Él, un auténtico ser ingrávido dotado de un poder sobrehumano, sostenía sobre su férrea espalda el cosmos, conocido como desconocido. Su aspecto era el de un gigantesco hombre lobo de pelo violáceo. Su nombre, Abrhukan, hijo del creador de mundos, tenía un único cometido: soportar el orbe del universo. En su corazón albergaba un único sueño: el de crear una vida junto a su adorada esposa. Cada noche, él volvía tras depositar el gigantesco orbe en el descomunal pedestal donde descansaba.
Cuando regresaba, era agasajado por su dulce amada con un banquete de pingües delicias. Tras el banquete, disfrutaban del hermoso espectáculo de estrellas que cuajaban el firmamento sobre ellos. Allí, en el mismo lugar donde observaban las luminarias, la amó con ternura y pasión. A la mañana siguiente, volvió a alzar el inmenso orbe con un brío renovado. La dueña de su corazón fue a verlo con una canasta de viandas y se acercó a su oído y le susurró dos palabras..
El al oírlas sonrió y lanzó el inconmensurable universo por encima de su cabeza, lo que hizo que casi todos los pobladores sintéticos se movieran como un gran vaivén en el inversor. Cuando el universo cayó de nuevo, él lo cogió con una sola mano, ya que con su otro brazo estaba abrazando a su adorada.
¿Aún no sabéis qué le susurró? Muy fácil: le susurró: "Estoy embarazada".
M. D. Álvarez
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