Bajo aquella cúpula, su poder y determinación no le servían de nada. Sintió cómo sus fuerzas se debilitaban cada vez que intentaba romper los muros, pero no podía dejar de luchar, no mientras su familia lo necesitase.
En su interior, comenzó a sentir que algo se debatía por salir. No podía controlar su frustración hasta que notó la cálida mano de su madre, que lo miraba con orgullo.
—No luches más, mi tesoro —dijo amorosamente su madre—. Tus hermanos están preocupados por ti; tienen miedo de que te hagas daño.
—Mamá, solo quiero que seamos libres, y aquí me siento enjaulado —dijo él, cabizbajo.
—Toma, come algo y luego te contaré el porqué de esta cúpula —dijo ella, ofreciéndole una hogaza de pan.
Su estómago crujía y tomó la hogaza, la partió en dos trozos y le entregó uno a su madre, que con ternura lo guardó. Mientras lo masticaba, ella le contó el porqué de aquella cúpula: bajo ella estaban las criaturas malditas por su aspecto y poder. Los de fuera los temían y odiaban por simple envidia.
—¿Pero tan horribles somos? —preguntó él al borde de las lágrimas.
—No, mi vida, tú eres mi hermoso lobito al que todos amamos. Bajo esta bóveda, tú serás el único que pueda cambiar la percepción de los de arriba para con nosotros.
M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario