domingo, 18 de mayo de 2025

Las baquetas de Dionisio.

Sus solos de batería eran los más enérgicos y brutales. Era uno de los mejores bateristas; en cuanto comenzaba a agitar las baquetas, el espectáculo estaba garantizado. Ella era su mejor fan. Él tenía una sala insonorizada para practicar ritmos cada vez más melodiosos y atábicos. Sus solos conectaban su espíritu con la tierra de la que emanaba su energía.

Un día, ella lo sorprendió con un regalo. Él abrió el paquete y vio las baquetas más hermosas de nogal americano, pero no eran unas baquetas normales; venían en una urna de plata, envueltas en una historia que ella le contó. 

La urna había sido encontrada en una mina de arcilla roja y, según cuentan las leyendas, en aquella tierra los bélicos Coribantes golpeaban con aquellas baquetas los tambores para evitar que Hera escuchara los llantos del pequeño Dionisio, ya que si lo descubría, le daría muerte. El querubín, al alcanzar la madurez, les concedió a los Coribantes el poder de subyugar con sus baquetas a los que escucharan sus ritmos melodiosos.


Él sostuvo las baquetas con reverencia, sintiendo la suavidad de la madera y la historia que llevaban consigo. La leyenda de los Coribantes resonaba en su mente, y una chispa de inspiración lo atravesó. Decidió que esas baquetas no solo serían un instrumento; serían su conexión con el pasado, un vínculo entre el arte de la música y las antiguas tradiciones.

El siguiente día, se encerró en su sala insonorizada, la luz tenue iluminando su espacio sagrado. Con cada golpe en el tambor, sentía cómo las historias de aquellos guerreros resonaban a través de él. Los ritmos fluían como ríos caudalosos, llevando consigo la energía de la tierra y el eco de los Coribantes. 

Pero había algo más; ella estaba allí, observando desde la puerta, con una mirada de admiración y amor. Su presencia lo llenaba de fuerza, y por un momento, se sintió como un dios en el escenario. Decidió dedicarle su siguiente solo. Con cada golpe, le enviaba mensajes silenciosos: "Gracias por creer en mí. Gracias por darme estas baquetas mágicas".

El ritmo se intensificó, cada golpe era un latido del corazón, cada redoble un susurro dirigido a ella. En su mente, imaginó a los Coribantes danzando a su alrededor, protegiendo el secreto de Dionisio mientras él tocaba. La música se convirtió en un ritual; ella era su musa y su inspiración.

Cuando terminó, el silencio llenó la sala como una bruma suave. Ella aplaudió con entusiasmo, sus ojos brillando como estrellas. Se acercó y lo abrazó fuerte. 

—Eres increíble —dijo con una sonrisa—. Siento que esos ritmos tienen vida propia.

Él sonrió, sabiendo que había encontrado algo más que un simple regalo; había descubierto una conexión profunda entre su arte y la historia que habían compartido juntos.

M. D. Álvarez 

No hay comentarios:

Publicar un comentario