martes, 31 de diciembre de 2024

La hierba alta.

Tras haber logrado huir de aquella bestia asesina, volvió con cuidado a la hierba alta donde había dejado ocultos a sus pequeños, que esperaban aterrorizados sin moverse.

En aquel momento, ni se había percatado de la herida que le había hecho aquella cruel criatura; lo percibió cuando se recostó para amamantar a sus bebés. Una punzada de dolor la atravesó de parte a parte.

Tenía que encontrar otro lugar donde ocultar a sus pequeños. Cuando sus chiquitines terminaron de alimentarse, se levantó e hizo que la siguieran. Caminaron dos horas por entre la hierba alta y divisó un gran peñasco con oquedades donde poder descansar y tal vez instalarse.

Cuando llevaban dos meses, oyeron un bramido aterrador; la criatura había vuelto a cobrarse su pieza y no podía permitir que encontrara a sus pequeños; por suerte, ya comían solos. Así que se encaminó a su destino. La fiera la esperaba fuera de la hierba alta, fue misericordiosa y terminó con su dolor: de un certero mordisco le destrozó la tráquea.

M. D. Álvarez

La pasión oculta.

Cuando le regaló aquel libro, no sabía el tipo de efecto que tendría en ella. Él era un lector compulsivo y aquel libro marcó su vida; por eso se lo regaló a la mujer que deseaba. 

El título del libro era "La pasión oculta de Jennifer Adkings". En él se narran las pasiones de dos protagonistas que alcanzan a tocar el corazón de su respectiva pareja. Él había sentido esa misma pasión por ella; sentía que su corazón estallaba de emoción cuando la veía.

Ella se sorprendió cuando él le regaló uno de sus libros favoritos. Lo devoró y, cuando terminó, supo cuánto la quería. Ella llevaba tiempo deseando hablar con él, pero nunca era buen momento, hasta que llegó a la última página del libro. Él había escrito sus sentimientos por ella. Se decidió y fue hasta su casa, llamó y él le abrió la puerta. 

"No sabía que tenías sentimientos tan profundos por mí", dijo ella, ruborizándose. 

"Pasa y charlamos un poco", dijo él, tendiéndole la mano e invitándola a pasar. La invitó a un café. 

Mientras charlaban, fueron surgiendo sentimientos que habían tratado de reprimir; los dos, sus corazones latían al unísono y parecían estallar de júbilo cada vez que se veían. 

Terminaron una agradable velada cuando él la acompañó a su casa. Ella le besó apasionadamente y le invitó a entrar; él cortésmente declinó su invitación.

 "Mejor lo dejamos para otro día", dijo él con una pícara sonrisa.


Después de aquel apasionado beso en la puerta de su casa, ella sonrió y asintió. "Otro día, entonces", dijo con complicidad. 

Él se alejó, pero no sin antes mirarla una última vez, como si quisiera grabar su imagen en su mente.

Los días siguientes fueron una mezcla de ansiedad y emoción. Se enviaron mensajes, compartieron más libros y pasearon juntos por el parque. 

Cada encuentro era como un capítulo nuevo en su historia. Descubrieron que tenían más en común de lo que imaginaban: la música, las películas, incluso sus sueños más profundos.

Una tarde, mientras caminaban junto al río, él la tomó de la mano y la miró a los ojos. "¿Sabes?", dijo, "este libro que te regalé... también habla de segundas oportunidades". Ella sonrió, sabiendo que él se refería a ellos dos.

Se detuvieron en un puente de piedra, el sol poniéndose detrás de ellos. Él la abrazó y sus labios se encontraron en un beso dulce y apasionado. El mundo desapareció a su alrededor, y solo existían ellos dos.

Desde entonces, cada página de su historia estaba escrita con letras de amor. Se convirtieron en cómplices, amantes y amigos. 

El libro que los unió se convirtió en su tesoro más preciado, y su pasión, en un fuego que nunca se extinguiría.

Y así, entre risas, lágrimas y aventuras compartidas, su historia continuó. Porque a veces, los libros no solo nos transportan a otros mundos, sino que también nos guían hacia el amor verdadero.


M. D. Álvarez 

Misterio en el bosque sombrío.

Tan solo lo habían perdido de vista una fracción de segundo y no se percataron de su desaparición hasta dos horas después, cuando ella fue a llevarle algo de comer.

Volvió corriendo donde los demás para avisarles y comenzar la búsqueda de su líder. Desandaron el sendero por el que los había guiado sin encontrar sus huellas. Ella sabía que algo le había pasado; no era normal que los abandonara en medio de una misión.

Decidieron separarse para inspeccionar más terreno. Ella se adentró en el bosque, donde halló un claro sombrío. Cuando se dio la vuelta, un dantesco e infernal hombre lobo la observaba con mirada furiosa.

Cuando ella intentó echar a correr, aquel bestial hombre lobo se lanzó contra ella, pero en el último segundo su compañero se interpuso entre ella y aquel salvaje licántropo.

Lucharon los dos; él fue herido de un mordisco en el hombro, pero logró zafarse y, con las dos manos, desencajó las mandíbulas de tan aterradora criatura. Después, le destrozó la yugular de un certero mordisco y arrojó al espeluznante hombre lobo lejos.  

—¿Estás bien?—preguntó él al ver la expresión de terror de ella.  

—Estás perdiendo mucha sangre—dijo ella cuando se percató de que le ofrecía su mano para levantarla.

La sangre manaba de la herida en su hombro, y él luchaba por mantenerse en pie. A pesar del dolor, su mente seguía aferrada a la extraña criatura que habían enfrentado. ¿Un hombre lobo? No, eso era demasiado simplista. Había algo más, algo que desafiaba las leyes naturales.

Ella lo ayudó a sentarse en una roca cercana. Su mirada se desvió hacia el claro sombrío donde habían combatido al monstruo. Los árboles parecían retorcerse, como si estuvieran susurrando secretos ancestrales. El viento soplaba con una cadencia inquietante, como si llevara consigo ecos de otro mundo.

—¿Qué era eso? —preguntó ella, su voz apenas un susurro.

Él apretó los dientes, tratando de ignorar el dolor. Había estudiado criptozoología durante años, pero nada en sus libros se parecía a lo que habían enfrentado. La criatura tenía garras afiladas como cuchillas, ojos amarillos que parecían arder con una inteligencia maligna y una fuerza sobrenatural.

—No lo sé —respondió él—. Pero no es natural. No puede serlo.

Ella frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?

—Las leyes de la biología no se aplican aquí —dijo él—. La anatomía de esa criatura... no tiene sentido. Sus músculos, sus huesos, todo está fuera de lugar. Como si hubiera sido diseñada por alguien, algo.

Ella se estremeció. —¿Diseñada? ¿Por quién?

Él miró a su alrededor, como si esperara encontrar respuestas en las sombras. —No lo sé. Pero hay algo más en juego aquí. Algo que va más allá de nuestra comprensión.

La sangre seguía fluyendo, y él sabía que no tenía mucho tiempo. Debían encontrar respuestas antes de que la criatura regresara. Pero, ¿cómo? ¿Dónde buscar?

—Tenemos que volver al campamento —dijo ella—. Contarles lo que hemos visto.

Él asintió. Pero mientras se ponía de pie, una idea se formó en su mente. Una idea que lo llenó de temor y fascinación.

—Hay un lugar —dijo—. Un antiguo monasterio en las montañas. Allí estudian fenómenos inexplicables. Tal vez puedan ayudarnos.

Ella lo miró con ojos decididos. —Entonces vamos. Pero no podemos permitir que nadie más se enfrente a esa criatura. No sabemos qué es capaz de hacer.

Asintieron en silencio y se adentraron en el bosque, siguiendo el rastro de sangre que marcaba su camino. Detrás de ellos, el claro sombrío parecía latir con una vida propia, como si estuviera esperando su regreso.

El misterio los envolvía, y la ciencia se mezclaba con la superstición. Pero estaban dispuestos a descubrir la verdad, aunque eso significara enfrentarse a lo inimaginable.

Siguiendo el rastro de la aterradora criatura, los llevó a otro claro en el bosque, donde encontraron el cuerpo sin vida de la dantesca criatura, con las mandíbulas desencajadas y el mordisco en la yugular que él le dio. Su pérdida de sangre terminó por aniquilar a aquella bestia. 

Ella había logrado restañar las heridas con un pequeño rayo láser. 

Él, aún dolorido, se agachó junto a la pavorosa criatura, observó los rasgos lóbulo y sus férreas garras; efectivamente, era un hombre lobo, pero no seguía las leyes que rigen a los hombres lobo, ya que los atacó de día, sin el influjo de la luna llena.

Observó más detenidamente y descubrió serias heridas parecidas a las que le infligió a él. Había algo aterrador en aquella enigmática bestia y en él sufría una aterradora transformación en una salvaje criatura. No podía permitir que nadie estuviera cerca de él. Sintió que algo iba mal; su hombro palpitaba y en su interior algo se debatía por salir. Tenía que alejarse de ella cuanto antes. Debía advertirla.  

"Será mejor que vuelvas al campamento", dijo él sin girarse. "Yo me encargaré de sepultar a esta bestia."  

"Pero has perdido mucha sangre y apenas has comido", arguyó ella, sabiendo que su compañero pasaba por un momento crítico.  

"He dicho que vuelvas. Me reuniré con vosotros en breve", atajó secamente.  

"Bueno. No tardes mucho, esta anocheciendo", se resignó ella.

Al sepultar al hombre lobo, él sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. El cuerpo de la criatura aún emanaba un calor extraño, y sus garras, afiladas como navajas, parecían clavarse en su piel. Una sensación de hormigueo se apoderó de él, extendiéndose desde el hombro herido hasta todo su cuerpo. Los latidos de su corazón se aceleraron, y sus ojos comenzaron a brillar con una luz amarillenta. Luchó contra la transformación, pero era en vano. Con un rugido gutural, se dejó llevar por la oscuridad, adentrándose aún más en lo más profundo del bosque, saciando su sed de sangre con ciervos y osos. 

De pronto, percibió un olor que lo atraía inexorablemente en dirección al campamento donde estaban sus compañeros y ella. Era su olor lo que lo atraía. Luchaba por resistirse, pero su cuerpo obedecía a un deseo ancestral y atávico.

De vuelta en el campamento Ella esperó, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. A medida que el sol comenzó a descender, proyectando largas y espeluznantes sombras sobre el bosque, su ansiedad creció. Como él aún no había regresado, decidió salir a buscarlo. 

El bosque parecía volverse más oscuro y amenazador con cada paso que daba. Ella gritó su nombre y su voz resonó entre los árboles. No hubo respuesta. Sólo el inquietante aullido de un lobo en la distancia. 

Un escalofrío recorrió su espalda. Ella conocía ese sonido. Fue él. Se apresuró a regresar al campamento, con la mente acelerada. Tenía que advertir a los demás. Pero antes de que pudiera alcanzar a los demás, lo vio. 

Estaba parado en el borde del claro, sus ojos brillaban con un color amarillo amenazador. Sus dientes estaban al descubierto en un gruñido salvaje. Ella gritó y corrió, pero él era demasiado rápido. Él la atrapó y la arrojó al suelo. 

Cuando se abalanzó sobre ella, los demás corrieron en su ayuda. Lucharon valientemente, pero no fueron rival para la criatura. Uno a uno, cayeron y sus gritos resonaron en la noche. 

Justo cuando parecía que se había perdido toda esperanza, una figura surgió de las sombras. Era un anciano, vestido con una larga túnica negra. Llevaba un bastón que brillaba con una luz de otro mundo. Levantó su bastón y apuntó al hombre lobo. La criatura aulló de dolor y se retiró a la oscuridad. 

"¿Quién eres?" ella jadeó. 

"Soy el guardián de este bosque", respondió el anciano. "Lo he estado vigilando durante siglos. He visto muchas criaturas como ésta. Son producto de magia antigua, una fuerza oscura que busca corromper el mundo". 

