—Como no desaparezcas de mi vista en menos que canta un gallo, te demostraré mis destrezas con el tenedor de plástico, y creo que no te gustaría perder un ojo u otra cosa, ¿no crees?
El aterrorizado asaltante percibió un cambio en su mirada, antes dulce y mimosa con ella, y ahora salvaje y furibunda con él. Decidió que era mejor no esperar a que aquel joven desplegara sus destrezas llevándose un ojo u otra parte de su cuerpo y salió huyendo.
Por dónde iba, refirió él cortésmente, volviendo al picnic donde ella había asistido con visible admiración a las dotes de persuasión de su compañero. Ella le sirvió una generosa porción del dulce pastel que había hecho exclusivamente para él y no pudo menos que mostrar su dulce sonrisa. Él estaba cautivado por su sonrisa y le regaló una de las pocas sonrisas incisivas.
Estaba cayendo la tarde cuando decidieron volver; empezaba a refrescar, así que se quitó su suéter y se lo ofreció a ella, que, agradecida, se lo puso.
M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario