lunes, 15 de septiembre de 2025

Entre sombras y susurros.

Con la mirada clavada en un punto fijo, estaba absorto en cavilaciones que evitaron que observara que era rodeado por los matones del capo de aquel local.

—No te pareces a ninguno de mis clientes —dijo el matón encargado de aquel antro—. Ni siquiera has mirado a las chicas que se desviven por tu paquete. ¿Y qué demonios miras tan fijamente?

Se levantó y, con su estatura de casi tres metros, los hizo retroceder.

—Tan solo quiero que sepas que no tengo nada en contra de tus lindas jovencitas, pero mi paquete ya tiene dueña —dijo, esbozando una aterradora sonrisa que mostraba su blanca dentadura. Te voy a cerrar el local —dijo, y avanzó hacia él.

—¿Tú y cuántos más? —preguntó el encargado—. Creo que somos 30 a 1.

—Yo solo me basto para cerrar el local, pero si prefieres, te lo destrozo. Señoritas, hagan el favor de salir —dijo él, quitándose la chaqueta.

Las bailarinas y camareras salieron a la carrera; mirando el tamaño de aquel cliente, sabían que los matones no tenían nada que hacer.

Fuera, las esperaban furgones de las fuerzas especiales. Una joven agente aguardaba la palabra clave para intervenir. En vez de eso, los matones salieron por la ventana, atravesaron la pared y otros habían volado directamente al furgón; todos habían sido reducidos por él. Ella entró al local de alterne y miró alrededor.

—¿Qué ha pasado con la palabra clave? —dijo, rozando su paquete.  

—Tenía que estirarme un poco y no me dieron otra opción —dijo él, seriamente.  

—Ya hablaremos más tarde —dijo con una sonrisa traviesa.

El resto de los agentes se encargó de esposar y sacar a los maleantes, mientras ellos dos se retiraban amarteladitos. Ella lo jaló de la corbata y lo hizo agacharse, dándole un apasionado beso. "Ya verás esta noche", dijo con tono seductor.

Mientras ella lo miraba con una mezcla de preocupación y cariño, Él se enderezó, ajustándose la corbata que ella había tirado en el calor del momento. La música del local aún resonaba en sus oídos, pero el silencio que se había apoderado del lugar era casi palpable.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó él, con una sonrisa traviesa, tratando de aligerar el ambiente.

—Ahora vamos a hablar de cómo lograste meterte en problemas otra vez —respondió ella, cruzando los brazos y levantando una ceja, aunque no pudo evitar sonreír al verlo.

Alex se reclinó contra la pared, disfrutando de la cercanía de ella. —No fue mi intención causar revuelo, pero esos matones no saben cuándo rendirse.

—Siempre tienes que ser el héroe, ¿verdad? —dijo ella, acercándose un poco más—. Pero me encanta eso de ti. 

Él la miró fijamente, sintiendo esa conexión especial que solo ellos compartían. —Y tú, ¿qué harías sin mí?

—Probablemente estaría mucho más tranquila —bromeó ella—. Pero admito que a veces me gusta la emoción que traes contigo. 

Él se inclinó hacia ella, su voz más suave. —¿Te gustaría compartir un trago para celebrar que estamos juntos y que salimos de esta?

Ella rió suavemente y asintió. —Solo si prometes no romper nada más esta noche.

—Trato hecho —dijo él, levantando las manos en señal de rendición y guiándola hacia la salida.

Al salir del local, las luces de las sirenas parpadeaban a su alrededor mientras el aire fresco de la noche los envolvía. Alex tomó la mano de Sofía y sintió que ese pequeño gesto era suficiente para enfrentar cualquier desafío juntos.

—Siempre estaré a tu lado —susurró él mientras caminaban hacia su coche patrulla.

—Y yo a tu lado también —respondió ella con una sonrisa cómplice—. Ahora vamos a relajarnos un poco antes de que llegue el próximo problema.


M. D. Álvarez 

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