"¿Puedes ayudarnos?" ella suplicó. 

"Puedo intentarlo", dijo. "Pero no será fácil. Esta criatura es poderosa y antigua. Se necesitarán todas nuestras fuerzas para derrotarla". 

El anciano los llevó a un templo escondido en lo profundo del bosque. Allí descubrieron textos antiguos que contaban la historia de los hombres lobo y la profecía que predijo su regreso. 

Según la profecía, sólo un elegido podría derrotar al rey hombre lobo. Mientras leían los textos, se dieron cuenta de que el rey hombre lobo no era sólo un monstruo, sino una figura trágica. Había sido maldecido por un poderoso hechicero y condenado a vivir como una bestia. 

Con renovada determinación, se propusieron encontrar al rey hombre lobo y romper la maldición. Pero sabían que su viaje estaría lleno de peligros. El bosque estaba lleno de oscuros secretos y el rey hombre lobo no era la única amenaza a la que se enfrentaban.

Se aventuraron más profundamente en el bosque, con los textos antiguos agarrados con fuerza en sus manos. El aire se volvió espeso por la humedad y las nudosas ramas de los árboles parecían extenderse como dedos esqueléticos. 

Tembló, no sólo por el frío sino por un presentimiento que la carcomía. El bosque se sentía diferente ahora, lleno de una energía malévola. El anciano, su guía y protector, se detuvo abruptamente. Levantó una mano, silenciándolos. Señaló un claro más adelante, donde se encontraba una figura solitaria bañada por la luz de la luna. Era el rey hombre lobo. Era más alto y más musculoso que cualquier criatura que hubieran visto jamás. Su pelaje era del color de la noche y sus ojos brillaban con una luz infernal. Volvió la cabeza hacia ellos y un gruñido grave salió de su garganta. El suelo tembló bajo sus pies. Ella sabía que esto era todo. 

Pero desde la espesura del bosque salió él con una furia salvaje y, aún en inferioridad de condiciones, le hizo frente lanzándose en un ataque brutal y casi suicida. Había logrado controlar su cuerpo; ahora era uno con el lobo y nada podría detenerlo. Su pelea fue épica y salvaje, aunque le doblaba en estatura y musculatura, él era más rápido y más inteligente. El anciano la alejó de allí; sabía que sería una batalla dantesca y brutal y que solo quedaría uno vivo. Ella se resistió a dejarle solo, pero accedió a alejarse, sabía que él era mucho más fuerte y rápido. 

Por todo el bosque se oían los aullidos y gruñidos a cada embestida de las dos criaturas. El rey hombre lobo parecía inagotable, pero él luchaba con una determinación inquebrantable; nada lo detendría. En el último golpe logró desequilibrarlo y arrojarlo al suelo, destrozándolo con sus garras y arrancándole la garganta de un poderoso mordisco.

Sintió que le invadía una serenidad indescriptible, pero sus heridas eran demasiado graves y cayó rendido. Un sueño lo invadió, pero antes de quedarse dormido, la vio correr en su dirección.  

El anciano y ella lo transportaron al templo donde, a pesar de la gravedad de sus heridas, lograron mantenerlo con vida. Había derrotado al rey hombre lobo y su naturaleza humana regresó.

Después de una larga convalecencia, el protagonista se recuperó por completo de sus heridas. Sin embargo, algo había cambiado en él. Una conexión profunda con el bosque y sus criaturas lo había marcado para siempre. Con la ayuda del anciano y ella, fundaron un santuario en el corazón del bosque, un lugar donde humanos y criaturas sobrenaturales pudieran coexistir en armonía.

El santuario se convirtió en un refugio para aquellos que buscaban sanación y conocimiento. Los antiguos textos del monasterio, junto con la sabiduría del anciano, fueron estudiados y traducidos, revelando secretos sobre la magia y las criaturas que habitaban el bosque. El protagonista, ahora un líder respetado, dedicó su vida a proteger este lugar y a comprender las fuerzas que lo habían moldeado.

Con el tiempo, se descubrió que la maldición del hombre lobo era solo una parte de un ciclo mucho más antiguo y complejo. El bosque mismo era una entidad viviente, con una historia que se remontaba a los albores de los tiempos. Y él, en su búsqueda de respuestas, se convirtió en un puente entre el mundo humano y el mundo natural.

M. D. Álvarez 

lunes, 30 de diciembre de 2024

El zorrito de grandes orejas.

Aquel pequeño zorrito, con sus grandes orejas, escuchaba los ruidos que hacían sus hermanitos al dormir.

Su madre, siempre alerta, descubrió que su pequeño no dormía y lo lamió con ternura inusitada, mientras el chiquitín manaba con satisfacción.

En aquel momento, era inmensamente feliz cuando su madre lo acicalaba con cariño.

Su padre desaparecía todas las noches y, a la mañana siguiente, volvía con ratoncitas que depositaba con ternura a los pies de su madre. Ella disfrutaba de las piezas que su macho le traía para alimentarla. 

Hasta que un día no volvió y ella tuvo que aventurarse fuera de su madriguera para poder comer y así alimentar a sus pequeños, que fueron creciendo sanos y fuertes, incluso el más pequeño, que un día se decidió a salir con su madre a cazar. 

Aprendiendo de ella, consiguió ser un gran cazador; él cuidaría de su madre ahora.
M. D.  Álvarez 

El Bhurdricul.

Bhurdricul es una especie de criatura de aspecto aterrador, pero con un corazón noble y alegre. Debido a su apariencia, nadie lo invitaba a disfrutar de la alegría de vivir.

Hasta que un buen día, mientras él disfrutaba del baile de las mariposas que danzaban ante sus ojos, la criatura más hermosa y maravillosa se le acercó y puso su mano cálida sobre su hombro, diciéndole:

"Veo tu dolor por no tener a nadie en tu vida. Sé que tienes un corazón noble e íntegro. Me gustaría ser tu compañera, si me aceptas.

¿No te asusta mi aspecto, bella criatura?" inquirió él taciturno.

"Tu hermosura radica en tu interior. Eres grande, fuerte, y desearía que me aceptaras como tu compañera", continuó ella.

Él se giró y la abrazó tiernamente. "Seré tu compañero fiel, siempre a tu lado. Pasearemos por mis dominios y nadie se volverá a burlar de mí."

M. D.Álvarez 

domingo, 29 de diciembre de 2024

Ĺa espada de sir Galahad.

En aquella cafetería se servía algo más que cafés; era un lugar donde se despachaban los más diversos pedidos. Ella, la camarera, era la amabilidad personalizada. Sabía ser discreta, como algunos pedidos que requerían algún encuentro casual. 

Era encantadora y sabía lo que querías con tan solo mirarte a los ojos, aunque conmigo lo tuvo algo más complicado. Por mi timidez y azoramiento, tenía mis pensamientos revueltos y no sabía por qué había entrado en aquel establecimiento. 

Ella comprendió mi turbación y me dijo: "No muerdo, y si no te veo los ojos, no sé qué quieres." Cabizbajo y todavía receloso, alcé mi rostro. 

"Con esos ojos tan bellos, no deberías ocultarlos", dijo ella, visiblemente satisfecha. "Tus ojos me dicen que andas en busca de una de las mayores reliquias del pasado: una espada artúrica, pero no es Excalibur, sino la espada de un caballero noble e íntegro, la espada de Sir Galahad." Debió de darse cuenta de que lo había descubierto al ver la expresión de sorpresa en él..
"Te puedo preguntar por qué buscas la espada de un caballero tan noble", le preguntó ella.  

"Es mi espada, la espada de mi familia, mi herencia; sin ella, me siento desnudo", dijo él, conmocionado.  

"Tu herencia no está muy lejos; solo tienes que buscar en tu corazón. Si eres su legítimo dueño, la hallarás", le declaró ella sin dejar de mirarle a los ojos. "Y ahora te invito a un café; parece que lo necesitas".

Aún hoy es el día en que no comprendo cómo logro leer mi tribulación en mis ojos.  
Pero me he vuelto asiduo a sus enigmáticos ojos verdes.

El joven, se encontró intrigado por las palabras de la camarera. ¿Cómo podría su herencia estar en su corazón? ¿Y qué tenía que ver con la espada de Sir Galahad?

Decidió seguir su consejo y buscar en su interior. Se sentó en una esquina de la cafetería, con la taza de café caliente entre sus manos. Cerró los ojos y respiró profundamente. Las imágenes de su infancia comenzaron a desfilar ante él: su abuelo, un anciano sabio y amable, que le contaba historias de caballeros y dragones; su madre, que le enseñó a montar a caballo y a manejar la espada de madera en el jardín trasero.

Recordó el día en que su abuelo le había entregado una pequeña caja de madera. "Esto es para ti,, le dijo. "Es un regalo de nuestra familia. Contiene algo muy valioso". Dentro de la caja, encontró un antiguo medallón con un símbolo grabado en él: una espada cruzada con una flor de lirio.

El medallón siempre lo acompañó, incluso cuando se mudó a la ciudad para estudiar. Pero nunca le dio mucha importancia. Ahora, con las palabras de la camarera resonando en su mente, decidió examinarlo más de cerca. Lo sostuvo en su mano y sintió una extraña conexión. ¿Podría ser que este medallón estuviera relacionado con la espada de Sir Galahad?

Se levantó de su silla y miró a la camarera. Ella estaba ocupada atendiendo a otros clientes, pero sus ojos verdes seguían fijos en él. Se acercó a ella y le mostró el medallón. "¿Sabes algo sobre esto?", preguntó.

La camarera sonrió. "Ese medallón es más importante de lo que crees. Es la llave que te llevará al camino de los caballeros". Le indicó una puerta al fondo de la cafetería. "Ve allí. Allí encontrarás las respuestas que buscas".

Él asintió y atravesó la puerta. Se encontró en un pasillo oscuro, iluminado solo por antorchas. Las paredes estaban cubiertas de tapices que representaban hazañas de caballeros y damas valientes. Al final del pasillo, una figura encapuchada lo esperaba.

"¿Eres tú el guardián del camino de los caballeros?", preguntó él.

La figura asintió. "Soy Lysandra, la última descendiente de Sir Galahad. Tu medallón te ha guiado hasta aquí. Si deseas encontrar la espada, debes superar tres pruebas".

Él tragó saliva. "¿Cuáles son las pruebas?"

Lysandra señaló una puerta a la derecha. "La primera prueba es la del coraje. Debes enfrentarte a tus miedos más profundos".

Abrió la puerta y se encontró en un campo de batalla. Dragones, gigantes y criaturas míticas lo rodeaban. Pero no tenía una espada real; solo su medallón. ¿Cómo podría enfrentarse a semejantes adversidades?

Él miró a su alrededor, sintiendo el calor de las llamas y el rugido de los dragones. Su medallón brillaba débilmente en la penumbra. ¿Cómo podría enfrentarse a estas criaturas sin una espada?

Decidió confiar en su instinto. Cerró los ojos y se concentró en su respiración. Recordó las historias de su abuelo sobre los caballeros valientes que luchaban contra monstruos. "El coraje no es la ausencia de miedo", pensó. "Es actuar a pesar de él".

Cuando abrió los ojos, vio un dragón acercándose. Sin pensarlo, levantó el medallón y lo apuntó hacia la bestia. Para su sorpresa, el medallón se transformó en una espada brillante. Era la espada de Sir Galahad, la misma que había buscado.

Con determinación, Tristan se enfrentó al dragón. Bloqueó sus garras y esquivó su aliento de fuego. Cada movimiento era una danza mortal. El coraje ardía en su pecho mientras luchaba por su vida.

Finalmente, con un golpe certero, atravesó el corazón del dragón. La bestia cayó a sus pies, y la espada volvió a ser el medallón en su mano. El pasillo se iluminó, y Lysandra apareció.

"Has superado la primera prueba", dijo ella. "El coraje no solo se encuentra en las armas, sino en tu corazón. Ahora, ve hacia la siguiente puerta".

Él asintió y avanzó. La segunda prueba lo esperaba: la Prueba de la Sabiduría. 

Él avanzó por el pasillo, su mente llena de preguntas. ¿Qué tipo de desafío le esperaba en la Prueba de la Sabiduría? ¿Cómo podría demostrar su astucia y conocimiento?

La siguiente puerta se abrió lentamente, revelando una sala iluminada por antorchas. En el centro, sobre un pedestal, yacía un antiguo libro. Sus páginas estaban cubiertas de polvo y desgastadas por el tiempo.

Lysandra apareció a su lado. "Bienvenido a la Prueba de la Sabiduría", dijo con una sonrisa enigmática. "Este libro contiene los secretos ancestrales de los sabios. Debes responder a tres enigmas para demostrar tu inteligencia".

Él asintió, sintiendo la presión. Se acercó al libro y lo abrió. Las palabras en una lengua antigua danzaron ante sus ojos. El primer enigma estaba escrito en letras doradas:

*"En la noche más oscura, cuando las estrellas se ocultan, soy el camino que guía a los perdidos. ¿Quién soy?"*

Él  frunció el ceño. ¿Qué podría ser? Reflexionó durante unos momentos y luego respondió: "La luna".

Lysandra asintió. "Correcto. La luna es la luz en la oscuridad, la guía para los viajeros nocturnos. Pero aún quedan dos enigmas más".

El segundo enigma estaba grabado en la página siguiente:

*"Soy un puente entre el pasado y el futuro. Los reyes y los campesinos me buscan por igual. ¿Qué soy?"*

Él pensó en las palabras. "El tiempo", dijo con confianza. "Es el puente que conecta momentos y eras".

Lysandra sonrió. "Muy bien. Solo queda un enigma más para superar la Prueba de la Sabiduría".

El tercer enigma parecía más complicado:

*"Tengo un corazón que no late, pero puedo hacer que otros lloren. ¿Qué soy?"*

Él se mordió el labio. Esta vez, necesitaba concentrarse aún más. "Una cebolla", respondió finalmente. "Tiene capas que hacen llorar cuando se corta".

Lysandra aplaudió. "Impresionante.  Has demostrado tu sabiduría. Ahora, ve hacia la tercera puerta y enfrenta la última prueba".

Él cerró el libro y se dirigió hacia la siguiente puerta.

Él avanzó hacia la tercera puerta, su corazón latiendo con anticipación.  Solo había una forma de averiguarlo. Empujó la puerta y entró en la siguiente sala.

Allí, encontró una habitación circular con un enorme reloj de arena en el centro. La arena dorada fluía lentamente de una esfera a otra. Una figura encapuchada esperaba junto al reloj.

"Saludos," dijo la figura con una voz profunda. "Bienvenido a la Prueba del Tiempo. Debes tomar una decisión crucial antes de que la última partícula de arena caiga".

Él miró el reloj de arena, sintiendo la presión. ¿Qué elección debía hacer? La figura continuó:

"La arena representa momentos de tu vida. Cada grano es un recuerdo, una oportunidad, un camino. Cuando la última partícula caiga, deberás elegir: ¿volver atrás y cambiar algo, o avanzar hacia lo desconocido?"

Él reflexionó. ¿Qué haría? ¿Cambiaría el pasado o abrazaría el futuro? La decisión pesaba sobre él como una losa.

Él atravesó la tercera puerta y se encontró en una sala diferente. Esta vez, las paredes estaban cubiertas de espejos que reflejaban su imagen en múltiples direcciones. El suelo estaba formado por baldosas de colores brillantes dispuestas en un patrón intrincado.

En el centro de la habitación, un anciano con una túnica plateada lo esperaba. Su barba blanca y sus ojos sabios parecían contener siglos de conocimiento.

"Saludos", dijo el anciano con una voz suave. "Bienvenido a la Prueba de la Reflexión. Aquí, debes enfrentarte a tus propias verdades y descubrir quién eres realmente".

Él se sintió intrigado. ¿Qué significaba eso? El anciano continuó:

"Los espejos revelarán aspectos ocultos de tu ser. Observa con atención y responde con sinceridad. ¿Listo?"

Él asintió. El anciano señaló hacia un espejo cercano. En él, vio su reflejo, pero algo estaba diferente. Su imagen mostraba momentos de su vida: alegrías, tristezas, triunfos y fracasos.

"¿Qué ves?" preguntó el anciano.

Él miró su reflejo y respondió: "Veo un viajero en busca de respuestas, alguien que ha enfrentado desafíos y ha crecido".

El anciano sonrió. "Correcto. Pero hay más. Observa otros espejos".

Él caminó hacia otro espejo. Esta vez, vio sus miedos y dudas reflejados. Recordó momentos de indecisión y momentos en los que había cuestionado su valía.

"¿Quién eres en tus momentos más oscuros?" preguntó el anciano.

Él tragó saliva. "Soy alguien que lucha contra sus propios demonios, pero también alguien que busca la luz".

El anciano asintió. "La verdad es compleja. Ahora, el último espejo".

En el tercer espejo, vio su futuro. Imágenes de posibles caminos se desplegaron ante él. Amor, aventura, conocimiento, sacrificio.

"¿Qué deseas?" preguntó el anciano.

Miró su reflejo futuro y respondió: "Deseo aprender, amar y vivir una vida significativa".

El anciano aplaudió. "Has superado la Prueba de la Reflexión. Ahora, ve hacia la última puerta y descubre tu destino".

Él se despidió del anciano y avanzó hacia la cuarta puerta. ¿Qué le aguardaba al final de este viaje? Solo él tenía la respuesta.

Él avanzó hacia la cuarta puerta, su corazón latiendo con anticipación.  Empujó la puerta y entró en una cámara aún más impresionante que las anteriores.

Esta sala estaba iluminada por una luz tenue y cálida. En el centro, sobre un pedestal de piedra, descansaba una espada magnífica. Su hoja era de plata pura, con inscripciones rúnicas que parecían danzar a la luz. El mango estaba envuelto en cuero trenzado, y una gema azul profundo adornaba la guarda.

El anciano apareció detrás de  él, su mirada fija en la espada. "Has llegado al corazón de la Prueba. Esta es la Espada de Sir Galahad, un arma legendaria imbuida de poderes ancestrales".

Se acercó, sintiendo la energía que emanaba de la espada. "¿Qué debo hacer con ella?"

El anciano sonrió. "La Espada de Sir Galahad solo puede ser empuñada por aquellos que sean dignos. Debes demostrar tu valía. ¿Cuál es tu propósito? ¿Por qué deseas esta espada?"

Él reflexionó. "Busco la verdad, la justicia y la protección. Quiero usarla para defender a los inocentes y luchar contra la oscuridad".

El anciano asintió. "Entonces, toma la espada, pero recuerda: su poder no solo reside en su filo, sino también en tu corazón. No la uses con ira o egoísmo".

Él tomó la espada con reverencia. La hoja parecía vibrar en sus manos. "Lo entiendo".

El anciano le dio una última mirada significativa. "Adelante, caballero. Tu destino te espera".

Él salió de la sala, la Espada de Sir Galahad en su mano. Ahora, su viaje adquiría un nuevo propósito. 

Y así, él se adentró en el mundo exterior, listo para escribir su propia leyenda con la espada en su mano y la verdad en su corazón.

Salió al mundo por la misma puerta que le había recomendado la enigmática camarera que, al verlo salir, se dio cuenta de que algo había cambiado en que su mirada antes tímida se había convertido en una mirada magnánima y noble. 

"¿Encontraste tu espada, noble caballero?—preguntó ella.

"Si, mi bella dama, aquí llevo la espada de mis ancestros. Tras muchas pruebas y tribulaciones, hallé tan magnífica espada. Gracias a tus hábiles consejos, hermosa Lysandra".

Fin

M. D. Álvarez 

El hombre tigre.

Ella era la única que podía alimentarlo. A pesar de las protestas de sus amigos, nadie se atrevía a darle de comer por su salvaje apetito; solo se comportaba así con ella.

Ella veía en aquellos ojos azules a un amigo que se había perdido en la misma jungla donde lo capturaron a él hacía 5 años.

La joven se encontraba en una encrucijada. Su corazón latía con fuerza mientras sostenía la cesta de frutas frescas que había recogido en el mercado. El animal, un majestuoso hombre-tigre blanco con rayas negras, la observaba desde su jaula de hierro. Sus ojos azules, llenos de inteligencia y melancolía, parecían penetrar en el alma de ella. 

Los aldeanos decían que el hombre-tigre era un monstruo, una bestia que había aterrorizado a la región durante años. Pero ella no podía creerlo. Recordaba a su amigo perdido en la selva, quien había ido en busca de una nueva especie, pero no había regresado. ¿Podría ser que este hombre-tigre fuera su querido amigo??

Decidió visitarlo todos los días. Le llevaba comida, le hablaba en voz baja y acariciaba su pelaje. El hombre tigre, comenzó a confiar en ella. Se volvió más dócil, menos salvaje. Pero aún había algo en sus ojos que no encajaba con la imagen de un simple tigre.

Una noche, mientras la luna brillaba sobre la selva, ella tuvo un sueño extraño. Vio al su amigo perdido, rodeado de animales, aprendiendo sus formas y sus secretos. Él  se convirtió en el tigre, y el tigre en él. Ambos eran uno solo, un ser que pertenecía a la jungla.

Ella despertó con el corazón acelerado. ¿Podría ser que aquella  bestia fuera su querido amigo? ¿Y si ella era la única que podía ayudarlo a recordar su verdadera naturaleza? Decidió investigar más sobre la leyenda del hombre tigre salvaje y buscar respuestas en los libros antiguos de la aldea.

Así comenzó su búsqueda, mientras el vínculo entre ella y Amarok se fortalecía. Juntos, enfrentarían los peligros de la selva y descubrirían la verdad oculta tras los ojos azules del tigre. Pero también despertarían fuerzas ancestrales que cambiarían sus vidas para siempre.

M. D. Álvarez

jueves, 26 de diciembre de 2024

El hombre lobo y la bella mariposa.

Revoloteaban danzando alrededor de su cabeza. Una de ellas se posó en su ocio, haciendo que él se detuviera para no molestar a la preciosa criatura. 

Acercó delicadamente su enorme garra, y la dulce criaturita se trasladó a su gran garra. La observó con sorpresa y admiración. 

Aquella preciosa mariposa no se asustó de su aspecto; parecía ver su noble corazón. Su naturaleza salvaje no le impedía admirar la belleza de la naturaleza. 

Sus dominios estaban llenos de criaturas, pero solo aquella belleza se había atrevido a posarse en su ocio. 

De aquí a un rato, que él estuvo absorto observándola, ella echó a volar y desapareció en la floresta. Él sabía que su belleza era efímera y merecía ser admirada. 

Siguió haciendo su ronda por su reino, que ocupaba la totalidad del bosque. Quién sabe si volvería a cruzarse de nuevo con la bella mariposa; adoraba las tiernas criaturas de su magno reino..

M. D. Álvarez 

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Ojos violetas. 2da parte.

Aquellos ojos habían marcado mi aciago destino: ni hombre ni lobo, solo una mezcla de los dos, y todo ello por la curiosidad de aquella criatura que los observaba sin ser vista. 

Pero yo lo intuía; cuando crecí, me propuse encontrar al dueño o dueña de tan dantesca mirada. Una noche de luna llena, después de mi primera transformación, sentí que me observaban y me giré. 

Allí estaban aquellos perniciosos ojos de color violeta, pero no distinguía su cuerpo hasta que la luz de la luna iluminó el claro. Era una criatura especialmente hermosa; sus facciones cálidas no mostraban la fiereza de sus ojos. 

Su cuerpo sugerente parecía presto a atacarme, pero parecía contenerse. En un abrir y cerrar de ojos, desapareció en el espeso bosque. 

Salí veloz tras ella; me debía una explicación porque me había privado de mis padres y dejado que creciera solo y aislado. Si no obtenía respuesta, la mataría por el dolor causado a mis padres.

M. D.  Álvarez 

martes, 24 de diciembre de 2024

¿Débil?

La esencia de su naturaleza era oscura y aterradora; su aspecto físico no denotaba el salvajismo interior que lo albergaba, Sin embargo, lo descubrirían si se seguían interponiendo entre él y ella, la única que había atisbado en los más profundo de su alma los secretos de su salvaje naturaleza.

 Su mansedumbre con ella eta interpretada por los demás como un símbolo de debilidad, pero se equivocaban. Muy pronto lo descubrían.

Al día siguiente, se vieron en el parque. Tontearon y se besaron con ternura hasta que un atracador los interrumpió. Él a situó tras de sí y se enfrentó al desgraciado. Triplicó su musculatura y dobló su altura. Entre torsión y torsión, fue surgiendo un aterrador hombre lobo de ojos fieros y gigantescas zarpas, se quitó de en medio al infeliz de un zarpazo. 

Ella acarició su lobuna espalda para tranquilizarlo y sosegado. Poco a poco, el lobo volvió a su interior. Ella lograba sacarlo del trance de ira que albergaba su fiero corazón
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M. D. Álvarez

lunes, 23 de diciembre de 2024

Temeridad. 2da parte.

El protagonista, con su amada a salvo en sus brazos, emergió del oscuro pasadizo y regresó al reino de paz. Allí, los rayos dorados del sol acariciaron su piel maltrecha, y el aire fresco llenó sus pulmones. La mujer lo miró con gratitud y amor en sus ojos, y él supo que había valido la pena enfrentarse a los horrores del submundo.

Pero la paz no duraría mucho. El reino estaba en peligro. Una antigua profecía hablaba de un cataclismo que amenazaría la existencia misma de su mundo. El protagonista, con su valentía y determinación, se convirtió en el líder de una cruzada para evitar la catástrofe.

Reunió a los guerreros más valientes, a los magos más sabios y a los seres más extraordinarios de todos los reinos. Juntos, emprendieron una búsqueda épica en busca de artefactos místicos que podrían detener el desastre inminente. A lo largo de su viaje, enfrentaron desafíos, traiciones y sacrificios. Pero también descubrieron la verdadera fuerza de la amistad y el poder del amor.

La mujer, su amada, no se quedó atrás. Aunque no era guerrera ni hechicera, su coraje y compasión inspiraron a todos. Curó heridas, alivió corazones rotos y recordó a todos por qué luchaban. Su amor era la chispa que encendía la esperanza en los momentos más oscuros.

Finalmente, en la cima de una montaña sagrada, encontraron el último artefacto: la Lágrima de la Aurora. Se decía que contenía la esencia misma de la creación y podía cambiar el destino del mundo. Pero también estaba protegida por un dragón ancestral, cuyas escamas brillaban con todos los colores del arcoíris.

El protagonista, herido y exhausto, se enfrentó al dragón. La mujer, con lágrimas en los ojos, lo observó desde la distancia. El destino del mundo pendía de un hilo. ¿Podría el amor y la valentía del protagonista prevalecer una vez más?

Continuará..
M. D.  Álvarez 

domingo, 22 de diciembre de 2024

El unicornio y su dama.

Aquel precioso unicornio con crines doradas, cuerno nacarado y unos vividos ojos azules era un intrépido y valiente ejemplar.

Su naturaleza salvaje lo mantenía fuera del alcance de las miras telescópicas de los ávidos cazadores.

Hasta aquel día, en una pradera de verde hierba, oyó un dulce cantar que provenía de una bella doncella que, con meloso canto, lo atrajo hasta su regazo.

Él, mansamente, reclinó su majestuosa cabeza sobre el regazo de ella. Con mimo, ella acarició su cabeza y supo que sería suyo. Pero alguien se interpondría entre ellos: un sediento cazador le disparó, pero solo lo hirió.

El bello unicornio se alzó y huyó, aún con el corazón encogido por tener que dejar a su bella dama.

Ella le dijo, antes de huir, que lo buscaría aunque tuviera que ir hasta el mismo infierno. Él se internó en el bosque con la esperanza de volver a encontrarla.

El cazador se lanzó en su persecución, pero perdió su rastro al entrar en la espesura del bosque; aquel era el reino de aquel majestuoso unicornio que conocía los recovecos donde poder ocultarse cuando había pasado el peligro salió de su escondite y volvió a la pradera, pero ella ya no estaba.

Su dolor se atenazó drásticamente al descubrir una guirnalda de flores tirada en medio del prado. Relinchó por si ella estaba cerca, agudizó el oído por si oía su canto; ni una brizna se movió, ni las chicharras cantaban; el silencio era abrumador. 

Aunque a lo lejos escuchó aquel bello son que lo atraía de nuevo al bosque, al galope regresó a su reino y la encontró en el claro más bello de su reino.

"Te dije que te encontraría aunque tuviera que bajar al mismo infierno" —dijo ella, tendiéndole la mano. Él acercó su hocico y grabó su olor para siempre.

M. D. Álvarez 

Temeridad.

Su temeridad era legendaria; había derrotado a las sombras que embargaban su gran corazón noble. Solo tuvo una oportunidad para demostrar que podía cambiar el curso de su aciaga historia y no la iba a desaprovechar. Ella lo esperaba al otro lado, en el portal más lúgubre y oscuro de todos los aparecidos en el transcurso de su vida. 

Se lanzó sin miedo ni temor, pues por sus venas corría sangre de lobo y nunca abandonan a su manada, y ella era su manada. No podía creer que se la hubieran llevado al rincón más oscuro y angosto del submundo aberrante y traicionero. 

Ella lo amaba, y sabía que iría a rescatarla; no tenía duda alguna. Él siempre salía airoso de todos los percances, y la pasión que había entre ellos dos era inenarrable. 

Él se lanzó a través del pasadizo que lo llevaría cruzando los reinos más terroríficos y atroces hasta el gran reino del terror, donde ella lo esperaba esperanzada. Allí luchó salvajemente con adversarios poderosos que intentaban apartarlo de ella. Aunque herido, logró derrotarlos a todos y llevársela de nuevo consigo a su reino de paz, donde ella curó sus graves heridas con amor y ternura.

Continuará...

M. D. Álvarez 

sábado, 21 de diciembre de 2024

La canica mágica.

Él vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques. Era un apasionado de los juegos de canicas. Pasaba horas en el parque, desafiando a sus amigos y rivales a partidas emocionantes.

Un día, mientras exploraba el bosque,  encontró una canica diferente a todas las demás. Era de un color azul intenso y tenía un brillo especial. Cuando la tomó en sus manos, sintió una extraña energía recorriendo su cuerpo. Desde ese momento, todo cambió para él.

Él llevaba su canica mágica a todas partes. La mostraba con orgullo a sus amigos, pero nadie parecía entender su poder. Hasta que un día, durante una partida en el parque, algo increíble sucedió. Estaba a punto de perder contra un amigo, cuando la canica mágica se movió sola.  Se deslizó por el suelo y se coló en el txoko, el agujero central del círculo de juego.  ganó la partida y dejó a todos boquiabiertos.

A partir de entonces, Martín se convirtió en el campeón indiscutible de las canicas. Sus amigos lo miraban con asombro y envidia. Intentaron copiar su técnica, pero nada funcionaba. La canica mágica solo le obedecía a él.

Con el tiempo, descubrió más secretos sobre su canica. Si la sostenía con fuerza y cerraba los ojos, podía ver imágenes de lugares lejanos y aventuras emocionantes. La canica parecía estar conectada a un mundo invisible y misterioso.

Pero la fama y el poder también tenían su precio.  se volvió solitario y obsesionado. Pasaba horas practicando, perfeccionando su técnica y explorando los límites de la canica mágica. Dejó de jugar con sus amigos y se alejó de su familia.

Un día, cuando estaba a punto de ganar el torneo anual de canicas, la canica mágica desapareció. Nadie supo qué sucedió,  buscó por todas partes, pero nunca la encontró. Sin su amuleto, perdió su habilidad sobrenatural y volvió a ser un niño común y corriente.

Pero nunca olvidó la lección que la canica mágica le enseñó. A veces, el verdadero poder no está en los objetos, sino en nosotros mismos y en las conexiones que creamos con los demás.

M. D. Álvarez 

El fuego interior.

Desde los albores de los tiempos, hay un fuego que late en cada una de las estrellas; ese mismo fuego late en nuestro ser, y a cada paso que damos, la llama de ese fuego se hace más y más inextinguible. 

El cosmos en el que habitamos es una fuente inagotable de recursos puestos ahí para nosotros, pero no seremos capaces de alcanzarlos si no avivamos el fuego hasta que arda de forma continuada y no en reposo, como está ahora. 

Tenemos que arder con el cosmos para abrasarlo todo y así lograr nuestro máximo potencial.

En las profundidades del espacio, donde las estrellas se entrelazan como hilos de un tapiz cósmico, encontramos una danza eterna. Cada estrella es un faro de luz, una historia en sí misma. Y nosotros, pequeños seres en un rincón de la galaxia, también somos parte de esa danza.

Nuestro fuego interior, esa chispa que nos hace humanos, arde con la misma intensidad que las estrellas. Pero a menudo, nos olvidamos de avivarlo. Nos sumergimos en la rutina, en las preocupaciones mundaonas, y dejamos que la llama se apague lentamente.

¿Qué significa avivar ese fuego? Es mirar al cielo nocturno y sentirnos parte de algo más grande. Es explorar el conocimiento, la ciencia, la filosofía y el arte. Es amar, reír, llorar y crear. Es buscar respuestas a preguntas que ni siquiera hemos formulado aún.

Cuando avivamos nuestro fuego interior, nos conectamos con el cosmos. Nos volvemos más conscientes de nuestra existencia y de la belleza que nos rodea. Y entonces, como bien dices, alcanzamos nuestro máximo potencial.

Así que sigamos avivando esa llama, explorando el universo y abrasando todo lo que somos. 

M. D. Álvarez 

viernes, 20 de diciembre de 2024

El osezno.

Allí, asfixiado de calor y casi derretido, estaba un precioso osezno recién nacido, con su pelaje irsuto y encaracolado. Su madre, una gran osa, con amoroso tino, lamía su tierno pelo para tratar de refrescar al pequeñín.

Era el tercero de la camada y el más pequeño, pero tuvo la gran suerte de quedarse en la osera de la que su madre había escapado. Sus dos hermanos, aún ciegos, se aventuraron al exterior y no volvieron.

Su madre, sobreprotectora, lo mantenía siempre a su lado, alimentándolo con su leche materna, hasta que un día ella no volvió. Él, chiquitín, aún amedrentado por el exterior, gruñó y gruñó llamando a su amorosa madre. 

Que yacía muerta a pocos metros de la entrada, el pequeño se decidió a salir y vio con horror cómo otro oso gigantesco devoraba a su madre. El tierno osito gruñó lo más fuerte que pudo para ahuyentar a aquel despiadado asesino.

Le sorprendió el gran rugido que salió de sus dulces fauces, pero se percató de que ese rugido no era el suyo, sino de un colosal oso de pelo rojo que abatió al carroñero. Tenía su mismo pelaje de un rojo parduzco y sus mismos ojos azules. El gigante se le aproximó y olfateó, lamiendo su tierna cabezita; era su padre. Después de la muerte de la gran osa, el gigante se ocuparía del chiquitín. Dicen que todavía vagan juntos por los bosques.

M. D. Álvarez 

jueves, 19 de diciembre de 2024

La brizna de hierba.

