El capitán mantenía una relación amorosa con ella; por eso, puso a su disposición a los mejores hombres, que, junto a él, la llevaron bajo el aguacero a la base que se encontraba en el antiguo polo Norte, que estaba totalmente descongelado. La base se construyó sobre unas construcciones que, según el carbono 14, tenían una antigüedad de casi un millón de años. En esa fecha, los polos no tenían hielo; algo debió de pasar para que aquella tierra fuera cubierta por los magnos hielos que, hasta hace unos años, todavía cubrían aquellas sagradas tierras.
Mientras el grupo se movía en dirección a la base, el capitán reflexionó sobre la importancia del satélite PACE. No solo había sido un símbolo de esperanza para muchos, sino también un objetivo para aquellos que negaban la crisis climática. Su destrucción había dejado un vacío en la recolección de datos cruciales, y ahora, con la información que la científica había conseguido extraer, tenían la oportunidad de llenar ese vacío y presentar pruebas irrefutables ante el mundo.
“Capitán”, interrumpió ella, sacándolo de sus pensamientos. “Los datos que obtuve no son solo estadísticas frías; son historias de comunidades enteras que han sufrido los efectos del cambio climático. Historias que necesitan ser contadas”.
Él miró su rostro empapado y cansado, pero lleno de pasión. “Tienes razón. No se trata solo de números, sino de vidas humanas. Debemos asegurarnos de que este mensaje llegue a quienes pueden hacer un cambio”.
El sonido de los drones resonaba más cerca, y el grupo se movió con mayor rapidez. Mientras se acercaban a la base, el capitán reflexionó sobre cómo habían llegado a ese punto. Todo había comenzado con el lanzamiento de PACE, un satélite diseñado para recopilar datos sobre las temperaturas del océano, los niveles de CO2 y los cambios en los ecosistemas marinos.
“¿Recuerdas cuando lanzaron PACE?” preguntó uno de los soldados en un susurro nervioso. “Era como si por fin tuviéramos una herramienta real para combatir el cambio climático”.
“Sí”, respondió el capitán con melancolía. “Pero también atrajo la atención equivocada. Aquellos que no querían escuchar lo que tenía que decir se aseguraron de silenciarlo”.
De repente, el joven soldado regresó corriendo hacia ellos, cubierto de barro y sudor. “He logrado distraer a algunos drones”, jadeó. “Pero no tenemos mucho tiempo antes de que regresen”.
“Vamos”, ordenó el capitán, guiando al grupo hacia una entrada oculta en la base. Con cada paso, sentía el peso del mundo sobre sus hombros; sabían que su misión era crucial.
Al entrar en la base, las luces parpadeantes revelaron un antiguo laboratorio lleno de tecnología obsoleta pero aún útil. La científica se dirigió rápidamente a una consola y comenzó a trabajar en los datos que había traído.
“Necesito unos minutos para procesar esto”, dijo con urgencia mientras tecleaba furiosamente. “Si podemos demostrar cómo los cambios en el clima han afectado directamente a las comunidades vulnerables, podremos presionar a los líderes mundiales para actuar”.
El capitán vigilaba la entrada, su mente alerta ante cualquier movimiento sospechoso. La tormenta seguía rugiendo afuera, pero dentro de la base había una calma tensa.
“Estamos contigo”, dijo uno de los soldados mientras preparaba su equipo para defender la posición si era necesario. “No vamos a dejar que nos detengan”.
Las palabras resonaron en el corazón del capitán; sabían que estaban luchando por algo mucho más grande que ellos mismos.
M. D. Álvarez
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