—Seguro que sí —dijo él, viendo cómo ella se levantaba y se dirigía al baño. Al cabo de diez minutos, salió vestida con ropa de faena y la cartuchera en su cintura. Se acercó a la cama y lo besó apasionadamente.
—Volveré lo antes posible, campeón, y te resarciré con creces —dijo, mordiéndole delicadamente el labio.
Su trabajo en la central de policía era estresante, pero él lograba desestresarla satisfaciendo todos sus gustos placenteros, y ella sabía lo concienzudo que era para satisfacerla. Pero aquella noche era especial para él.
Esperó a que ella cerrara la puerta de la casa y se levantó, se vistió y salió a comprar 20 ramos de rosas rojas. Las colocó estratégicamente, guiándola con cada rosa a una pista, así hasta llevarla al lugar donde se conocieron. Le dejó la primera pista sobre la mesa del salón: "Sigue el camino de rosas y encontrarás mi corazón al final del camino." Cuando ella llegó a casa, se sorprendió al ver una nota con una hermosa rosa roja. Leyó la nota y esbozó una adorable sonrisa. Buscó cada una de las rosas y, al atardecer, descubrió el lugar donde se conocieron: un viejo templete de madera que él se había dedicado a restaurar. La esperaba apoyado en la barandilla. Ella se acercó silenciosamente, pero no logró sorprenderlo.
—Te he oído llegar —dijo él, volviéndose hacia ella. Llevaba un gran ramo de rosas rojas que dulcemente le entregó. —Ven, te quiero mostrar algo —dijo él, cogiéndola delicadamente del brazo—. Cierra los ojos —dijo él cortésmente.
Ella se dejó llevar; no tardaron más de cinco minutos, pero la llevó a una de las cuevas más hermosas, una cueva que él había descubierto. Tenía una luminiscencia extraordinaria. Allí, en aquella cueva, había preparado una cena frugal, pero era suficiente para ella. Cuando abrió los ojos, quedó maravillada. Ahora comprendía lo mucho que lo quería.
Él sacó una pequeña cajita y se arrodilló delante de ella. —Tú eres lo que me llena y da sentido a mi vida; no puedo vivir sin ti. ¿Te quieres casar conmigo? —dijo él con aquella sensual voz que hacía que ella no se pudiera resistir.
—Sí, sí, sí y mil veces sí. Tú eres el amor de mi vida —dijo ella, besándolo con ternura.
M. D. Álvarez
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