Una brizna de hierba entre la hojarasca de hojas marchitas se debatía sobre dónde caer: si a la derecha o a la izquierda. Si caía a la derecha, su tumba sería árida y sin aliciente; en cambio, si caía a la izquierda, su tumba sería un pequeño pero cristalino arroyo que la llevaría siempre a flote hasta países lejanos y terminaría surcando el vasto mar.

De momento, el cálido Alisio no la dejaba posarse ni a uno ni a otro lado. Soplaba mansamente, haciendo que flotara en sus cálidos brazos y la transportó dulcemente hasta un reino muy lejano, donde la depositó con mimo sobre una corona de oro fino que reposaba sobre la augusta cabeza de un rey. 

Al quitarse la corona, la brizna cayó en el regazo del rey, quien suavemente la depositó sobre la mesa; allí quedó expuesta a la intemperie, pero no perdió su verdor y siguió siendo la verde brizna que un día los vientos Alisios transportaron a un reino muy lejano.

M. D. Álvarez

Los primeros rayos de sol. 4ta parte.

El sol alcanzó su punto máximo, y el hombre permaneció con los brazos extendidos, absorbido por la luz. La joven observaba, fascinada, mientras los rayos dorados parecían fundirse con su piel. El viento susurraba secretos antiguos, y el mundo parecía detenerse.

Entonces, algo cambió. El hombre comenzó a brillar intensamente, como si estuviera hecho de pura energía. La joven retrocedió, asombrada. ¿Era un ser humano o algo más?

—¿Qué eres? —preguntó ella, temblando.

Él abrió los ojos, y su mirada la atravesó.

—Soy el equilibrio —dijo—. La unión de la luz y la oscuridad. Mi existencia es efímera, pero necesaria.

La joven sintió una oleada de emociones contradictorias: miedo, admiración, curiosidad. ¿Cómo podía comprenderlo todo en ese instante?

—¿Por qué estás aquí? —susurró.

El hombre sonrió, y su forma comenzó a desvanecerse, como si se fundiera con el aire.

—Para recordarte que todo en este mundo está conectado —respondió—. Que cada amanecer y cada anochecer son parte de un ciclo eterno. Y que tú también eres parte de esa danza cósmica.

La luz lo envolvió por completo, y la joven quedó sola en el peñasco. El sol seguía ascendiendo, pero algo había cambiado en ella. Una comprensión profunda, una sensación de pertenencia.

Miró al horizonte y sonrió. Tal vez, solo tal vez, había tocado el misterio del equilibrio.

M. D. Álvarez 

Los primeros rayos de sol. 2da parte

La joven, aún ruborizada, no pudo apartar la mirada del hombre desnudo sobre el peñasco. Sus ojos recorrieron cada centímetro de su piel, desde los hombros anchos hasta las piernas musculosas. El sol acariciaba su cuerpo, y ella sintió una extraña conexión con él.

—¿Quién eres? —preguntó ella, rompiendo el silencio.

Él sonrió, sin dejar de mirar al horizonte. Sus ojos eran de un azul intenso, como el cielo en pleno verano.

—Soy un viajero —respondió—. Busco la energía del sol para seguir mi camino.

La joven se sentó en una roca cercana, intrigada por aquel misterioso hombre. ¿Cómo podía estar tan tranquilo, desnudo frente a ella?

—¿Un viajero? —repitió—. ¿De dónde vienes?

Él se volvió hacia ella, y su mirada la atrapó. Parecía leer sus pensamientos.

—De un lugar lejano —dijo—. Un mundo donde la luz y la oscuridad luchan eternamente. Mi misión es encontrar el equilibrio.

La joven no entendía del todo sus palabras, pero algo en ellas la conmovió. Tal vez era la soledad en su voz o la determinación en su mirada.

—¿Y qué buscas aquí? —preguntó ella.

El hombre señaló el horizonte, donde el sol comenzaba a ascender.

—La respuesta está en el amanecer —dijo—. Cuando la luz y la oscuridad se encuentran, todo es posible.

La joven sintió un escalofrío. ¿Qué secreto guardaba aquel hombre? ¿Y por qué había aparecido justo en ese momento?

M. D. Álvarez 

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Los primeros rayos de sol. 3ra parte.

El hombre se levantó del peñasco y se acercó a la joven. Sus pies desnudos apenas rozaban la hierba, como si flotara sobre la tierra.

"¿Por qué estás aquí?" preguntó ella, sin apartar la vista de sus ojos azules.

"Busco respuestas" respondió él. "Respuestas que solo puedo encontrar en este mundo, en el punto donde la luz y la oscuridad se encuentran".

La joven se puso de pie y lo siguió hacia el borde del acantilado. El sol ascendía más rápido ahora, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados.

"¿Qué tipo de respuestas?" insistió ella.

El hombre señaló el horizonte, donde las sombras de los árboles se alargaban.

"La dualidad de la vida" dijo. "La lucha constante entre lo que somos y lo que deseamos ser. La energía que fluye a través de nosotros, como la luz y la oscuridad."

La joven frunció el ceño. Aquellas palabras eran enigmáticas, pero resonaban en su interior. ¿Quién era él realmente?

"¿Cómo puedes saber tanto?" preguntó.

Él sonrió, y su mano rozó la mejilla de la joven.

"Porque he vivido muchas vidas" susurró. "Y en cada una de ellas, he buscado el equilibrio. Ahora, aquí, en este amanecer, siento que estoy cerca".

La joven sintió una extraña conexión con él, como si compartieran un destino entrelazado. El sol alcanzó su punto más alto, y los rayos lo envolvieron por completo.

"¿Qué sucede ahora?" preguntó ella.

El hombre cerró los ojos y extendió los brazos, como si abrazara el mundo entero.

"Ahora, espero" dijo. "Espero que la respuesta se revele ante mí".

Continuará...

M. D. Álvarez 

martes, 17 de diciembre de 2024

Los primeros rayos de sol

En aquel gigantesco peñasco, él recibía el primer rayo de sol que le servía para cargarse de energía, pero aquel día estaba ocupado por una encantadora joven que, al verlo llegar, se sorprendió. 

Él se detuvo en seco; aquella noche había sido especialmente demoledora y debía recargar sus energías recibiendo sobre su cuerpo los primeros rayos de sol. 

Ella lo observaba con determinación y curiosidad. Cuando vio que él comenzaba a desvestirse, se ruborizó, recogió la toalla y se alejó. Él, completamente desnudo, se colocó sobre el peñasco para recibir los renovadores rayos de luz.  

Continuará...

M. D. Álvarez

Bajo el ciprés.

Bajo aquel ciprés se hallaba el cuerpo sin vida de su amada. Se culpaba a sí mismo por no haber llegado antes; si lo hubiera hecho, ella seguiría con vida. 

Ahora estaba solo en el mundo, sin nadie que controlara su mal carácter. Sus amigos lo miraban con recelo, preguntándose por qué no había llegado antes. 

No sabían nada de su vida, se debía al bien común, aunque también se debía a ella y le había fallado. No se lo perdonaría jamás. Dedicaría lo que le quedara de vida a descubrir a los asesinos de su amada.

M. D.  Álvarez 

lunes, 16 de diciembre de 2024

El periplo.

Los dos se alejaron en aquel inhóspito bosque. Él la llevaba sobre su espalda para que no sufriera las inclemencias del lugar. Encontró un claro donde podían acampar, encendió una fogata y se dispuso a ir de caza. A la media hora, volvió con un jabalí de 150 kilos sobre sus hombros. 

Lo despellejó y troceó, ensartó una buena porción de carne y la puso al fuego. Cuando estaba en su punto, se la ofreció a ella, que, con mirada de aceptación, la tomó y comió. Con él no tenía de qué preocuparse; cuidaría de ella mientras durara aquella prueba. 

Calentó piedras planas al fuego y, cuando estaban templadas, preparó un lecho donde ella podría dormir plácidamente y cálidamente. A medianoche, ella se levantó y fue a buscarlo. Él estaba haciendo guardia y la oyó llegar. Le tendió la mano para ayudarla a subir a su atalaya. 

—¿No puedes dormir? —le preguntó él. 

—No, sin ti —se recostó a su lado. A la mañana siguiente, ella había ido a recoger frutos silvestres mientras él descansaba.. 
Se acercó a su lado y lo besó dulcemente para que despertara. Debían continuar su camino. Él la llevó sobre su espalda, junto con las provisiones necesarias para alcanzar el siguiente punto.

Tocaba ascender al pico más inexpugnable de aquella maldita cordillera. Él cargó sobre sus espaldas las suficientes provisiones y la subió a ella con mimo y cuidado. Llevaba ascendiendo dos horas cuando llegó a un gran saliente donde poder montar un vivac y pasar la noche. Durmieron abrazados; él la protegía del frío con su cuerpo. 

Al día siguiente tocarían la cumbre adjudicada, descansaría y disfrutaría de las extraordinarias vistas de la cordillera más aterradora de todas; seguidamente, comenzarían el descenso hasta un collado donde debían esperar el siguiente itinerario.

Tras recibir la siguiente ubicación, descendieron por cañadas cortantes, desfiladeros angostos y simas abismales. Él seguía transportando sobre su espalda, con mimo y ternura; cuidaba de ella y no permitiría que sus dulces pies se hirieran con la aridez de la naturaleza. Por fin, llegaron al emplazamiento fijado: era una maravillosa bahía de aguas prístinas, donde él le ofreció un cuenco de agua de las cristalinas aguas de un manso riachuelo que desembocaba en la ensenada.

Ella apuró el cuenco que él le había ofrecido y lo llenó para él, que lo tomó con cariño de sus manos. Después, se encargó de encender una fogata y asar los últimos trozos de jabalí que les quedaban.

 Cuando terminaron de cenar, le dijo: "Permanece cerca del fuego, voy a cazar. No tardaré mucho", dijo al ver la cara de preocupación de ella. 

Tardó tres horas, pero volvió con dos piezas: un ciervo de doce puntas y un gigantesco oso pardo. Él estaba herido, pero le quitó importancia diciendo: "No iba a dejar que me quitara la pieza". El enorme oso pardo lo había herido con sus gigantescas garras en la espalda y destrozado gran parte de su musculatura.. 

Ella fue a buscar hierbas medicinales, encontró cola de caballo en la ribera del regato, preparó un emplasto para evitar que su compañero sufriera una septicemia. Mientras ella preparaba el ungüento, él despellejaba al oso y ponía a secar la piel para hacer una manta calentita para la mujer de su vida; mientras tanto, el fuego era su aliado. 

—Ven aquí —le apremió ella.  
Él fue sumiso y dócil hacia donde ella se encontraba.  
—Siéntate —dijo seriamente.  
Él obedeció.  
—Y ahora no te muevas —dijo mientras colocaba una gran hoja de nenúfar con el embrocado sobre las heridas de su espalda, y para que no se moviera, lo vendó.  
Él se estremeció al notar sus cálidas manos sobre su cuello.
Estás muy tenso, ahora déjame cuidar de ti —dijo ella con tono de preocupación. Él aceptó, pero no iba a permitir que nada dañara su cálido y dulce cuerpo. 

A la semana, su espalda y hombro estaban casi curados y comenzó a construir una preciosa cabaña. Lo habían decidido: se quedarían en aquella ubicación. Ella estaba de acuerdo; mientras ella recogía frutos silvestres, él talaba grandes árboles y los transportaba sobre sus hombros. Tardó dos meses, pero al final terminó y se fue a buscarla. La encontró recogiendo bayas silvestres, le tapó los ojos y le dijo: "Acompáñame". La llevó con cuidado y cariño; al llegar, le mostró la cabaña más hermosa del mundo.

-¿Te gusta? —preguntó él.  
—Es preciosa, mi vida —le dijo, girándose, y le besó con ternura.  

Pero no solo había construido la cabaña, sino que la había dotado de todo lujo de detalles, enseres y muebles.  Sobre la cama estaba la gigantesca piel de oso pardo.  

—Ahora tú eres la reina y dueña de mi destino —dijo él, sumiso.  

