la cámara.

"Beberemos de este elixir juntos", dijo Sheila, tomando el cuenco. "Será un vínculo que nos unirá para siempre".
Mandy extendió su mano y tomó la de Sheila. Juntas, elevaron el cuenco y bebieron el elixir. Un calor intenso se expandió por sus cuerpos, y sus visiones se llenaron de destellos de luz y colores vibrantes.

Al terminar el ritual, las paredes del templo comenzaron a temblar. Grietas se formaron en el techo, y rocas comenzaron a caer. Un rugido ensordecedor se escuchó desde lo profundo del templo, seguido por un aullido que helaba la sangre.

"¡Es el guardián del templo!" exclamó Sheila, empuñando su varita. "Debemos enfrentarlo si queremos salir de aquí".

Mandy asintió con determinación. Juntas, se prepararon para la batalla. El guardián del templo, una criatura oscura y retorcida, emergió de las sombras. Sus ojos ardían con un odio ancestral, y sus garras desgarraban el suelo.

Sheila y Mandy lucharon con todas sus fuerzas. Lanzaron hechizos de fuego y hielo, esquivaron los ataques de la criatura y se protegieron mutuamente. La batalla fue larga y agotadora, pero al final, gracias a su unión y al poder del elixir, lograron vencer al guardián.

Con el guardián derrotado, las paredes del templo comenzaron a estabilizarse. Un camino de luz se abrió ante ellas, indicando la salida. Sheila y Mandy se miraron a los ojos, una sonrisa de alivio y triunfo en sus rostros. Sabían que habían superado una gran prueba y que su amistad era más fuerte que nunca.

¿Cómo te gustaría que continúe la historia? Aquí hay algunas opciones:

 * El mundo exterior ha cambiado: Al salir del templo, descubren que el mundo exterior ha cambiado drásticamente debido a la ausencia del guardián.

 * Un nuevo enemigo surge: Un nuevo enemigo, aún más poderoso que el guardián, amenaza con destruir el mundo.

 * Un viaje hacia lo desconocido: Siguen el camino de luz y descubren un nuevo reino lleno de misterios y peligros.

M. D.  Álvarez

viernes, 22 de noviembre de 2024

Las mejores amigas.

Eran dos grandes amigas; las dos se conocían desde hacía milenios y se querían con locura. Habían vivido grandes aventuras tanto en esta vida como en otras. 

Ella, a la que llamaré Sheila, era valiente, inteligente y amable. Yo, en cambio, era pendenciera, noble e imaginativa. Mi carácter me llevaba a enfrentarme con enemigos el doble de grandes que yo, pero con la ayuda de Sheila podría vencer cualquier vicisitud que se presentara. 

Ella, con sus ojos azul verdoso y cabello castaño claro, parecía una valquiria; era un ancla que me mantenía estable. Si no la hubiera encontrado, mi vida seguramente habría acabado antes de empezar. Nadie creería que con mi metro cincuenta y uno podría albergar una naturaleza tan peleona. Mi carácter irascible me habría acarreado grandes desastres; incluso podría haber destruido el planeta entero.

Por suerte, la encontré y fue mi ancla que me mantenía tranquila y estable. Con ella aprendí a controlar mis ataques de ira y también supe que ya la conocía desde el principio de los tiempos. 

Aunque llevábamos cientos de vidas juntas, aún lograba sorprenderme con un gesto amable que apaciguaba mi atribulado corazón.

No os he dicho mi nombre; mi nombre es Mandy y, junto a mi mejor amiga, Sheila, luchamos en un mundo cruel, lleno de maldad y oscuridad, por cualquier alma luminosa a la que la tenebrosidad trate de usurpar su luz.

Sheila, con su cabello plateado y ojos centelleantes, era más que una amiga para Mandy. Su sabiduría trascendía las eras, y su conocimiento ancestral la convertía en una guía indispensable en su lucha contra las sombras. Aunque su apariencia física no revelaba su verdadera edad, Mandy sabía que Sheila había presenciado la caída y ascenso de civilizaciones, la danza de las estrellas y la agonía de los dioses.

