martes, 27 de mayo de 2025

En la cuerda floja.

Estaba en un casi escueto equilibrio; si se desplazaba a la derecha o a la izquierda, caería a la sima donde miríadas de bocas con afilados dientes buscaban devorarlo. El riesgo era palpable, pero no se podía quedar en la cuerda floja. Cuanto más esperase, más le costaría atravesar el abismo. Así que se armó de valor y deslizó su pie desnudo hacia adelante. Manteniendo el equilibrio, paso a paso fue cruzando el negro pozo. Al otro lado, lo estaban esperando sus compañeros, que habían cruzado el puente antes de que se cayera y dejara tan solo una áspera cuerda. La situación se había complicado; ya no podrían volver por el mismo sitio. Él era el único capaz de cruzar por aquella soga, ayudado por una pértiga, donde a cada lado perdían los petates de sus compañeros a modo de contrapeso. 

Por fin llegó al otro lado, pero sus pies estaban casi desollados. No había tiempo que perder y se calzó sus mocasines; a pesar del dolor, debían encontrar al resto de la expedición. Ya se ocuparía de sus pies más tarde..

Llegaron a la parte central de la gran caverna, donde habían perdido la comunicación con la expedición. Allí, todo parecía en calma, pero no había nadie; ninguno de los quince integrantes de la gran expedición se encontraba allí. 

Sus compañeros comenzaron a protestar por el camino tan intrincado que habían recorrido hasta llegar allí y no los recibían como se merecían.

—No estamos aquí para que nos doren la píldora —refirió él con tono duro—. Estamos aquí para rescatar a la expedición. Mañana nos distribuiremos en parejas e iremos avanzando en abanico por las galerías aledañas —dijo él, quitándose con visible dolor los mocasines. El equipo se dio cuenta de la gravedad de la misión al ver el estado en que tenía los pies. Uno de sus mejores amigos le aplicó una pomada desinfectante y antibiótica y le vendó con sumo cuidado. 

—No deberías ponerte en pie al menos una semana.  

—No puedo permitirme ese lujo; debo encontrarla —refirió él. 

—Lo sé, pero esta noche debes descansar.

Pero no pegó ojo; escuchaba cada sonido, crujido y chasquido de la gruta, esperando percibir voces de los expedicionarios. De pronto, creyó oír la voz de ella al fondo de la gruta. Se levantó sin importarle el dolor y, a tientas, alcanzó la pared húmeda. Buscó de dónde venía su voz; la oía claramente, venía de la galería central. Se adentró en la total oscuridad, tanteando con las manos. De repente, vio un atisbo de luz al fondo de la galería. Se dirigió hasta el final del corredor y vio a los expedicionarios reunidos alrededor de una pequeña fogata. Ella estaba mostrándoles los hallazgos cuando lo vio acercarse.  

—¿Estás aquí? —refirió ella, sorprendida.  
Cuando se acercó más a la hoguera, ella se fijó en sus pies; había comenzado a sangrar. Lo obligó a sentarse y, con mucho cuidado y dedicación, le quitó las vendas y aplicó unas hierbas que calmaron su dolor. Ella admiraba su valor y determinación.  

—¿Has venido solo? —preguntó ella, con un atisbo de esperanza..

—No, somos un equipo de rescate. Están en la caverna principal —respondió él, visiblemente más aliviado. Aquellas hierbas habían conseguido que el dolor se calmara.

M. D. Álvarez

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