Por la noche, después de cenar, él permanecía fuera.  

Ella lo llamó y le dijo:  —Sabes que no puedo dormir sin ti.  

Lo amaba y él también la quería; los dos sucumbieron a la pasión y a la ternura. Bajo aquella manta me concibieron a mí, uno de los últimos hijos de Europa, amada por un bello toro. 

Nuestro mundo, antaño viejo continente, se hallaba sumido en la oscuridad y tan solo el valor de mi padre y el amor de mi madre eran el último resquicio de esperanza.  

M. D. Álvarez

domingo, 15 de diciembre de 2024

Tras el muro.

Tras aquel ciclópeo muro se escondía la criatura más salvaje, aterradora e irascible de todas. Fue encerrado no porque lo temieran, sino porque había alguien que lo amaba. Ella iba todas las noches a visitarlo, le cantaba bellas melodías que lo apaciguaban y lo sumían en un dulce sueño. Cuando él dormía, ella entraba en aquellos formidables muros para yacer con su amado.

Cada noche arrullaba su descanso y, por el día, cuidaba de él. Nadie más se atrevía a acercarse a él por miedo a ser devorado. Ella lo alimentaba con mimo; él solo comía de sus manos.

Un día, ella, que hasta aquel momento no lo había tocado, rozó suavemente su cabeza. Él se estremeció, pero no rehuía el contacto; es más, se acercó más a ella, que lo rodeó con sus níveos brazos, besándolo cariñosamente y labio a labio, tiernamente, su rostro. 

Ah, no os he dicho de qué criatura se trataba: era un espectacular y majestuoso hombre lobo de 25 años en todo su esplendor.

M. D. Álvarez 

Dolor infinito

Su especie era muy resistente al dolor y él era el único que se prestó a aquella misión. Lo último que supieron de él fue que desapareció en un portal multidimensional. Sentía su corazón arder, pero podía controlar su dolor; aunque estuviera encadenado, no podían dañarlo, o eso creía. De pronto, una onda de choque impactó sobre él, sumergiéndole en una agonía de dolor. 

Ella lo percibió y supo que algo no iba bien; debía encontrarlo y traerlo de nuevo, pero solo recibía leves retazos de dónde podía encontrarse y solo lo percibía cuando su cuerpo se retorcía de dolor. "Aguanta, amor mío", pensó. "Te encontraré, aunque sea lo último que haga". 

Buscó las últimas coordenadas que percibió y encontró el portal. Sus amigos quisieron que desistiera, que lo más seguro era que estuviera muerto. Les lanzó una mirada furibunda y se adentró en aquel mundo oscuro y nefasto. 

Lo encontró encadenado férreamente al suelo. Se acercó corriendo, lo abrazó y besó, pero no reaccionaba.

 ¿Había llegado tarde? Percibió un leve latido; aún estaba vivo, pero aquel mundo era aterrador e inhóspito. 

Había traído un láser portátil y corto las cadenas. Le ayudo a levantarse y lo trajo de nuevo al portal. Se giró y vio cómo las ondas seguían impactando en el mismo lugar donde él estaba sujeto. 

Si hubiera recibido otro impacto más, seguramente él estaría muerto. Una vez al otro lado, y a pesar de todo el dolor que le habían causado aquellas ondas, seguía siendo él su compañero de fatigas, pero algo había cambiado: la amaba y ella también lo amaba. Su comunicación no verbal o intuición los hacía únicos e inseparables.  

M. D. Álvarez

viernes, 13 de diciembre de 2024

Futuro muy lejano.

¿Hay vida además de la nuestra? Muy buena pregunta, voy a tratar de responderles. Todo comenzó hace eones, cuando todo era oscuridad. Cuando el primer ser pensante comenzaba a cavilar cómo infundir la luz a la negra soledad que envolvía todo. Se inmoló para crear una chispa que iluminara el principio.

El comienzo de todo, con su sacrificio, dio origen a la primera luz. Esa primera explosión dio origen a otra deflagración y así sucesivamente, cuando el universo, otrora oscuro, lúgubre, aterrador y frío, se convirtió en un universo plagado de calor, luz e incertidumbre, ya que el primer ser pensante había desaparecido con el primer estallido sin definir su creación.

Pero no creo que desapareciera del todo; creo que evolucionó y avanzó en el tiempo hasta un futuro muy muy lejano, donde ideó maravillosas criaturas de luz y bondad que deberían evolucionar y crear civilizaciones más o menos avanzadas en el universo que había creado en el pasado y que esperaba, hambriento de seres todavía no creados..

Sé que os parecerá una tontería, pero no provenimos del pasado, sino que nos crearon en un futuro muy lejano para poblar y conquistar este vasto y salvaje universo, y todo ello gracias al primer ser de luz que dio comienzo al primer estallido.

Un momento que os he respondido. Hay tantos mundos como criaturas de luz que concibió el primer ente pensante en un futuro muy lejano. Miradas y miríadas de seres de luz se encargaron de sembrar y cuidar de la inmensidad de criaturas concebidas para poblar nuestro universo.

M. D.  Álvarez 

La mariquita de 22 puntos.

Aquella mariquita era muy especial; tenía en sus alas la friolera cantidad de 22 puntos, que equivalían a un año por cada punto. Estaba tomando el sol sobre una gran margarita cuando un atronador cortacésped se acercaba inexorablemente hacia su territorio. 

Todos los demás insectos huían del devastador monstruo de dientes de hierro, pero aquella valiente mariquita se quedó a defender su primorosa flor. 

Cuando faltaban algo más de diez metros para que el monstruo ingullera su flor, ella se lanzó en un salvaje y furibundo ataque al gigantesco ser de devoradores dientes. 

Su final fue trágico; murió al ser seccionada por la mitad, pero pudo ver cómo su bella flor se salvaba.  

M. D. Álvarez

jueves, 12 de diciembre de 2024

La danza del caballito del diablo.

Mientras aquel precioso caballito del diablo revoloteaba por aquel pequeño regato bajo el sol, el astro rey jugueteaba con los multicolores destellos de sus alas. Era observado por un voraz abejaruco que devoraba con ávidos ojos los deslumbrantes colores de su cuerpo..

Se lanzó en su persecución cuando pasó delante de él. El joven caballito del diablo, al verse acosado, imploró al sol de la siguiente manera:  

"Tú que todo lo ves y te deleitas con los destellos de mis alas, socórreme y acude en mi ayuda, y yo a cambio te ofreceré el baile más maravilloso todos los días al amanecer."

El sol, al oír las súplicas de tan primorosa criatura, accedió y cegó al abejaruco, que se estrelló en la ribera, liberando al caballito del diablo de tan férrea persecución.

La hermosa libélula cumplió su promesa y todos los días al amanecer ofrecía la más maravillosa danza a su benefactor. Día tras día cumplía con su promesa hasta el final de su alegre y maravillosa existencia. 

Así que, si veis a un precioso caballito del diablo danzando al amanecer, sabed que fue la promesa del primer caballito del diablo, promesa hecha desde la gratitud.

M. D. Álvarez 

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Ansiedad

Se acababa de despertar y no reconocía la habitación en la que estaba. Sobre la mesilla de noche había un cenicero lleno de colillas meticulosamente apagadas, una botella de whisky Macallan 1926, el más caro, y un vaso medio lleno. No recordaba nada de la noche anterior; su ansiedad iba en aumento. Lo último que recordaba era una barra de bar y una preciosa pelirroja. 

Tenía su cartera en el bolsillo; no le faltaba nada hasta que se miró la mano derecha: le faltaba el anillo de compromiso y, si él no podía volver, ella se daría cuenta. Puso la habitación patas arriba y no lo encontró. En cuanto se dio la vuelta, vio a aquella explosiva pelirroja que lo miraba sorprendida. 

—¿Buscas esto? —le preguntó, mostrándole el anillo. 

—Sí. 

—Te lo devolveré si me dices qué tiene de especial ella —le dijo con media sonrisa. 

—Ella es capaz de saciar mis apetitos y la amo —respondió, visiblemente contrariado. 

—Pues si eso es cierto, ¿qué hacías ayer solo en la barra de un bar? —requirió con una sonrisa pícara.

Tenía que pensar y escribir mis votos, respondió enojado.

—De acuerdo, son unos votos preciosos y sinceros. He de decirte que ayer no pasó nada —le dijo con una amplia sonrisa—. Debe de ser una chica increíble y afortunada —le dijo, tendiéndole la mano para entregarle el anillo.

El sorprendido lo recogió y se despidió cortésmente.

La fue a recoger a su trabajo; no podía esperar, tenía que verla. En cuanto la vio, sintió que su corazón ardía de pasión por ella. La besó dulcemente y la invitó a comer. Quería fijar una fecha para la boda.

M. D. Álvarez 

martes, 10 de diciembre de 2024

El buen sicario.(R.E.C)

Ser útil me hace feliz, pero, a la vez, distante, porque la mayoría de la gente no me toma en serio. No sé por qué; tal vez mi actual trabajo los haga reticentes a mi recién adquirido altruismo. Ah, que no os he dicho a qué me dedico. Esperad un poco más y os lo diré.

Todo sucedió muy rápido; para cuando quise darme cuenta, me habían echado del trabajo sin miramientos ni contemplaciones. Estuve un poco perdido antes de encontrar aquel anuncio en el periódico donde solicitaban un mediador, pero no como pensáis; mi trabajo era de mediador con los clientes descontentos... como sicario.

M. D. Álvarez 

La prohibición.

Oía sus pensamientos mientras dormía. "Deja ya de pensar", le dijo entre sueños, "y ven aquí". Ella no quería causarle ningún problema, pero había ido a su habitación mientras él dormía. 

No sabía qué hacer; si se colaba en su cama, sería complicado ocultárselo a sus amigos. Pero lo quería y sabía que él también la quería. 

Él levantó la sábana lo suficientemente para que ella se metiera. No hubo más palabras, solo el leve roce de su ropa al desnudarse y meterse en su cama. Él estaba rendido, pero adoraba acariciar su piel.

Las manos de él la recorrían con suavidad, como si temiera despertarla. Ella se acurrucó entre sus brazos, disfrutando del calor de su cuerpo. 

La habitación estaba en penumbra, solo entraba la luz tenue de la luna por la ventana. El silencio era roto solo por su respiración agitada y el latido acelerado de sus corazones.

De repente, él se detuvo.

"¿Qué pasa?", preguntó ella en un susurro.

"No puedo creer que estés aquí", dijo él. 
"Pensé que solo era un sueño".

Ella sonrió. "No era un sueño", dijo. "Estoy aquí contigo".

Él la besó en los labios, un beso tierno y lleno de deseo. Ella correspondió al beso con pasión, sintiendo cómo la tensión entre ellos crecía.

"¿Quieres?", preguntó él.

Ella asintió con la cabeza.

Él se apartó de ella y se levantó de la cama. Encendió la lámpara de la mesita de noche y se acercó a ella con una sonrisa pícara en el rostro.

"¿Preparada para una noche de pasión?", preguntó.

Ella sonrió de nuevo. "Más que preparada", dijo.

Se desvistieron con rapidez y se entregaron a la pasión que los consumía. Sus cuerpos se movían en perfecta sincronía, explorando cada rincón del otro con una intensidad que los hacía jadear de placer.

La noche se llenó de gemidos y susurros, de caricias y besos ardientes. Olvidaron el mundo que los rodeaba, perdidos en su propio universo de deseo y placer.

Al final, se quedaron dormidos abrazados, exhaustos pero felices. Habían encontrado lo que buscaban: el amor y la pasión que solo ellos podían ofrecerse.

M. D. Álvarez 

Estrella joven.

Bajo un sol abrasador, donde no había dónde cobijarse, él la protegía con su cuerpo, mientras él se abrasaba bajo las inclemencias de aquella estrella recién nacida. Estaba en plena ebullición, él con sus cuatro metros de envergadura producía la suficiente sombra para cobijarla a ella. Por la noche, era ella quien cuidaba de sus quemaduras; aquel planeta inhóspito los había puesto juntos para probar la resistencia de ambos.

