sábado, 31 de mayo de 2025

Bajo fuego enemigo.

Se arrancó el gotero intravenoso y, aunque dolorido, no recordaba cómo había llegado al hospital; solo le importaba dónde estaba ella. Debía encontrarla; sin ella, se sentía perdido. Abrió la puerta y se encontró con un bullicio normal en un hospital de primera línea de guerra. 

Se encaminó hacia la salida y, como un flash, el sol lo cegó. Se puso la gorra y se encaminó a un humvee blindado. Lo tomó prestado, arrancó y se dirigió al último sitio donde la vio. 

Cuando llegó, descubrió con estupor que el lugar donde la vio era un gran cráter. Se bajó del humvee y descendió por la ladera del cráter; en el centro no había nada. A duras penas se agachó y sopló el polvo, que dejó ver un brillo etílico que recogió. Eran unas chapas identificativas; por suerte o por desgracia, no eran las suyas, pero pertenecían a uno de los soldados de su pelotón.

Mientras se agachaba para recoger las chapas, una oleada de recuerdos lo inundó. Risas compartidas, promesas susurradas bajo el cielo estrellado, y momentos de camaradería en medio del caos. La imagen de ella, con su sonrisa luminosa, se superpuso a la desolación del cráter. 

Se levantó, apretando las chapas en su mano como si pudieran guiarlo. Miró a su alrededor, buscando cualquier señal que le diera pistas sobre lo que había sucedido. El viento soplaba suavemente, trayendo consigo ecos de conversaciones lejanas y el sonido sordo de vehículos en movimiento.

Decidido, se dirigió hacia el lugar donde habían sido enviados por última vez. Cada paso era un recordatorio del peligro que enfrentaban; cada sombra parecía ocultar un secreto que debía descubrir. Su mente corría a mil por hora, preguntándose si ella había estado allí, si había luchado por sobrevivir.

Al llegar a una pequeña base improvisada, encontró a un grupo de soldados reunidos alrededor de una mesa. Descubrió que eran integristas y se mofaban del pelotón al que casi habían esquilmado; se reían de lo que harían al soldado cuando su capitán acabara con ella.

¡Ella! Escuchó bien, localizó lo que podría ser una celda improvisada, se deslizó entre las sombras; ni un búho lo hubiera visto. Su rostro, totalmente embadurnado de betún, y su traje de camuflaje lo hacían invisible a los ojos de los vigías.

Se coló en la pequeña casucha donde el capitán torturaba a su compañera. La ira y la furia lo embargaron, cogiéndolo por el cuello. Utilizó su cuchillo bowie para cortarle el cuello sin emitir ningún sonido. Ella lo vio y sus ojos reflejaron un atisbo de alegría; creyó que él había caído como el resto del pelotón.

Continuará...

M. D. Álvarez 

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