En las noches más oscuras, cuando el mundo parecía al borde del abismo, Sheila se sentaba junto al fuego y compartía historias de tiempos olvidados. Hablaba de imperios que se alzaron y cayeron, de héroes que se inmolaron por un bien mayor y de secretos ocultos en los pliegues del tiempo. Sus palabras eran como hilos de luz que tejían un tapiz de esperanza en el corazón de Mandy.

Mandy, por otro lado, era impulsiva y apasionada. Su nobleza la llevaba a desafiar las reglas impuestas por los oscuros señores que gobernaban el mundo invisible. Siempre estaba en busca de respuestas, de soluciones audaces y de maneras de romper las cadenas que aprisionaban a las almas. Su imaginación ardía como un fuego salvaje, y su valentía la impulsaba a enfrentarse a criaturas que acechaban en las sombras.

Juntas, Sheila y Mandy formaban un equilibrio perfecto. Sheila proporcionaba la perspectiva eterna, la calma en medio de la tormenta, mientras que Mandy aportaba la chispa de rebeldía y la voluntad de desafiar incluso a los dioses. Sus enemigos temblaban ante la alianza de estas dos almas entrelazadas, pues sabían que no podían ser vencidos por la fuerza bruta ni la astucia solitaria.

En una noche sin luna, cuando los susurros de los espíritus se volvieron inquietantes, Sheila le confió a Mandy un secreto ancestral. Reveló que ambas eran guardianas de un antiguo pacto, custodias de la balanza entre la luz y la oscuridad. Su amistad no era casualidad; era un designio cósmico que las había unido a lo largo de los milenios.

Mandy escuchó con asombro mientras Sheila le hablaba de las profecías que se tejían en las estrellas, de los hilos dorados que conectaban sus almas y de la elección que debían hacer. ¿Salvarían al mundo sacrificando su propia luz o se alzarían como titanes contra la oscuridad?

Así, en la encrucijada de la eternidad, Sheila y Mandy se prepararon para la batalla final. Sus corazones latían al unísono, y sus manos se entrelazaron como las raíces de un árbol ancestral. En ese momento, supieron que su amistad no solo era un refugio en la tormenta, sino también la clave para la supervivencia del mundo.

Y así, con la sabiduría de Sheila y la pasión de Mandy, se alzaron contra las sombras, dispuestas a escribir su propia leyenda en las estrellas. Porque en la oscuridad más profunda, la amistad verdadera se convertía en la luz que iluminaba el camino hacia la redención.

M. D. Álvarez 

Relato dedicado con todo cariño a una de mis mejores amigas, Sheila Gómez.

Las tres lunas.

Lunas rojas, azules y verdes por doquier lo influían de igual manera, sacaban al monstruo que llevaba dentro. Si su espalda se arqueaba y doblaba, se resquebrajaba, dejando salir a la espantosa bestia que desgarraba su piel con sus grandes zarpas. Su espíritu luchaba por mantenerlo dócil y manso, pero aquel mundo no estaba ideado para el hombre. 

La gran cantidad de lunas hacía inevitable que su espíritu salvaje dominara al hombre que, de por sí, era su guardián, escondiendo su esencia en su interior, preservando su lado humano. 

Aquel mundo le era extraño a la bestia, pero sabía que en él nada le impediría ser el ser más salvaje de todos.

Aulló a las lunas que lo bendijeron con noches sin días, donde campaba a sus anchas, devorando y cazando por placer. 

Hasta que un día, en una de sus correrías, se topó con un portal que lo trajo de nuevo a nuestro mundo, donde el espíritu humano prevalecía sobre su mitad salvaje. 

En nuestro mundo, él era un amante esposo y padre de la criatura más dulce de todas, su pequeña Carol. Su mujer, Angie, estaba preocupada. Había estado fuera más de un mes, pero no se atrevía a preguntar. Sabía el cariz del trabajo de su esposo y conocía su secreto. 

Su trabajo lo llevaba a explorar otros mundos, donde sufría profundos cambios en su naturaleza, pero siempre regresaba junto a ellas. Eran su ancla y su faro para regresar.

Cuando estuviera preparado, se lo contaría todo. Hasta entonces, aguardaría, lo mimaría y amaría muy lentamente con ternura.