Su amor era resistente, no dejaría que aquella inmisericorde estrella la abrasara viva. Ella calmaría sus quemaduras y le daría fuerzas para continuar su periplo por aquel joven planeta. Un día, cuando él estaba al límite de sus fuerzas, encontraron una pequeña gruta. 

Ella la inspeccionó y vio que era segura, luego lo ayudó a tenderse de espaldas para curar sus graves quemaduras que cubrían su ancha espalda. Ella estaba preocupada por su compañero, sin él estaba perdida. Los rayos de la joven estrella eran abrasadores de por sí, pero lo peor de todo era la radiación que iba minando la fortaleza de su compañero, al que adoraba y amaba. 

En aquella cueva se obró un milagro: ella exploró la gruta mientras él se recuperaba, para saber si tenía otra salida, pero descubrió un mundo interior que les proporcionaría la seguridad y estabilidad que necesitaban. Ahora era ella quien lo guiaba a través de los recovecos y galerías.

M. D. Álvarez 

lunes, 9 de diciembre de 2024

De dioses y hombres. 2da parte

Milenios después de la partida de los primeros dioses a poblar el cosmos, la tierra quedó en manos de sus hijos perecederos.

Entre ellos se encontraba una joven llamada Mapia, quien desde pequeña sintió la llamada de sus ancestros divinos.

Un día, mientras exploraba un bosque antiguo, Mapia encontró una cueva oculta. Al entrar, descubrió una inscripción en la pared que hablaba de una profecía.

La profecía decía que una descendiente de Sathok y Chiole, poseedora de dones divinos, sería la encargada de unir a los dioses y mortales una vez más.

Mapia supo de inmediato que ella era la elegida.

Llena de determinación, Mapia emprendió un viaje en busca de sus ancestros. Su viaje la llevó a través de montañas peligrosas, bosques frondosos y mares embravecidos.

En el camino, Mapia se enfrentó a numerosos desafíos y peligros. Tuvo que luchar contra monstruos, superar trampas mortales y resolver enigmas ancestrales.

Pero Mapia nunca se rindió. Su fe en sus ancestros y su propio valor la impulsaban a seguir adelante.

Finalmente, después de muchos años de viaje, Mapia llegó al lugar donde habitaban los dioses.

Los dioses la recibieron con sorpresa y alegría. Habían estado esperando su llegada durante mucho tiempo.

Mapia les contó la profecía y les explicó que había venido a unirlos con los mortales una vez más.

Los dioses escucharon atentamente sus palabras y se conmovieron por su determinación.

Sabían que Mapia era la persona indicada para llevar a cabo esta importante misión.
Así que decidieron ayudarla a cumplir su destino.

Le dieron a Mapia un poderoso objeto mágico que le permitiría abrir un portal entre el mundo de los dioses y el mundo de los mortales.

Con la ayuda de este objeto mágico, Mapia pudo finalmente unir a los dioses y mortales.

La paz y la armonía reinaron una vez más en el mundo.

Mapia se convirtió en una heroína legendaria, recordada por siempre por su valentía y su determinación.

M. D. Álvarez

La luz cegadora de la reina.

Amanecía un nuevo día y un nuevo orden se levantaba en el horizonte, un orden que pretendía acabar con la ilusión y la alegría de aquellas pequeñas criaturas que hasta aquel amanecer habían disfrutado de un mundo libre de yugos. Pero aquellos tiempos acabaron con la llegada del nuevo orden que los esclavizó, sometiéndolos a torturas horrendas.

¿Estaba todo perdido? Quizás no, pues desde poniente llegaba un resplandor cegador que rivalizaba con el sol al amanecer. La reina de las criaturas había oído que un gran invasor trataba de esclavizar a sus amadas criaturas. El orden se abalanzó sobre ella, pero su luz era mucho más intensa que la del sol. Su luz los cegó y los evaporó en un suspiro, alejando la presión de aquel nuevo orden de sus amadas criaturas.

M. D. Álvarez 

Vrhung.

Un gran vrhung se dirigía corriendo en dirección al centro de las filas de aquel ejército formado por criaturas ancestrales que habían sido sometidas y juzgadas para ser el ejército de las sombras que debía acabar con el reino de luz. 

Pues aquellas mismas criaturas eran sus habitantes y no quedaba ningún ser vivo capaz de enfrentarse a ellas, salvo aquel ejemplar de vrhung más fiero y salvaje. 

Él era el último guardián del reino y su señora no tuvo más remedio que mandarlo al frente. No sabía si lograría alcanzar al comandante de las sombras, ya que si lo derrotaba, su ejército de sombras ya no estaría sometido a su yugo.

De un salto portentoso, se plantó ante el comandante, quien se vio sorprendido con el feroz ataque que le lanzó. A continuación, lo descabalgó de su montura de un golpe seco y lo arrojó al suelo, donde terminó con su vida arrancándole el corazón con sus garras. 

Aquello liberó de su yugo a las huestes, que, presas del pánico de lo que estaban a punto de hacer, se volvieron a sus hogares inclinando su cerviz ante el vrhung que los había liberado por orden de su señora, la reina Zuwhil.

El vrhung regresó junto a su bella reina y se postró a sus pies. Ella se agachó y tomó su zarpa con cariño, diciéndole: "Tú no debes postrarte ante mí, sino yo, mi bello vrhung". Hizo una reverencia mostrando gran humildad y le besó en la mejilla.

M.D. Álvarez 

domingo, 8 de diciembre de 2024

Con aviesas intenciones.

Su mejor amigo era un especialista en localizar los mejores cantos rodados. Le hacía falta encontrar el mejor canto rodado, lo necesitaba para abatir a aquel monstruoso cíclope que amenazaba a su compañera. 

Lo localizó y lo lanzó contra el único ojo de aquel salvaje cíclope, que cayó de espaldas, cosa que aprovechó nuestro héroe para ensartarlo con su espada. 

Salieron corriendo los dos, pues una horda de enfurecidos los perseguía con ánimos poco amigables. La resguardó en una pequeña gruta y se dispuso a pelear con sus propias manos si hacía falta. Recurrió a su poder ancestral que lo transformaba en un imponente hombre lobo que dio buena cuenta de todos los cíclopes que se acercaban con aviesas intenciones. Había cubierto la entrada de la gruta con una gran laja.

El último cíclope era apabullante, pero él no se arredró, lo embistió salvajemente y lo derribó, destrozándole la yugular de una terrible dentellada.

Agotado y sin más enemigos a quienes abatir, se fue a tenderse delante de la losa que había depositado ante la entrada. Ella seguía estando segura en aquella cueva. 

Cuando el licántropo volvió a su ser, él hizo gala de una fortaleza extraordinaria desplazando la gran losa que había depositado en la entrada. 

Ella había sufrido oyendo los alaridos de los cíclopes y los gruñidos del gran hombre lobo. No sabía quién había ganado hasta que la losa fue retirada y apareció él. Corrió a su encuentro, lo miró de arriba a abajo para cerciorarse de que no estaba herido.

M. D. Álvarez

El porche victoriano.

Hacía tiempo que nadie metía mano a aquel césped tan salvaje en el que crecían gigantescas malas hierbas y zarzas que te herían con tan solo mirarlas. Ya iba siendo hora de que me pusiera manos a la obra. Cogí el gran cortacésped y comencé con aquel gran jardín al que nadie hacía caso.

Primero utilicé unas podaderas de mano para las resistentes zarzas. Cuando terminé con las enormes zarzas, me puse con las malas hierbas con el cortacésped. 

Cuando terminé, vi un precioso porche victoriano con un hermoso balancín, donde posiblemente la dueña recibiría a su amado pretendiente. Era una hermosa casita de una sola planta. No era mi cometido, pero me dispuse a arreglar aquel precioso porche y la casa. La casa tenía una historia que contar y yo la ayudaría a mostrar todo su esplendor..

Primeramente, comencé lijando la madera de las hermosas columnas grecorromanas que eran de madera de caoba. Después, lijé el suelo que era de madera de cedro del Líbano. Cuando terminé de lijar toda la casa, le apliqué un producto sellador y la barnicé con un barniz especial de poliuretano. 

Dejando impoluto y con un precioso tono caoba el porche, y la casa la pinté de tonos pastel. El balancín quedó espectacular, volviendo a su antiguo esplendor cuando la dueña dormía plácidamente la siesta, esperando a su don Juan. Cuál manso amante la besa dulcemente para no importunar su siesta.

Aquella hermosa casa había vivido buenos tiempos albergando a parejas que se declaraban su amor en aquel bello porche, sentados en el balancín. 

Allí se declararon amor eterno mis abuelos y después mis padres, ahora me tocaba a mí, pero eso no hubiera ocurrido si no hubiera hecho el desbroce del jardín que ocultaba tan hermosa casa.

M. D. Álvarez

sábado, 7 de diciembre de 2024

La cena romántica.

Aquella noche tenía que ser perfecta. Había reservado en el mejor restaurante de Copenhague, el Noma. Ella no sabía lo que se traía entre manos, pero le dejó hacer, parecía entusiasmado. Le compró el vestido más espectacular, le vendo los ojos y le dijo: "¿Confías en mí?" 

Ella sabía que él era alguien en quien se podía depositar la vida y le respondió: "Sabes que sí."

La llevó con mimo de la mano hasta la limusina que los llevó al aeropuerto, donde les esperaba su jet privado. Aterrizaron en Copenhague, donde les esperaba otra limusina que los llevó al restaurante Noma, donde le quitó la venda. Le acercó la silla con delicadeza. Ella pareció no entender nada, pero se dejó mimar. Mientras cenaban, charlaban alegremente de cosas banales hasta que ella se dio cuenta de que él se puso serio de repente. Él se levantó y se arrodilló a su lado..

""Eres la única mujer que me comprende y conoce tal y como soy. No puedo vivir sin ti. Me harías inmensamente feliz si quisieras casarte conmigo", le dijo, sacando un precioso anillo de oro y rubíes. Ella sabía que no podía negarse, lo amaba contra todo pronóstico. Se levantó, lo abrazó y besó con ternura. "Sabes que te quiero desde que te vi hace dos años. Siempre supe que sería tuya. Te quiero y sí, quiero", dijo sonriendo.

Los comensales de alrededor se levantaron aplaudiendo. Habían asistido a la petición de matrimonio de dos grandes amigos que habían decidido avanzar en su relación.

M. D. Álvarez

El haya de 1000 años.

Este magnífico árbol fue plantado el día que nací. Le dije a mi pequeña, que se quedó extasiada, mirando la altura y frondosidad de aquella preciosa haya de 1000 años. 

Cada rama simboliza la longevidad de nuestra genealogía, pues mi familia es muy extensa. Mi pequeña quiso saber cuál era su rama.

"Ven conmigo", le dije, subiéndola en el arnés que llevaba a la espalda. Empecé a trepar por las gruesas ramas que formaban un intrincado laberinto hasta llegar a una joven rama.

"Esta es tu rama", le dije señalando una joven ramita.

"¿Y la de mamá?", quiso saber.

"Es esta sobre la que naces tú."

"Pero tú no tienes 1000 años, papá", preguntó con desparpajo.

"Claro que no, pero es verdad que esta es mi haya. Proviene del haya mater de 1000 años. Mi rama se quebró y tuvieron que insertarla en una haya joven y robusta."

M. D. Álvarez 

viernes, 6 de diciembre de 2024

Aguante.

El golpe fue abrupto y repentino, casi no le dio tiempo a interceptarlo. No podía permitir que la atacaran, aunque le costara la vida, la defendería ante todo.

El golpe fue lo suficientemente fuerte como para dejarlo sin respiración, pero tenía que aguantar un poco más hasta que alcanzara su límite; entonces afloraría su rabia y furia, no dejaría vivo a ninguno de sus atacantes.

