lunes, 1 de septiembre de 2025

El hechizo de la sonrisa.

Le sorprendió el grupo de jovencitas que se abalanzaron sobre él; si no hubiera estado ella, que las mantuvo a raya, seguramente las tendría tras de mi rastro. 

—Que, si yo no he hecho nada —le dije con cara de no haber roto un plato—. 

—Si eso, tú, pome ojitos —dijo ella, derritiéndose por mí.

Ella me miró con una mezcla de diversión y exasperación. 

—No te hagas el inocente —dijo, cruzando los brazos—. Sabes perfectamente lo que haces cuando sonríes así.

Me encogí de hombros, tratando de mantener la compostura. 

—¿Sonreír? ¿Desde cuándo es un crimen?

Ella soltó una risa suave, pero sus ojos seguían fijos en los míos, como si intentara descifrar un enigma. 

—No es un crimen, pero sabes que tienes un efecto en la gente. Especialmente en las chicas jóvenes.

—¿Y qué hay de ti? —pregunté, dando un paso más cerca—. ¿También caíste bajo mi hechizo?

Ella levantó una ceja, claramente divertida por mi atrevimiento. 

—No te lo creas tanto, Romeo. Solo estoy aquí para asegurarme de que no te metas en problemas.

—¿Problemas? —repetí, fingiendo sorpresa—. Yo nunca me meto en problemas.

Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. 

—Claro, y yo soy la Reina de Inglaterra.

Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la compañía mutua. Finalmente, ella suspiró y me dio un golpecito en el brazo.

—Vamos, Romeo. Es hora de irnos antes de que esas chicas vuelvan.

Asentí y la seguí, sintiendo una extraña mezcla de alivio y decepción. Quizás, después de todo, no era tan malo tener a alguien que me mantuviera a raya.

M. D.  Álvarez 

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