Su miedo escénico era palpable; se ponía rojo como un tomate, y eso divertía a su grupo de amigos, que no paraba de ponerlo en actitudes que lo avergonzaban. Ella, al principio, lo encontraba divertido y hasta encantador, pero llegó un momento en que no pudo soportarlo más y estalló su furia, que se hizo descontrolada y salvaje; solo podían quitarse de en medio.
No conocían su genio, pues si lo hubieran sabido, no se habrían burlado de él en tantas ocasiones. Ahora trataban de esconderse de él, pues le habían sometido a todo tipo de burlas por su miedo escénico.
Sabían que se ponía nervioso cuando tenía que hablar en público, y ellos no hacían más que mandarle a recibir premios que, por su valor y altruismo, había ganado.
Ella era la nota discordante; en un principio, le parecía adorable, pero al ver que se iba calentando, se interpuso entre él y su grupito de amigotes, pues eso era lo que eran.
Ella lo apoyaba en todo, y al ver que aquello terminaría mal, se acercó con cautela y lo besó dulcemente. Eso lo descolocó y hizo que se calmara.
El beso de ella fue como un bálsamo para su alma. Se sintió envuelto en una calidez que le recordó por qué había aceptado esos premios en primer lugar: por su deseo de ayudar a los demás, no por la necesidad de ser el centro de atención. Su furia se disipó, y en su lugar, una nueva determinación comenzó a florecer.
Ella lo miró a los ojos, buscando la chispa que había visto tantas veces, y le susurró: —"No tienes que demostrar nada a nadie. Solo sé tú mismo". Sus palabras resonaron en su corazón y le dieron el valor que necesitaba.
—"Lo sentimos de veras, no debimos burlarnos de ti. Pensamos que era divertido, pero no supimos ver cómo te afectaba", dijo su mejor amigo.
El protagonista, aún procesando lo sucedido, sintió que algo se movía dentro de él. La sinceridad de su amigo fue un alivio y una carga a la vez. —"Gracias", respondió con voz temblorosa. —"No es fácil para mí estar frente a todos; siempre he tenido miedo de hablar en público".
Ella lo tomó de la mano y lo llevó hacia el grupo. —"Quizás sea hora de que todos aprendan algo sobre el verdadero valor del apoyo", dijo con firmeza. Juntos, formaron un círculo de apoyo a su amigo donde cada uno reconoció miedos personales y vulnerabilidades.
Finalmente, se giró hacia sus amigos con una sonrisa tímida pero genuina. —"Si alguna vez me ven nervioso en el escenario otra vez, recuerden esto: estoy aquí porque quiero compartir algo importante. Y si me apoyan en lugar de burlarse, podré hacerlo mejor".
Sus amigos asintieron con comprensión renovada y promesas silenciosas de cambiar su comportamiento en el futuro. Ella sonrió orgullosa al ver cómo él comenzaba a brillar nuevamente.
Y así, aunque el miedo escénico no desapareció por completo, había encontrado un nuevo camino para superarlo; uno lleno de apoyo verdadero y amistad sincera.
M. D. Álvarez
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