M. D. Álvarez 

Un matrimonio dispar.

Su idilio llevaba cinco años, pero no se atrevían a fijar una fecha para la boda. A pesar de ello, vivían juntos: ella teletrabajaba para un bufete de abogados y él era estibador en los muelles.

Se querían desde que se conocieron. Su amor era apasionado sin fisuras. Sus espíritus eran afines desde el principio de los tiempos, cuando el universo surgió, sus espíritus surgieron con él. Ella era el fulgor y la pasión, él era melancólico y oscuro, y se atraían como las polillas a la luz.

En la época actual, su amor había alcanzado unos límites insospechados. Los dos estaban dispuestos a sacrificarse el uno por el otro y seguiría creciendo más y más hasta abarcar toda la existencia con su amor, librando la más grande de las batallas que les llevaría a ser libres para amarse.

M. D.  Álvarez 

Un faro en el espacio.

Se sentía inmensamente solo, sin nadie a quien acudir si tenía algún problema. Por el momento se valía bien solo, aunque los contrarios lo atosigaban sin tregua y cada vez con más saña.

Un día la encontró, la que sería su apoyo incondicional e inquebrantable, la que lucharía codo con codo con él. Pues ella también se sentía sola en el mundo, hasta que apareció él.

Se aferraron el uno al otro como náufragos a un madero en medio de la tormenta. Juntos enfrentaron las adversidades, con la fuerza que solo da el amor y la comprensión. Su unión era inquebrantable, un faro de esperanza en un mundo hostil.

La soledad había quedado atrás, reemplazada por un vínculo profundo y duradero. Encontraron en el otro lo que tanto habían buscado: un alma gemela, un compañero de viaje, un refugio en la tormenta.

Su historia es un canto a la esperanza, un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que nos guía. Un faro que nos lleva hacia la felicidad, hacia el amor verdadero.

M. D. Álvarez 

jueves, 21 de noviembre de 2024

El amor vence al miedo.

Siempre estaré contigo", fueron las últimas palabras que le dijo, tras perderse en el frío, lúgubre y tortuoso bosque. 

Ella aún lo esperaba con ansiedad, cuando se dio cuenta de que no regresaría. Se encaminó adentrándose en el terrorífico bosque, haría frente a los graves peligros que él sufrió. 

Primero, en un claro del bosque, lo vio tendido medio muerto y a su lado un aterrador khransun; su especie se alimentaba de animales heridos o moribundos y ahora parecía querer devorarlo. 

Le gritó: "¡Como le pongas tus sucias garras encima, te vas a acordar de mí!"

El khransun, a pesar de ser una criatura imponente, era muy asustadizo y huyó.

Ella, presa de terror, se acercó a su compañero que yacía con un hilo de vida, le recordó sus últimas palabras y lo besó con ternura. Algo sucedió a continuación: su corazón comenzó a latir con más fuerza. Al cabo de unos minutos, abrió los ojos. 

Ella había encendido un fuego y cazado un colargón que le serviría para darle fuerzas y hacer que su recuperación fuera más rápida. Se dio cuenta de que se había despertado y le acercó una pata del colargón. 

"Come, te recuperarás enseguida", le dijo.
Solo pudo articular una palabra: "Gracias".

"No creerías que te iba a dejar abandonado y casi devorado por un khransun", le sonrió ella.

M. D. Álvarez

Mal carácter.

Encantadora como siempre, ella lo prefería tranquilo y apasionado, no irascible y pendenciero. Ella era capaz de encontrar su paz interior. Sin ella, era completamente destructivo y aterrador. 

No podía acercarsele nadie y quien se arriesgaba a hacerlo era víctima de su mal carácter. Solo ella era capaz de ver su lado amable. 

"Si sigues comportándote así, te verás envuelto en graves problemas", le dijo ella tranquilamente. 

Él no supo qué responder, nunca había sido tan caballeroso; siempre, desde que podía recordar, había sido pendenciero y arisco y no sabía por qué.

Ella estudió su historial e indagó en su niñez. Ahí fue cuando descubrió que desde que nació había tenido que luchar por todo y no había recibido el cariño necesario. 

