domingo, 14 de septiembre de 2025

El último tiro.

La única oportunidad que le quedaba para darles una ventaja y que pudieran salir era que destruyera la megaconstrucción. Así que tiró de galones y colocó diez cargas térmicas en los sitios apropiados para demoler la estructura, y así liberar la presión que ejercía aquel puesto de francotirador ubicado en el tejado de la infraestructura.

Con un suave zumbido, las cargas térmicas comenzaron a activar su cuenta regresiva. Mientras tanto, el protagonista se agachó detrás de un contenedor de metal, sintiendo la vibración del suelo bajo sus pies. La tensión en el aire era palpable; cada segundo contaba. Miró hacia el tejado, donde el francotirador mantenía su mirada fija en el horizonte, ajeno a lo que se avecinaba.

“Esto es por ellos”, murmuró para sí mismo, recordando las caras de aquellos que habían quedado atrapados en la ciudad. El eco de sus risas aún resonaba en su mente, dándole fuerzas para seguir adelante.

Cuando la cuenta regresiva llegó a cero, una explosión ensordecedora sacudió la estructura. El polvo y los escombros se alzaron como un gigantesco monstruo enojado, cubriendo todo a su paso. Con un último vistazo al francotirador, que ahora estaba distraído por el caos, corrió hacia la entrada.

El camino estaba despejado, pero sabía que el tiempo no estaba de su lado. Cruzó el gran hall y subió las escaleras raudo como un rayo, abrió la puerta de metal del tejado y localizó al francotirador que seguía buscando víctimas a quien abatir. No se percató de su presencia hasta que ya fue tarde; lo desarmó y arrojó desde lo alto de aquel rascacielos casi derruido. Desde las alturas, lanzó un grito de júbilo; por lo menos tendrían algo de paz.

M. D. Álvarez 

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