Ella se arrodilló junto al protagonista, aún aferrado a los mandos de la nave, su respiración entrecortada. «No puedes dejarme así», susurró, sintiendo cómo el miedo la invadía. «Siempre has encontrado la forma de salir adelante. No te vayas ahora».
Él la miró con una mezcla de tristeza y amor, consciente de que cada palabra que ella decía resonaba en su corazón. «Siempre quise ser tu ancla en medio de la tormenta», dijo con voz débil. «Pero esta vez, la tormenta fue demasiado fuerte».
Mientras su visión se nublaba, recordó los momentos compartidos: las risas en los entrenamientos, las estrategias planeadas bajo las estrellas y las confidencias susurradas en noches de incertidumbre. Todo eso lo llevó a un lugar donde el deber y el amor se entrelazaban en un mismo hilo.
«Prométeme algo», continuó él, esforzándose por mantener la voz firme. «No dejes que mi sacrificio sea en vano. Lucha por el equipo y por lo que creímos juntos».
Ella asintió, sintiendo cómo su corazón se rompía cada vez más. «Siempre lo haré», prometió con fervor, aunque sabía que sin él sería una batalla más difícil.
Con un último esfuerzo, él tomó su mano y le sonrió débilmente. «Nunca olvides lo que somos... lo que fuimos». Las luces de la nave parpadearon mientras su cuerpo se relajaba, dejándola sola con su dolor y su determinación.
A medida que el resto del equipo comenzaba a comprender la magnitud de lo que había sucedido, ella se levantó con una nueva resolución. La misión no había terminado; ahora era su deber honrarlo luchando más fuerte que nunca.
Con el corazón pesado pero lleno de propósito, giró hacia sus compañeros y dijo: «Haremos lo que él quería. No dejaremos que esto termine aquí». La mirada decidida en sus ojos encendió una chispa entre ellos; juntos enfrentarían cualquier adversidad.
M. D. Álvarez
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