Así que ella lo acogió con ternura, cuidó de él y el cambio fue radical: ya no se peleaba por todo, no discutía, pero todavía no controlaba ser amable con la gente de fuera.

M. D.  Álvarez 

miércoles, 20 de noviembre de 2024

El Shofral.

La gloria había pasado al olvido de quien fue su predecesor. Él era un auténtico  Shofral y su apariencia lo decía todo. Alcanzaría cotas inimaginables y desconocidas hasta ahora.


Su gran estatura y su denso pelaje rojo lo definían como un impetuoso cazador y un aguerrido adversario. Nadie osaba enfrentarse con él, ya que era famoso por no dejar ningún enemigo vivo. 

Sus profundos ojos ambarinos escrutaban a sus oponentes y su fino olfato olía el miedo en ellos.

Sus enfrentamientos eran épicos, arrasaba con montañas y ciudades enteras sucumbiendo ante los golpes que efectuaba.

No tenía parangón, nada se le igualaba, todo  que se enfrentaba con él moría irremediablemente. Cuando ya no hubo más asaltantes que derrotar, se retiró a un gran y espeso bosque donde campó a sus anchas hasta el final de sus días.

M. D. Álvarez 

Reencarnaciones.

Un fundido en negro y parece que todo desaparece, y ni mucho menos deja de existir. 

Sigue el dolor almacenado en nuestra alma inmortal. Los que pueden trascender y evolucionar lo tienen más fácil que los menos evolucionados, entre los que me encuentro al ser un alma perdida. 

No tengo más opción que expiar mis pecados en una nueva criatura. No sé en qué me he reencarnado, solo espero hacerlo mejor que en las últimas 1000 reencarnaciones. 

Ya no sé cómo debo vivir la vida, si he hecho de todo. He sido siempre un alma oscura que odia la luz y aún así siguen enviándome a mundos luminosos y brillantes. 

Si en vez de mandarme a esos mundos me mandaran a uno tenebroso, sabría que estaría más acorde con mi alma fría y tétrica.

M. D. Álvarez

martes, 19 de noviembre de 2024

Umbroso.

En su naturaleza no estaba la palabra de rendición y sumisión, tan solo había oscuridad, tinieblas y su sola presencia imponía pavor.

Los que se colaban en su territorio no sabían lo que hacían, se las daban de valientes, pero en cuanto él aparecía, se morían del susto. 

Hubo una vez que se vio a punto de rendirse en un enfrentamiento con otra criatura, supo que sería complicado vencerla; los dos estaban al límite de su resistencia cuando él hizo algo insospechado: la besó, desarmandola. 

Así fue como venció a la más preciosa criatura del mundo umbroso y tenebroso.
Ahora son dos los seres que cuidan de su territorio.

M. D. Álvarez 

Pasión Obsesiva.

Sinuosamente, se fue acercando a su deseo más ferviente. Lo tenía delante de ella, su porte altivo y sensual lo hacía especialmente atractivo a las féminas, pero ella no estaba dispuesta a compartirlo. 

Lo quería para ella sola, ninguna otra tenía derecho a tocarlo. Él había nacido especialmente para amarla con pasión y ternura. 

Nadie se interpondría entre ella y su adorado compañero. Aquella cálida noche él se presentó en una casa sin saber por qué, pero algo lo había atraído hasta allí. 

Ella lo invitó a pasar, cenaron, hablaron de lo divino y lo humano; después él se despidió cortésmente y le prometió que la llamaría.

Continuará...

M. D. Álvarez 

lunes, 18 de noviembre de 2024

Susuros en el viento.

Su espíritu fantasmagórico los atormentaba desde las sombras. Ellos no tenían escapatoria, su ira los alcanzaba aún estando muertos. 

Les recordaba sus delitos; solo había uno de ellos al que no molestaba, y era la única que conocía la verdad de su existencia. A ella no tenía nada que reprocharle, es más, la protegía aún desde el otro lado. 

Supo en el último momento de su vida que había tirado su vida por la borda en nimiedades, en vez de dedicarse en cuerpo y alma a amarla a ella. 

Ya era demasiado tarde, pero aún así la protegía; ella lo percibía en cada susurro en el viento. 

M. D. Álvarez