No veo nada, gritó él, exasperado y asustado. Ella corrió a su encuentro con una cantimplora de agua; su rostro expresaba preocupación y ansiedad.
—Ya estoy aquí, espera —dijo, fijándose en la terrible herida de su rostro. Había sido alcanzado por una deflagración que le dio de lleno en la cara. Ella vertió el agua sobre su rostro; sus ojos eran los más dañados. Sintió cómo su corazón se encogía; adoraba a su compañero, su mirada limpia era inconfundible.
—Tranquilo, es superficial —dijo ella, imprimiendo seguridad en sus palabras.
—¿Tan mal aspecto tengo? —preguntó él. No lo podía engañar; la conocía bien.
—Todavía es pronto; mejor será que te lo valoren los médicos —dijo ella, llevándoselo hacia una de las ambulancias.
Lo trasladaron a un hospital cercano después de evaluarlo y, mientras lo llevaban en la ambulancia, ella le preguntó: —¿Qué pasó?
—Un paquete bomba dirigido a mí. Al parecer, me estoy acercando demasiado a una célula terrorista y han querido quitarme de en medio —repuso él.
Una vez en el hospital, los médicos comenzaron a trabajar rápidamente, limpiando las heridas y aplicando vendajes. Después, lo trasladaron a una habitación donde debían esperar a que pasara el médico jefe a informarles. Pasadas un par de horas, un médico entró en la habitación; su rostro era serio.
—La buena noticia es que no hay daño significativo en los ojos, pero deberá guardar reposo y seguimiento por un tiempo —dijo el médico.
M. D. Álvarez
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