Lo amaba más allá de toda duda; él era su guardián y protector. Sabía que podía confiarle su vida; con él estaba segura. Él era un licántropo megamotivado por su protegida.
Su primer encuentro fue cuando tan solo eran unos niños; ella lo defendía ante los otros mocosos que se burlaban de su aspecto.
Ella curaba sus heridas cuando se peleaba y salía perdiendo, pues se enfrentaba a chicos mayores que él, que le sacaban tres cuerpos.
Una vez creció, su aspecto formidable y su bravura eran suficientes como para espantar a los moscones que revoloteaban alrededor de ella.
Con el tiempo, su vínculo se fortaleció aún más. En las noches de luna llena, él la protegía de cualquier peligro, mientras ella le ofrecía consuelo y comprensión.
Juntos, enfrentaron desafíos inimaginables, demostrando que el amor y la lealtad podían superar cualquier obstáculo. Su historia era un testimonio de valentía y devoción.
M. D. Álvarez
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