Ella estaba preocupada por él, llevaba días sin comunicarse, pero había presentido que lo necesitaba y había acudido en su ayuda. El último golpe fue brutal, pero lo encajó con bravura.

Sabía que después de aquel guantazo, la bestia que había en su interior se despertaría y haría su aparición, poniendo a los atacantes en fuga, pero no por mucho tiempo, ya que les dio caza sin miramientos.

Ella ya conocía su secreto y no huyó, se quedó a su lado para tranquilizarlo cuando volviera junto a ella. Su apariencia era cautivadora, un ejemplar de licántropo magnífico..

A los diez minutos, el regreso a su lado y ella lo apariguo acariciando su magna cabeza hasta que aquel impresionante hombre lobo se volvió de nuevo al interior de su amigo ,quien yacía profundamente dormido.

M. D. Álvarez

Ble gi.

En lo que un día fue nuestro hogar, ahora no hay nada, solo cenizas y destrucción. Nuestro antiguo hogar se moría y no supimos actuar a tiempo. Es más, luchábamos entre nosotros por los territorios vírgenes y alimentos.

Pero no aprendimos nada de aquel desbarajuste, lo volvimos a hacer en nuestro segundo hogar al que bautizamos con el rimbombante nombre de Gea. También sucumbimos a la acariciaba y al pillaje. 

Pero esta vez tomamos la debida precaución de no llevarnos a las orejas negras o manzanas podridas, y nos trasladamos a nuestro tercer hogar al que todavía no hemos puesto nombre. 

Espero que cuidemos mejor de él que como lo hicimos en nuestros dos planetas anteriores. Acabamos de llegar y es un planeta inmenso y hermoso. Me arrodillé y besé su fino césped azul, el aire es fresco y limpio. Volvemos a comenzar una nueva singladura en este gran planeta al que me gustaría bautizar como "Ble gi", que en griego significa "Tierra azul". 

M. D. Álvarez 

jueves, 5 de diciembre de 2024

Niebla tenebrosa.

Aquella niebla escondía algo, no era como la niebla corriente; esta era más densa, casi se sentía como un tenue roce al entrar en ella. No se lograba ver nada, pero se oía el crepitar del rocío en la hierba a cada paso que daba. 

Aquel tenue crujir me erizaba el pelo de la nuca, era como si algo o alguien me siguiera, pero no podía ver ni a tres palmos de mis narices, aunque sentía el leve roce de unas manos cálidas y suaves que me adentraban aún más en la espesa niebla. 

De pronto oí como un susurro que me llamaba y una voz sensual que me atraía. "Ven conmigo y te haré inmortal", me dijo al oído. Inmediatamente me giré y la vi: era una preciosa criatura de ojos ambarinos y seductora sonrisa. 

Ella me tendía la mano y yo acepté, la seguí hasta el centro mismo de donde fluía la niebla; allí sus cautivadores ojos me sometieron, haciendo que me arrodillara y ofreciera mi cuello. Ella ávidamente mordió mi yugular y me convirtió en una criatura de la noche que no podría disfrutar de los cálidos rayos del sol, pero que disfrutaría de la vida eterna para satisfacer mi sed de sangre.

M. D.  Álvarez 

Troan.

Su linaje se perdía en los tiempos pretéritos, cuando los dioses se unían con las bellas doncellas. 

Uno de esos dioses se llamaba Apolo y se sirvió de su aterrador servidor llamado Argionte para asustar a la bella doncella Briseide. 

Argionte la había estado espiando en los sagrados bosques de Dodona y ella había logrado incendiar su corazón al verla bañarse en la hermosa laguna del gran robledal. 

Ella se sabía observada pero siguió bañándose. Lo divisó en el linde, no pareció temerle y lo invitó a entrar con ella en la laguna. 

Temeroso de la venganza de Apolo, en un principio se negó, pero ella insistió. Reticente, fue avanzando dejándose ver. 

Ella no mostró miedo alguno. Se metió en el agua con ella, su aspecto salvaje le incomodaba, pero ella acarició su denso pelaje. 

"Eres un hombre lobo fuerte y hermoso", dijo ella acariciando dulcemente su lomo. 

Él se sentía azorado e intranquilo, temía la cólera de Apolo, pero también la deseaba con locura. 


Ella lo atrajo hacia la orilla y lo amó con pasión hasta que él sucumbió y la poseyó mansamente.

Cuando apagaron su sed apasionada, ella lo ocultó a los ojos de Efebo, quien lo maldijo dejándolo permanentemente convertido en licántropo.

Ella lo seguía amando todas las noches y de aquellas noches apasionadas nació un precioso retoño al que llamaron Troan.

M. D. Álvarez.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

El faro.

Aquella penumbra no era normal, y menos si había amanecido hacía 3 horas. Las criaturas de la noche lo percibieron y se lanzaron en tromba hacia la ciudad. Tenía que hacer algo si quería salvarla. 

Recordé lo que me dijo mi abuelo: "Si te encuentras acechado y perdido en la oscuridad, recuerda que no hay mejor antídoto para la oscuridad que la luz". 

Y la única luz lo suficientemente poderosa para resquebrajar las tinieblas era la luz de un gran faro. Qué suerte teníamos, ya que en la bahía, sobre unos gigantescos acantilados, se encontraba el faro de mayor altura del mundo: 133 metros de altura, más la altura de los acantilados, lo hacía idóneo para espantar a las terroríficas y desalmadas criaturas de la noche. 

Corrí en dirección al faro, subí por su empinada escalera y prendí la luz. De pronto, dos haces de luz surcaron el cielo, girando y girando. Las aberrantes criaturas se detuvieron en seco y se giraron en mi dirección, lanzando miles de criaturas contra el majestuoso faro, pero no me iba a rendir. Peleé con todas mis fuerzas; tenía que evitar que atacaran la ciudad.  

No recuerdo cuánto duró el combate; se recrudeció cuando notaron que mis fuerzas flaqueaban, pero ni mucho menos yo era la última esperanza. Dejé que me rodearan y, cuando estaban todos rodeándome, utilicé mi luz interior, una luz que me destruiría, pero también a todas las criaturas nocturnas. Por un momento, la ciudad percibió un fulgor como de mil soles y, después, la penumbra desapareció.  

M. D. Álvarez

martes, 3 de diciembre de 2024

Rapanui, o el ombligo del mundo.

¿Qué me dirían si les dijera que he descubierto el origen de las primeras esculturas de los Moáis?

Estas gigantes esculturas, en un principio, estaban orientadas hacia el mar y circundaban la pequeña isla de Rapa Nui.

Eran guardianes y vigilantes que custodiaban los secretos de los antiguos pobladores y navegantes prediluvianos.

Un buen día, los visitantes celestiales llegaron a la pequeña isla con el único objetivo de compartir todo su conocimiento con los habitantes de la llamada Tepito Ote Henua, o "ombligo del mundo". Los celestiales erigieron los moáis mirando hacia el mar como una señal de advertencia. Y me dirán, ¿acaso los moáis están mirando hacia adentro? 

En un principio, miraban hacia afuera, pero cuando los celestiales compartieron todo su saber, abandonaron la hermosa isla. Los habitantes entraron en guerra entre ellos; los vencedores derribaron todas las estatuas que originalmente representaban a los celestiales, para luego erigir moáis con forma humanoide y mirando hacia tierra, lo cual llevó a la destrucción de la hermosa y otrora vergel de donde partirían los pueblos del mar.

M. D.  Álvarez 

El amor en la corte.

A su derecha estaba situada su mejor amiga, la que lograba calmarlo en momentos de zozobra, respetaba sus sabios consejos; y a su izquierda, su querida madre, la única que conocía hasta qué punto podría llegar para defender su reino. Las dos ejercían de consejeras, aunque su madre sabía que su hijo amaba a su amiga, aunque no se atrevía a confesárselo. 

"Hijo, si la quieres de verdad, deberías decírselo", le dijo con tranquilidad. 

"Tienes razón, pero me intimida su forma de mirarme". "Eso es que la quieres".

Un día, mientras él paseaba por el majestuoso jardín, se cruzó con ella. 

"Mi señor, ¿qué os aflige? Llevo un tiempo observándoos y parecéis apesadumbrado", le preguntó ella al ver que él agachaba la cabeza. 

"No sé cómo decirte esto...", comenzó a decirle. "No sigáis, yo también siento lo mismo por vos", respondió ella, besándole tiernamente. 

"Me harías inmensamente feliz si quisieras ser mi esposa", dijo él, hincando la rodilla y ofreciéndole un precioso anillo, el mismo que su padre le ofreció a su madre.

Ella se agachó y lo besó con pasión, y le respondió: "Siempre lo he deseado, mi rey. Me haces muy dichosa.

M. D. Álvarez 

lunes, 2 de diciembre de 2024

El páramo

Aquella mansión se encontraba en un páramo aislado de todo. No había ningún alma en los alrededores, pero era el único refugio que tenían. La tormenta apreciaba empapándolos a los tres viajeros: un auténtico boy scout acompañado de dos de sus mejores amigos. 

Habían llegado a las coordenadas que les habían mandado. Allí estaba la más siniestra y aterradora de las mansiones, completamente a oscuras pero con un brillo fantasmagórico. Sus dos amigos no las tenían todas consigo, no sabían lo que se podrían encontrar dentro. 

"No me digáis que tenéis miedo", preguntó él con gesto de disgusto, "nos las hemos visto en peores situaciones". Abrió la puerta que chirrió quejumbrosamente, un trueno iluminó la entrada formando dantescas imágenes. Él accionó el interruptor de la luz y, milagro, funcionaba: la luz se hizo e iluminó un espacioso hall lleno de esculturas, cuadros, polvo y telarañas. "Veis, no hay nada que temer", terció él.

En el centro del hall había una gigantesca escalera victoriana que llevaba al segundo piso. Se encaminó sin titubear y subió las escaleras hasta la segunda planta. Se adentró en la primera habitación y descubrió un hermoso cuarto de una bella dama de ojos verdes y cabello ensortijado. "Ojalá te hubiera conocido antes", susurró para sí.

Algo lo debió de oír, pues se sintió transportado a aquel enigmático cuadro donde la bella dama posaba sometiendo a aquel gran hombre lobo. Se dio cuenta de que había sido atraído a una trampa, pero por ella bien podía ser atrapado; solo necesitaba su contacto, un leve roce de su dulce mano lo sacaría de aquel lugar lleno de añoranza. 

Ella debió de percibir su dolor, pues alzó la mano para detener al cazador que iba a abatir a aquel ejemplar de licántropo dorado. Acercó dulcemente su mano sobre su magna cabeza y lo que pasó es que fueron los dos transportados a la habitación donde ahora el cuadro posaba, sorprendiendo al cazador..

Ella, sorprendida al verse fuera del cuadro al girarse, esperó ver al imponente hombre lobo, pero se encontró con aquel aguerrido joven que la había sacado de su encierro. "Llevo tiempo buscándote, mi vida", dijo él visiblemente emocionado. Ella pareció no reconocerlo, pero sus ojos le decían que él la amaba desde los confines del tiempo. La perdió en un enfrentamiento cuando un portal la atrapó.

El bago por portales adyacentes buscando a su amada no cesó de buscarla hasta que percibió un susurro en el viento, se detuvo y escuchó el leve arrullo con el que ella lo calmaba. Estaba cerca, la buscó y la encontró en aquella gran mansión.

Ella lo recordó todo y lo abrazó con ternura y amor. Había crecido como hombre y compañero y no había dejado de buscarla. Ahora volvían a ser un solo corazón.

Sus compañeros lo esperaban al pie de la gran escalera y se quedaron boquiabiertos ante la belleza de la dama. "Os presento a mi novia, Dana", dijo al pie de las escaleras, "ya podéis cerrar la boca".

M. D. Álvarez