Sentado en su sofá favorito, llevaba horas desafiando al sueño. Cabeceando en contadas ocasiones, lograba despertarse en el último segundo antes de caer dormido. Sus sueños eran aterradores y peligrosos; había descubierto en ellos atisbos de realidad. La última vez que durmió, fue herido de una puñalada en el costado, y cuando se despertó, la herida estaba allí.
Si sus enemigos habían logrado infiltrarse en sus sueños, debía luchar en varios frentes, pero no lo haría solo; tenía un equipo preparado para contingencias adversas por si no lograba despertarse. Sus sueños eran monitorizados por un equipo de especialistas, entre los que se encontraba su pareja, que permanecía a su lado en aquella habitación blanca, donde el único toque de color lo ponía aquel sofá azul cielo..
Los párrafos le pesaban cada vez más y, cuando estaba a punto de sumergirse en un oscuro sueño, oyó la voz de ella que lo mantenía centrado.
—Recuerda que no estás solo —dijo ella, acercándose hasta el sofá. Le tomó las constantes vitales y la temperatura; estaba dentro de los límites. Por fin había llegado el día del último combate. Había estado entrenándose con técnicas oníricas donde él era el dueño absoluto de sus sueños.
Tomó una profunda respiración, cerró los ojos y, en un instante, se hallaba en un oscuro reino onírico donde sus mayores temores se hacían realidad en la forma de aterradoras criaturas de descomunales tamaños que lo atosigaban e intentaban morderlo con sus aterradores dientes. Pero, por suerte para él, había estado entrenándose profundamente; su mente era un bastión inexpugnable y, desde aquel bastión, luchaba con renovadas energías. Debía acabar con todos sus temores o, en algún momento, esos temores le darían muerte.
Ella observaba los monitores con preocupación; su entrenamiento había sido exhaustivo, pero corría el peligro de que sus energías mermaran rápidamente. "Date prisa, no te queda mucho tiempo", le dijo al oído.
Él la oyó y redobló sus esfuerzos, sintiendo que su energía emanaba de su corazón, iluminando el aterrador campo de batalla y mostrando lo nimios que parecían sus temores a la luz de la bondad.
"Nunca lograrás vencerme; tengo un corazón noble y la oscuridad no tiene poder sobre mí", gritó con todas sus fuerzas. La luz se expandió, borrando del mapa a los enemigos que habían tratado de matarlo en sus sueños.
Abrió los ojos y allí estaba ella; había vuelto de un combate épico con algún que otro rasguño, pero nada que unas tiernas caricias no lograrán aliviar.
M. D.. Álvarez
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